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La crisis de la exégesis contemporánea

I. Los padres y la exégesis moderna

Un reciente ensayo del especialista de exégesis patrística Charles Kannengiesser, publicado en la revista internacional de teología Concilium, ha llamado nuestra atención, no por otra cosa sino por la sencillez algo brutal con que el autor expone sus ideas sobre el status de la exégesis contemporánea en la Iglesia. Confrontando la exégesis patrística con la de nuestros días, él juzga que no se puede proponer la recuperación de los métodos y del espíritu de los Padres en el cuadro de la actual investigación exegética. El autor sostiene sin lugar a dudas que: "No tiene ningún sentido comparar la exégesis patrística con la exégesis contemporánea (...); la exégesis de los Padres era una exégesis doctrinal, apologética y orientada a la espiritualidad y a la religiosidad. En su mejor aspecto, la exégesis patrística comunica más la experiencia eclesiástica pasada de los exégetas que vivieron entre el II y el VII siglo (la gran época patrística) que los datos que miran directamente al texto sagrado. Ahora, la exégesis moderna, por el contrario, como respuesta al iluminismo (pensemos en Kant), se detiene únicamente sobre estos datos. Como disciplina, no posee más una motivación teológica. Su fin (el de la exégesis moderna) no es más encontrar al Dios viviente en la Escritura. Se trata más bien de un ejercicio profesional de crítica textual y de una búsqueda histórica que dispensa a los intérpretes de ser creyentes y cristianos". Por lo tanto, según él, -y cito de nuevo a Kannengiesser- "la exégesis patrística es acrítica y por eso irrelevante para el lector moderno de la Biblia". Dos características de la exégesis patrística la hacen, según Kannengiesser, inadmisible para las metodologías modernas.

  1. Ante todo, considerar la Sagrada Escritura como "divina" hoy ya no tiene sentido. La Sagrada Escritura proporcionaba un acceso a Dios, un modo de comunicarse con Dios que en sí mismo ya era una disposición divina.
  2. Y el segundo punto de fractura entre la antigüedad cristiana y nuestro tiempo se encuentra (compendio un poco su pensamiento) en la connotación eclesial de la exégesis patrística: en la tradición de los padres, la Escritura tiene sentido sólo cuando es interpretada en la Iglesia y para la Iglesia. Es éste un acercamiento que los modernos sistemas tienden a refutar en cuanto que no sería "científico". Después de haber enumerado los motivos que hacen imposible proponer un retorno a los Padres, el autor pone inquietantes reservas sobre el presente de la exégesis. Pues ésta, nacida como respuesta —dice él— al iluminismo, permanece sometida a la mentalidad que la ha originado, o bien por rechazo decae en el fundamentalismo entendido como un acercamiento acrítico a las Escrituras. Se habla solamente "según la letra".

Tomo ahora posición frente a esta presentación . El cuadro delineado por Kannengiesser parece sin vía de salida, suspendido entre un pasado irrecuperable y un nihilismo presente. Nos encontramos frente a un desafío al que es necesario responder punto por punto.

Primer punto: La comparación entre exégesis patrística y exégesis moderna sería improponible -dice Kannengiesser- porque los Padres consideran la Escritura como divina. ¿Ha sido esto irremediablemente superado? Yo digo que no sólo los Padres, sino toda la tradición cristiana hasta el Vaticano II ha tenido por buena esta doctrina: Deus Auctor Sacrae Scripturae. Más aún: para el Concilio Vaticano II, la inspiración divina no es sólo el principio constitutivo sino también interpretativo de la Biblia. El hecho que Dios haya inspirado el texto sagrado tiene consecuencias también sobre el modo en el cual debe ser leído e interpretado, y por tanto sobre la exégesis. Así lo dice la fórmula de la Dei Verbum: "la Sagrada Escritura (es el texto que hemos comentado ayer, cito el párrafo central) (debe) ser leída e interpretada en el mismo Espíritu en el que ha sido escrita" (n. 12). Éste es un principio del todo tradicional e inalienable si queremos ser no sólo profesores de Universidad sino también cristianos. Yo pongo la pregunta: si un profesor científico bien formado enseña en la universidad, ¿puede hacerlo como cristiano o no...?

