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Concienciarse para objetar

Se suele decir que tener conciencia de una cosa es manifestar el conocimiento suficiente de la misma como para poder defender, con razones, las ideas que podamos tener sobre ello. Por lo tanto, resulta necesario, por decirlo de alguna forma clarificadora, «amueblar» nuestro cerebro con aquellos que pueda resultar crucial a la hora de la defensa de lo que, como cristianos, no podemos dejar de lado.

La situación que ha provocado, entre padres e hijos, la malhadada Educación para la Ciudadanía (asignatura creada para adoctrinar a las generaciones jóvenes con ánimo medio y largo placista en beneficio de la llamada progresía española)

Sin embargo, no vaya a creerse que las personas que nos consideramos hijos de Dios podemos quedarnos de brazos cruzados. Muy al contrario, los argumentos en defensa de nuestra creencia los tenemos que tener a punto para, en cualquier momento, salir a flote de cualquier crítica a nuestra posición que está sustentada, sobre todo, por la Verdad.

Qué defendemos

Como siempre resulta importante apoyar las ideas que se puedan tener (o las creencias) en algo que, para el ser humano, pueda resultar, digamos, satisfactorio, dice la Sentencia TC 15/1982, de 23 de abril, que: "La objeción de conciencia constituye una especificación de la libertad de conciencia, la cual supone no sólo el derecho a formar libremente la propia conciencia, sino también a obrar de modo conforme a los imperativos de la misma".

Por lo tanto, aquí se habla, sobre todo, de libertad de conciencia.

Internacionalmente hablando, tal libertad se recoge en el artículo 18 de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. El citado texto dice: «Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión»

Pero, como sabemos los cristianos las normas humanas han de ser, digamos, memoria, de la Ley de Dios. Así, Juan Pablo II Magno, en el Mensaje para la Jornada Mundial por la Paz de 1991 dijo que «En efecto, Dios, creando la persona humana, ha inscrito en su corazón una ley que cada uno puede descubrir (cf. Rom. 2, 15), y la conciencia es precisamente la capacidad de discernir y obrar según esta ley, en cuya obediencia consiste la dignidad humana»

Y, por fin, llegando a lo nuestro, el artículo 27,3 de la Constitución Española dice que: «Los poderes políticos garantizan el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus convicciones morales».

Por lo tanto, aquí se defiende, sobre todo, de libertad de conciencia.

Qué no nos gusta de EpC

Dentro de la asignatura adoctrinadora que se quiere imponer, varios son los aspectos que no podemos admitir y que, por lo tanto, nos hace tan contrarios a la misma:

  1. 1.-La formación moral de la conciencia de los alumnos no puede quedar en manos del Estado porque tal organización muestra la tendencia a actuar en defensa de intereses que, muchas veces, no son las de las personas que lo constituyen sino meramente políticos.
  2. 2.- En general, la concepción que del hombre muestra Educación para la ciudadanía choca, frontalmente y sin remedio de acuerdo, solución ni entente cordial, con la concepción que de aquel tiene la Iglesia y, por tanto, sus creyentes en, al menos, los siguientes puntos:
    • Ideología de género: con la misma se está llevando a cabo una verdadera ingeniería social modificativa de los parámetros conocidos de convivencia hasta ahora.

      Sobre esto, el Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, Cardenal Stanislaw Rylko, en una conferencia que ofreció durante el congreso internacional "Mujer y hombre, lo humano en su entereza", organizado por el dicasterio que preside, al cumplirse 20 años de la encíclica Mulieris Dignitatem de, vino a decir que tal ideología es una amenaza para la persona humana ya que presente una confusión de identidades masculinas y femeninas porque lo que se busca es, sobre todo, «una verdadera revolución cultural que busca deconstruir en primer lugar a la persona humana, promoviendo nuevos paradigmas en todos los sectores de la vida social".

    • Homosexualidad: a este respecto, la plataforma HazteOir informa de lo siguiente:

      «La editorial SM también recomienda a los profesores de Educación para la Ciudadanía una Guía de recursos documentales titulada Somos diferentes, somos iguales. Esta Guía contiene títulos de libros como La amada celeste (La destrucción científica de la lesbiana), Cristianismo, intolerancia social y homosexualidad, Homosexualidad hoy, La sociedad rosa o Ali Baba y los 40 maricones, 'un divertido cómic con las diferentes peripecias de la vida cotidiana que les suceden a los inquilinos de una casa, en su mayoría gays».

Además, cuando lo que se pretende es hacer de la homosexualidad un bien moral, algo no funciona correctamente en un sistema educativo que quiere provocar confusión en la mente de personas que están dando forma a su idea del mundo. Cuando desde la escuela se les pretende «educar» en algo que no deja de ser una opción política pero nunca puede ser una opción natural humana, los padres que vemos como nuestros hijos o los hijos de otros padres van a caer en tal trampa educativa no podemos hacer otra cosa que no sea poner las cosas en su sitio porque no nos gusta tal contenido que atenta, claramente, contra nuestra idea del mundo y de la realidad que vivimos.

Qué queremos

En el Mensaje que Juan Pablo II Magno dirigió para la Jornada Mundial de Paz citado arriba, clarificó bastante qué es lo que, en realidad, queremos los cristianos: «Ninguna autoridad humana tiene el derecho de intervenir en la conciencia de ningún hombre. Esta es también testigo de la trascendencia de la persona frente a la sociedad, y, en cuanto tal, es inviolable. Sin embargo, no es algo absoluto, situado por encima de la verdad y el error; es más, su naturaleza íntima implica una relación con la verdad objetiva, universal e igual para todos, la cual todos pueden y deben buscar».

Por lo tanto, lo que, en realidad se demanda es que el ejercicio de la libertad de conciencia pueda ser efectivo y no sólo meramente teórico. Así, no puede considerarse que se pueda llevar a cabo tal libertad si, en realidad, se establece la obligatoriedad de una asignatura en la que se trata de imponer, sobre la conciencia de la persona (alumnos jóvenes) unas ideas que, es muy posible, no sean del gusto ni de los mismos jóvenes ni, sobre todo, de sus padres, que son los únicos que tienen derecho a discernir entre una u otra formación de la conciencia.

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