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¿Hay errores invencibles?

Para Sócrates y para Platón el mayor mal, el error más grave que pueda cometer un ser humano, consiste en pensar que uno posee la verdad cuando en realidad está muy lejos de ella.

¿Por qué sería tan grave equivocarse en esto? Porque sólo podemos entrar en el camino hacia la verdad si reconocemos que aún no la hemos encontrado. Quien cree conocer lo que no conoce tiene la mente y el corazón incapacitados para aprender: no percibe que le falta algo, no está en disposiciones para ir a buscarlo.

Ocurre algo parecido en el mundo de la medicina. Hay situaciones o enfermedades en las que el enfermo no percibe que su cuerpo está al borde de la catástrofe. Al no sentir dolor, o al no querer reconocerlo, no pide ayuda, no recurre al médico, no busca soluciones.

Hay quienes piensan: «yo tengo razón, yo sé cómo están las cosas. No necesito que nadie me enseñe, porque yo conozco a fondo este tema». Han cerrado las puertas a cualquier comunicación constructiva. Si alguien intenta ayudarles a ver otras perspectivas, a descubrir que tienen errores más o menos graves, encontrará seguramente un muro impenetrable y una respuesta tajante: «la verdad es una y la tengo yo».

En casos como éste, podemos creer que estamos ante un error «invencible», que no hay caminos para ayudar a esa persona. Los Sócrates de ayer y los de hoy, con toda su habilidad en las discusiones, no podrían hacer nada ante el grave más grave: creer saber sin saber.

Existen, sin embargo, senderos de esperanza para salir de este agujero, menos en algunos casos que sólo pueden ser tratados por un psiquiatra. Quien piensa saber algo sin saberlo, puede reaccionar desde el fondo de su alma ante las sorpresas de la vida. A veces un accidente, una noticia muy concreta, o simplemente un movimiento de la mente y del corazón ante nuevos datos, consiguen descorrer las vendas de los ojos. Es entonces cuando uno puede decir: «Estaba equivocado, vivía muy lejos de conocer la verdad».

Otras veces la curación inicia desde la ayuda de un familiar, de un amigo, de un conocido. Con mucha paciencia y con un trabajo sereno y constante, esa persona tiende hacia el errante una mano amiga, le ofrece la oportunidad de un diálogo abierto y bien argumentado. Es más fácil reconocer los propios errores ante unos ojos amigos que ante el desprecio de quien insulta a los otros como ignorantes, acomplejados o psicópatas.

¿Hay errores invencibles? Seguramente no, porque la verdad al final (a veces el final es pocos instantes antes de la muerte) termina por imponerse.

¿Hay personas equivocadas muy difíciles de ser convencidas y curadas? Sí, y no hace falta ir muy lejos para dar con ellas. Pero desde la misma marcha de la vida, desde la amistad profunda de un alma buena, es posible descubrir un horizonte magnífico de verdades hasta ahora ignoradas. Verdades que son el anhelo más profundo que desean alcanzar todos los corazones humanos desde que empieza la edad de los porqués hasta que llegan al umbral de la despedida a lo terreno y del encuentro con lo eterno.

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