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Un año, Paulino, para repensar la Fe

Pablo de Tarso, Apóstol de los gentiles, va a ser traído a nuestras vidas (sin que las haya abandonado nunca hay que decir) para que hagamos memoria de su peripecia vital. De perseguidor pasó a ser perseguido y es, sólo por eso, un ejemplo a seguir, alguien que, muy especialmente, nos hace pensar en nuestra Fe o, mejor dicho, alguien que, como él mismo, nos obliga a repensar nuestra Fe o, lo que es lo mismo, a acercarnos, sin duda, al centro de la misma: Dios, Cristo, el Espíritu Santo.

Como el próximo 28 de junio se iniciará el Año Paulino (que acabará, lógicamente, el 28 de junio de 2009) bien está dar, aunque sea, un pequeño repaso a lo que Saulo (luego Pablo) ha significado para la vida de la Iglesia católica.

Saulo era, sobre todo, un hombre de Fe. Arraigaba en su corazón el amor al Dios de Abraham y eso le llevó a querer hacer cumplir la Ley de Dios (según acabó entendiéndola el pueblo judío) a fuerza de fuerza.

Pero, como es sabido, camino de la persecución (Damasco era su próximo destino después de haber obtenido los correspondientes permisos para poder llevar a cabo tal perseguir) cambió su corazón, hasta entonces de piedra (¡podemos imaginarnos cuál sería su situación espiritual cuando veía como apedreaban a Esteban, el protomártir!) por uno de carne y fue, para siempre, el Apóstol que, superando su inercia natural, supo comprender dónde estaba la Verdad.

Fidelidad al mandato de Cristo

En la Primera Epístola a los de Corinto, Pablo escribe, en explicación de su misión, que «nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles» (1:23)

Por tanto, tenía una razón y una causa muy profundas para cumplir con lo que se le había dicho.

Por eso, a lo largo de su vida quiso transmitir que la Buena Noticia que trae Jesucristo lo era en el sentido exacto de dar perfección a la Ley de Dios («No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» recoge el evangelista Mateo en 5:17) y que tal forma de pensar era, más que nada, una forma de pensar nueva que, partiendo desde la cruz misma en la murió Cristo, abarca, para conformar su Cuerpo, a la humanidad entera.

Y a todo esto fue fiel, hasta su misma muerte, el Apóstol de los gentiles.

Incansable ministerio

Pablo no fue, digamos, una persona que se viniera abajo fácilmente sino que, al contrario, supo afrontar el resto de su vida como cristiano con perseverancia en el amor y en la entrega.

Así, por ejemplo dice, en su Segunda Epístola a los de Corinto, que «Cinco veces recibí de los judíos cuarenta azotes menos uno.

Tres veces fui azotado con varas; una vez apedreado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en el abismo.

Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; trabajo y fatiga; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez» (11-24-27)

Por tanto, ni en la noche más fría ni en el peligro más grave ni en la persecución más triste se arredró y abandonó su camino. Si Cristo, que le habló en el camino de Damasco, sufrió su muerte como la sufrió dando su vida por todos nosotros (por Pablo también) no podía permitir que aquellos «pequeños» inconvenientes le hicieran retroceder en su misión.

Por ejemplo, estando en Antioquia de Pisidia (Hch 13:14) se levantó Pablo de su sitio en la Sinagoga y tras explicar la historia despueblo de Israel, dijo, casi para acabar, que "Era necesario anunciaros a vosotros en primer lugar la Palabra de Dios; pero ya que la rechazáis y vosotros mismos no os juzgáis dignos de la vida eterna, mirad que nos volvemos a los gentiles» (Hch 13:46)

Y demostró, con esto, que cumpliría, de forma incansable, lo dicho por el Señor y puesto en boca del mismo Pablo:»Pues así nos lo ordenó el Señor: 'Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra'" (Hch 13:47)

Apóstol de la unidad cristiana

Pablo, a lo largo de su vida como discípulo de Cristo, mantuvo una indiscutible voluntad: construir el edificio de la unidad para que la doctrina de Cristo no fuera tergiversada por intereses ajenos a la misma.

Así, tuvo que acercarse a Jerusalén (Gálatas 2:1) para transmitir cuál estaba siendo su labor entre los gentiles. Recoge este episodio en su Epístola a los Gálatas: «y reconociendo la gracia que me había sido concedida, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, nos tendieron la mano en señal de comunión a mí y a Bernabé: nosotros nos iríamos a los gentiles y ellos a los circuncisos» (2:9)

No se trataba, como podría pensarse, de establecer una línea que fuera única en la transmisión de la Fe que no admitiera, digamos, otras manifestaciones del Espíritu porque es reconocido por todos los creyentes que el que lo es de Dios se presenta al hombre como la voluntad de Dios tiene a bien. Era, al contrario, un testimonio de Fe universal que llevaba, él y sus más inmediatos seguidores, a los pueblos gentiles, al igual que aquellas «columnas» de la fe (Santiago, Pedro y Juan) lo llevaban a los circuncisos.

Así, el sentido exacto y fructífero de la unidad que Pablo difunde y trata de conseguir se aprecia, a la perfección cuando, en su Epístola a los Romanos, escribe sobre la colecta hecha para los pobres de la ciudad santa: «Pues Macedonia y Acaya tuvieron a bien hacer una colecta en favor de los pobres de entre los santos de Jerusalén. Lo tuvieron a bien, y debían hacérselo; pues si los gentiles han participado en sus bienes espirituales, ellos a su vez deben servirles con sus bienes temporales» (15:26-27)

Es por esto que, ahora que vamos a acercar más a nuestras vidas la figura, personas, obras de Pablo de Tarso, hemos de saber reconocer que su ejemplo es claro y diáfano porque la luz de Cristo purificó su antiguo creer y lo transformó en avanzado hombre defensor de Dios, Padre suyo y nuestro.

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