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Putas sí, vírgenes no

Cené hace poco con una persona que manifestó «ponerse mala» cada vez que escuchaba a mi compañero Federico Jiménez Losantos por la radio. Confieso mi perplejidad ante la capacidad de algunos para enfermar cuando oyen o ven algo que no coincide con su punto de vista, pero también mi sorpresa porque casi siempre son ciudadanos de izquierdas. Creía yo que ser demócrata era precisamente regocijarse en la pluralidad. Alegrarse de poder convivir y escuchar a otros que piensen de forma radicalmente distinta. Pensaba que la existencia de Federicos e Iñakis Gabilondos, Cristinas y Gemmas Niergas, era un signo de progreso, pero es claro que no todo el mundo opina así. Es más, quitando algún fascista muy anciano, resulta que el mayor porcentaje de gente cabreada porque los demás no digan y piensen lo mismo que ellos es de izquierdas. Resulta paradójico, porque a su vez son los de izquierdas los que se definen como tolerantes, pluralistas y progresistas, pero estoy descubriendo que los orígenes totalitarios del socialismo pesan mucho todavía. Para Marx y Engels, para Lenin y Stalin, sólo existía una definición «correcta» de la sociedad, hasta el extremo de que el que discrepaba iba derechito a Siberia o a algún centro psiquiátrico, para «curarse» de sus desviaciones. En la China de Mao, el que se desmarcaba no sólo iba a la cárcel o perdía el empleo, sino que protagonizaba patéticas escenas de humillación y petición de perdón públicos. El mercado, la propiedad privada, la libertad de pensamiento, la religión y hasta el arte abstracto estaban proscritos por quienes habían encontrado la clave de la justicia. Este criterio, que debería ser una anécdota histórica y superada, parece sin embargo muy vivo en ciertos sectores progres, y no sólo en lo que a política se refiere. Me cuentan, por ejemplo, que en cierto programa de Tele 5 se ha repetido hasta la saciedad que la prostitución no es esclavitud sexual, ni sometimiento de un ser humano a otro por dinero, sino una forma honesta de vida que cualquiera puede elegir si lo hace libremente. Bien está. No pienso lo mismo, pero tolero divergencias. Ahora bien, me cuentan que el mismo programa anda estos días en lucha contra no sé qué señora o señorita empeñada en ser virgen y a la que se ridiculiza con saña. No puedo darles más detalles porque no veo el espacio. Pero yo digo, ¿si se defiende la libertad para prostituirse, no debería admitirse la libertad de reservar el virgo para el marido? ¿Por qué putas sí y vírgenes no? ¿Por qué una monja que se sacrifica es peor que un transexual que se opera? Definitivamente, los hay que identifican tolerancia con pensamiento único. Según éstos, todos somos libres de pensar lo que queramos siempre y cuando pensemos como ellos. Viva la libertad.

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