Segundo punto: volver a la exégesis de los Padres sería —según Kannengiesser- imposible por su connotación "eclesial". Hoy, ¿podemos todavía decir que la Escritura es un libro de la Iglesia y que debe ser interpretada en el interior de su valencia eclesial? Para algunos parece imposible hablar así. No obstante, la Dei Verbum tiene un capítulo entero (el VI, párrafos 21-26) sobre la presencia de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia, en la liturgia, en la pastoral, en la espiritualidad. Y en el párrafo 24 subraya que la Sagrada Escritura debe convertirse en el alma de toda la teología. El Card. Ratzinger, ya en el '67, definía este principio como revolucionario en la historia de la teología moderna, porque en la teología abstractamente racionalista del siglo XIX la Escritura tenía poca importancia.

Tercer punto: el impasse de la exégesis moderna, perpleja entre una derivación "iluminista", que la transforma en ciencia indiferente a la fe y a la vida de la Iglesia, y las tentaciones de fuga en el fundamentalismo. ¿Cómo se supera este impasse? ¿Es todavía posible hoy, una exégesis cristiana? Paradójicamente, el camino para responder a esta pregunta me parece justamente el proponer "una vuelta a los Padres". No se trata de recomendar una pura y simple recuperación de la práctica exegética del medioevo y de los tiempos patrísticos, de la misma manera como se desarrollaba en los primeros siglos. Hoy los aportes de la moderna filología y de la crítica son no sólo admitidos, sino más aún solicitados por la Iglesia para profundizar en el texto sagrado. Debemos por tanto hacer filología científica pero también una vuelta a los Padres; ésta es la propuesta para responder a este desafío. Me refiero a volver al espíritu profundo con que los Padres se acercaban a la Biblia: espíritu eclesial, espíritu de fe, pero también nutrido de la tradición de la Iglesia. Tal perspectiva libra ante todo a la exégesis moderna de aquel "dogmatismo crítico" que deriva de una concepción iluminista de la razón (Kant se esconde detrás de todo esto, "la sola razón y basta", dice Kant), una razón cerrada sobre sí misma y entendida como medida de todas las cosas y no como apertura a la revelación que viene de lo alto, de Dios en todos sus factores. Pero, ... ¡esto no es científico! se dice... Esta es la idea que me parece que está en la raíz de la crisis exegética moderna. Además, tal perspectiva permite recuperar la validez de las indicaciones del Vaticano II, que invita a leer e interpretar la Sagrada Escritura "en el mismo Espíritu con que ha sido escrita". La solución está por tanto en la gran intuición de los Padres de la Iglesia y del medioevo hasta la Reforma para quienes el espíritu está en la letra porque la Escritura era para ellos inspirada. Si la letra de la Sagrada Escritura es inspirada, es decir, densa de Espíritu, debo yo, exégeta cristiano y católico moderno seguir aquellas indicaciones metodológicas de fondo. Si la letra de la Escritura está densa de Espíritu debo conducir mi análisis del texto bíblico hasta alcanzar el nivel espiritual que se encuentra en la misma letra. Aquel nivel que anima todo el texto y que le da forma unitaria. Cito ahora un texto conocido del siglo XII: Omnis Sacra Scriptura unus liber est, et ille unus liber Christus est (Toda la Sagrada Escritura es un solo libro y este libro es Jesucristo), por tanto Cristo se encuentra en el centro de toda la Sagrada Escritura, desde el Génesis hasta el Apocalipsis.

El principio inspirador debe guiar también la lectura de nosotros los modernos, para que así haya una exégesis que sea a la vez crítica, filológica, respetuosa de los modernos métodos filológicos e históricos, pero también abierta a la profundidad del texto que va más allá de la letra. Letra y Espíritu: este trabajo está todo por hacerse, por nosotros los modernos.

II. La Dei Verbum hoy

La Dei Verbum es una de las cuatro constituciones conciliares dogmáticas (se trata por tanto de una cuestión dogmática de gran importancia), es la que trata sobre la Escritura El año 1995 se ha concluido con numerosas evocaciones de la clausura del Concilio Ecuménico Vaticano II acontecida hace treinta años, para ser precisos el 8 de diciembre de 1965. Este treintenio ha estado marcado por periódicos balances sobre el nivel de recepción en el interior de la Iglesia de los documentos del último Concilio, y de manera particular han sido hechos algunos estudios sobre cómo es hoy acogido lo que dice el Concilio sobre todo respecto a la Palabra de Dios. Así, las cuatro constituciones del Concilio son: Sacrosantum concilium, sobre la liturgia; Gaudium et spes, sobre las relaciones entre la Iglesia y el mundo moderno; y las dos constituciones dogmáticas Lumen Gentium sobre la Iglesia y Dei Verbum sobre la divina revelación. No obstante, respecto a este último documento, que era la síntesis de la discusión conciliar en torno a la revelación, a la tradición, a la Sagrada Escritura y al exacto acercamiento a ésta, una cosa asombra: con el correr de los años, en vez de convertirse en un punto de referencia de la investigación científica en el mundo católico (al menos), la Dei Verbum ha quedado más o menos ignorada, letra muerta. Ya en el '70, el fallecido cardenal dominico Yves Congar escribía al padre Betti —franciscano que ha sido rector del Laterano hasta hace dos años-, una carta que ha sido publicada después; una carta privada publicada recientemente que mueve a lamentarse; cito una parte de esta carta del padre Congar al padre Betti: "Este texto muy hermoso está lamentablemente casi olvidado...; la segunda constitución dogmática del Vaticano II (la Dei Verbum) ha pasado en silencio", esto decía en los años '70 el padre Congar al padre Betti. Es decir, la Dei Verbum ha sido casi ignorada, escribía hace veinte años Congar. También el Sínodo extraordinario de los Obispos del '85 remarcó la escasa recepción en la Iglesia de la Dei Verbum. Un cambio ha sucedido más recientemente con la aparición del Catecismo de la Iglesia Católica publicado en el '92, es decir, hace seis años. En la sección dedicada a la Escritura, hace continuamente referencia a la Dei Verbum como se ve por los títulos de los diversos párrafos:

  1. Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura;
  2. Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura;
  3. El Espíritu Santo y la interpretación de la Escritura.

Son éstos los títulos principales del Catecismo del '92.

El Catecismo vuelve a proponer el dístico medieval (del cual hemos escuchado hablar hace media hora) sobre los cuatro sentidos de la Escritura, invitándonos a la búsqueda y a la propuesta hoy del sentido espiritual (quid credas allegoria, moralis quid agas, quo tendas anagogia, un sentido literal y tres divisiones del sentido espiritual). De Lubac ha dicho respecto de este famoso dístico: "estas tres subdivisiones del sentido espiritual corresponden a las tres virtudes teologales": Quid credas allegoria (la visión de fe sobre la Escritura); moralis quid agas (sentido moral, la Biblia enseña la moral cristiana, iluminada por al fe y el obrar cristiano que es la caridad); quo tendas anagogia (a donde vas en el futuro, es decir, la esperanza). Por tanto De Lubac ha hecho notar en este caso que los tres aspectos del sentido espiritual corresponden a las tres virtudes teologales: la fe, la caridad y la esperanza sobre la base del sentido literal. El Catecismo propone nuevamente el dístico medieval que acabo de comentar. La exégesis cristiana no puede ser solamente filológica e histórica, debe ser también teológica, teniendo en cuenta el hecho que la Sagrada Escritura de Dios tiene como fin comunicar la revelación y por tanto hacer ver la trama del misterio al que aluden los hechos narrados. Aún más nos sorprende que un posterior documento de la Pontificia Comisión Bíblica del '93, cuyo título es La interpretación de la Biblia en la Iglesia (Ciudad del Vaticano 1993), no haya hecho ninguna referencia a aquellas indicaciones del Catecismo del '92. Indicaciones que estaban ya contenidas en la Dei Verbum treinta años antes. Por tanto se trata (y esto es un poco malvado de mi parte) de una omisión voluntaria. Había pasado solamente un año desde la publicación del Catecismo y han querido ignorarlo, aun cuando ciertamente conocían la Dei Verbum escrita hace ya treinta años.

Más recientemente, en diciembre del '95, apareció un volumen titulado La 'Dei Verbum' trent'anni dopo que ha sido publicado por la Pontificia Universidad Lateranense, un volumen en homenaje al padre Betti. Se trata de una miscelánea en honor del padre Umberto Betti que, además de haber participado en la redacción misma del documento conciliar, ha sido hasta hace pocos meces -lo he ya notado- rector del Ateneo Romano. En el volumen de la miscelánea han colaborado diversos exégetas, también patrólogos, filósofos, historiadores, etc.; no faltan contribuciones interesantes sobre temas de la actividad exegética posteriores al documento conciliar. No obstante, en su conjunto esta obra confirma ulteriormente que hoy la Dei Verbum no ha sido todavía recibida.

Tampoco el volumen de la Universidad de Letrán (realizado tres años después del Catecismo) cita jamás la sección del Catecismo de la Iglesia Católica dedicada a la Sagrada Escritura. Y ninguno de los artículos hace ver cuáles eran los aspectos de novedad de la Dei Verbum. Comparados los dos títulos, el de Letrán dice treinta años después del Concilio, pero lo que ha hecho el Concilio, es decir la Dei Verbum misma, no es explicado. Más aún, alguno (un exégeta de Antiguo Testamento de la Universidad de Letrán cuyo nombre no debo decir) afronta en manera crítica uno de los puntos cualificados de la Constitución (Dei Verbum, IV, 16), en el cual se repite el gran principio que viene de San Agustín: lo conocen bien... Vetus Testamentum in Novo patet, es decir, el sentido profundo del Antiguo Testamento aparece con claridad en el Nuevo; y el Nuevo está ya escondido en el Antiguo et Novum Testamentum in Vetere latet. Es un juego de palabras de San Agustín: latet... patet, hecho en buen estilo agustiniano. Así, sobre este principio retomado por la Dei Verbum dice el volumen de la Universidad de Letrán, que el subrayar excesivamente la ligazón entre el Antiguo y el Nuevo Testamento va en menoscabo del valor autónomo del Antiguo Testamento. Por tanto, nosotros los biblistas debemos defender la autonomía del Antiguo Testamento... Yo les pregunto: ¿el Antiguo Testamento es autónomo...?

De frente a esta prolongada remoción obrada por los exégetas, me parece necesario reafirmar algunos puntos de novedad contenidos en la Dei Verbum y retomados en el reciente Catecismo de la Iglesia Católica.

Primer punto: la Dei Verbum dedica todo el tercer capítulo a la inspiración divina y a la interpretación de la Sagrada Escritura. En particular el número 12, después de haber legitimado las exigencias de la crítica histórica según la cual es necesario tener en cuenta los géneros literarios, el tiempo y el contexto cultural en el cual los distintos textos bíblicos han sido escritos, prosigue diciendo (este párrafo es prácticamente un resumen de la Divino afflante Spiritu, ayer hemos también hablado sobre esto): "debiendo la Sagrada Escritura ser leída e interpretada a la luz del mismo Espíritu mediante el cual ha sido escrita, para rescatar -dice siempre la Dei Verbum en el n. 12- con exactitud el sentido de los textos sagrados, se debe prestar atención a la unidad de toda la Escritura con no menor diligencia que al contenido, teniendo en cuenta la viva Tradición de toda la Iglesia y la analogía de la fe". Para gran parte de la exégesis moderna el hecho que la Escritura sea inspirada por Dios no tiene ninguna importancia para la lectura y la interpretación de la misma. Según esta consideración, el texto bíblico para ser comprendido en todos sus aspectos y contenidos debería ser analizado exclusivamente a través de los instrumentos de la filología, de la crítica histórica, etc.... y otros medios modernos de interpretación. La Dei Verbum por el contrario retoma el gran principio de la Tradición: la Sagrada Escritura debe ser leída e interpretada "a la luz del mismo Espíritu mediante el cual ha sido escrita". Por tanto, la inspiración divina de los autores humanos de la Biblia se convierte en criterio de lectura y de interpretación para nosotros. Debemos leer e interpretar la Escritura a la luz de la inspiración. Como se explica en la Dei Verbum, en el número 19: "los apóstoles, después de la Ascensión del Señor, han trasmitido a sus oyentes lo que Él había dicho y hecho, con aquella mayor inteligencia de la cual ellos, instruidos por los eventos gloriosos de Cristo e iluminados por el Espíritu de la Verdad, gozaban. Y los autores sagrados han escrito los cuatro evangelios eligiendo algunas cosas entre las muchas que fueron trasmitidas por la tradición apostólica, sea de viva voz, sea por escrito, sintetizando algunas, explicando otras en relación a la situación de la Iglesia, conservando siempre el carácter de anuncio, en modo tal de referirse sobre Jesús con sinceridad y verdad". Por tanto, los evangelistas no han intentado dar una exacta relación historiográfica de lo que ha hecho y dicho Jesús (lo que han hecho es una síntesis a la luz del hecho pascual). Nos han contado hechos acaecidos (ciertamente no todos los hechos que acaecieron), que nos son dados según el recuerdo de los testigos directos, movidos por la urgencia y por la necesidad de hacer conocer el marco de fondo del mensaje predicado a cada uno y a las Iglesias. Su anuncio ha sido hecho a la luz de la resurrección y de la venida del Espíritu de la Verdad, que les permitía una inteligencia más completa del misterio de la salvación presente en los hechos narrados. La Dei Verbum ilustra cómo también la lectura y la recepción de la Sagrada Escritura acaece para los cristianos de hoy en el Espíritu. Ha sido escrita en el Espíritu y es necesario leerla, acogerla e interpretarla en el Espíritu; nosotros somos partícipes del don del Espíritu hecho a la Iglesia desde el tiempo de los apóstoles hasta nuestros días. Sólo la experiencia presente de la acción del Espíritu Santo que reviste al cristiano en la fe puede también hoy iluminar, es decir, hacer más abierta y aguda la inteligencia humana para la lectura de la Sagrada Escritura. Sin la experiencia presente de la acción del Espíritu de Jesús, también la Sagrada Escritura se convertiría sólo en un libro del pasado y finalmente nos dejaría indiferentes para nuestra vida. Guardini en el artículo tomado para el volumen colectivo al cual ya me he referido dice "al fin de cuentas, la lectura científica moderna es una cosa que nos deja indiferentes". Es una realidad académica pero que para nosotros los cristianos no tiene ninguna importancia. Esta acción del Espíritu Santo, necesaria en todos los aspectos de la vida cristiana, es necesaria también para la lectura del Evangelio ("Sine tuo numine, nihil est in homine, nihil est innoxium", dice un himno litúrgico). Jesús ya lo había prometido; en la segunda de las cinco promesas del Paráclito, Jesús decía: "Os he dicho estas cosas mientras todavía estoy con vosotros. Pero el Paráclito, el Espíritu que el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas y os recordará todo lo que yo he dicho" y hecho (Jn 14,25-26).

Y debo decir que una lectura cristiana de la Biblia pide dos cosas: referencia a Cristo y referencia también al Espíritu que viene después de la muerte de Cristo. La quinta promesa del Paráclito dice: "el Espíritu de la Verdad os introducirá en la verdad completa" (Jn 16,13). Los exégetas cristianos, a nivel hermenéutico, deberían poner estas palabras de Juan en relación con su actividad exegética: las palabras y los gestos de Jesús transmitidos por la primera tradicción y narrados por los Evangelios, pueden ser reconocidos, acogidos y comprendidos como pertenecientes al misterio de la salvación: Historia y Misterio. Más allá de esta posibilidad la evolución filológica, histórica, arqueológica se vuelve una búsqueda que puede interesar solamente a los allegados a los trabajos. El texto no es más palabra de Dios para nosotros.

Segundo punto: La novedad de la Dei Verbum que me apremia recordar es el énfasis dado a la unidad de toda la Escritura. Un aspecto recordado también por el Card. Ratzinger en su gran conferencia sobre la exégesis moderna en Nueva York en 1987 y retomada en nuestro volumen L'esegesi cristiana oggi: -cito a Ratzinger- "El exégeta debe darse cuenta que no habita en una región neutra por sobre o fuera de la historia de la Iglesia (¡No! Está inmerso en la historia de la Iglesia). Pretender que se pueda acceder directamente a lo que es puramente histórico no puede producir sino corto circuitos. El primer presupuesto —siempre es Ratzinger quien habla- de toda exégesis es aceptar la Biblia como un libro único (esto es lo que hemos ya citado de Hugo de San Víctor del siglo XII). Haciendo esto, la exégesis ya ha elegido una posición que no es el resultado de un acercamiento sólo literario e histórico. El exégeta que hace esto ha comprendido que este texto literario es producido por una historia que tiene su cohesión interna, y que esta historia es el verdadero lugar de la comprensión de la Escritura". También este aspecto es retomado por el Catecismo de la iglesia Católica, que en el n. 134 cita un texto medieval que ya he citado hace algún momento y lo repito ahora aquí: "Omnis Scriptura divina unus liber est, et ille unus liber Christus est, quia omnis Scriptura divina de Christo loquitur, et omnis Scriptura divina in Christo impletur" (toda la divina Escritura es un solo libro y este único libro es Cristo. En efecto, toda la divina Escritura habla de Cristo y en Cristo encuentra su cumplimiento). Entonces se entiende bien: porque toda la Escritura está inspirada por el mismo Espíritu, es que se encuentra por sobre los siglos de la historia. Si aquel libro es inspirado por el Espíritu, es entonces un solo libro en el que se presenta entre nosotros, hombres de la historia antigua y presente, el designio de salvación (no olvidemos que la Dei Verbum es un documento sobre la revelación) narrado por la Biblia, que unifica los setenta autores del texto sagrado en un solo libro, cuyo contenido último, real y actual es Jesucristo.

Tercer punto: el tercer punto demasiado ignorado, sobre el que me parece urgente una reflexión es la unidad entre la Sagrada Escritura y la Tradición. Leo la Dei Verbum n. 9: "La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura están entre ellas estrechamente unidas y comunicadas. Puesto que ambas brotan de la misma divina fuente, forman en cierto modo una cosa sola y tienden al mismo fin". Se trata del famoso problema durante el Concilio de las dos fuentes de la teología. Problema que ha sido superado: las dos fuentes son al fin de cuentas una sola fuente. En este sentido, una recuperación del espíritu con el que los Padres de la Iglesia se acercaban al texto sagrado sería saludable y fecundo también para la exégesis contemporánea, permitiendo leer e interpretar la Sagrada Escritura "a la luz del mismo Espíritu mediante el cual ha sido escrita". Si la letra de la Escritura es inspirada, es decir cargada de Espíritu, el Espíritu está en la letra y por tanto la letra es importante. Hay que notar, sin embargo, que hay densidad del Espíritu en aquella letra para una exégesis que sea al mismo tiempo crítica, respetuosa de los modernos métodos filológicos, históricos, arqueológicos, etc. y abierta a la profundidad contenida en el texto mismo, según la gran analogía del Verbum caro factum est (título de vuestra congregación). Para los autores medievales, el Verbo encarnado era el Verbum abbreviatum (es ésta una fórmula muy bien analizada por el padre De Lubac). Toda la Sagrada Escritura en última instancia es un Verbo único: tantas palabras, en tantos libros, miles de palabras bíblicas y todas esas palabras se remiten al Verbo hecho carne, el Verbum abbreviatum, que es la síntesis de la Escritura, la síntesis de todo lo que Dios quería decir a los hombres.

Es verdad, podría todavía agregar otros dos o tres aspectos; mas es de notar que aquella constitución (la Dei Verbum), un regalo que el Concilio nos ha hecho, no haya sido analizada en el reciente volumen de la universidad de Letrán me deja perplejo, noten los títulos... Esta última referencia que he hecho ahora: la Dei Verbum hoy, sin embargo, Letrán decía la Dei Verbum treinta años después. Por lo tanto me parece que según aquella consideración la actualidad de la Dei Verbum ya ha pasado, quizás habremos hecho en el entretanto muchas cosas, buenas, no cabe duda..., pero no hay ningún análisis preciso de las novedades de la Dei Verbum respecto a la tradición anterior. Esto me parece que nos obliga a reflexionar y a reflexionar bien: ¿Dónde estamos? ¿Y por qué estamos allí? ¿Qué influjo ha tenido en estos diversos acercamientos modernos? ¿Qué nos queda por hacer? ¡Me parece que todavía queda mucho por hacer! ¡Toca a Uds., los jóvenes!

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