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¡VA A SER QUE NO! Lo siento

Cuenta el Génesis que un día Noé, cuando bajaron del arca después del diluvio y se establecieron en tierra firme, comenzó a labrar la tierra, y plantó una vid; y bebió del vino, y se embriagó, y estaba descubierto en medio de su tienda. Y Cam, padre de Canaán, vio la desnudez de su padre, y lo dijo a sus dos hermanos que estaban afuera. Entonces Sem y Jafet tomaron la ropa, y la pusieron sobre sus propios hombros, y andando hacia atrás, cubrieron la desnudez de su padre, teniendo vueltos sus rostros, y así no vieron la desnudez de su padre.

Pocas veces en la historia de la Iglesia se había visto un ataque tan descarado y sistemático hacia los obispos como el que estamos sufriendo en estos últimos años en nuestra querida España.

Pero, lamentablemente, no solo existen ataques a la jerarquía desde fuera, desde aquellos que se autoproclaman ateos (Que no los hubiera seria extraño; significaría que la iglesia no cumple con su misión), sino que estamos presenciando que, a veces, los ataques a los obispos, a cualquier obispo, provienen también de quienes se presentan como verdaderos fieles católicos, incluso a veces, como defensores de la ortodoxia.

No es mi intención darle consejos a nadie, seria pretencioso de mi parte y además inútil .Solo me permito una sugerencia dirigida a los que de verdad se preocupan por la salud de la Iglesia y de su jerarquía: los remedios a las flaquezas humanas están en el Evangelio desde hace 2.000 años. Si de verdad queremos ayudarles necesitaremos la oración y el sacrificio perseverantes por los demás, y muy especialmente, por quienes tienen más responsabilidades. Y si se considera necesaria, una cariñosa y sincera «corrección fraterna», como se define en el evangelio.

Creo haber leído en los Hechos de los Apóstoles, que San Pedro provocó un gran escándalo cuando por miedo a los judíos no quería relacionarse con conversos. Y no se si fue San Pablo o Bernabé quien anta tal hecho no convoco una «rueda de prensa» ni recurrió a las «cartas al director», ni utilizo los «medios de comunicación» de entonces para difundir sus sanas opiniones. No hizo eso, no. Se dirigió personalmente a San Pedro, eso si, delante de los demás Apóstoles, y con toda la razón y con todas las razones, le afeo su conducta, y consiguió su rectificación.

Sin escándalos, sin divisiones, sin humillaciones, con cariño y con un resultado mucho mas efectivo.

El que tenga oídos para oír que oiga.

De la misma manera que entonces, es bien cierto que los pastores, en este caso particular los obispos, todos y cada uno de los obispos, no están exentos de las flaquezas humanas, como ningún cristiano lo está. Por eso necesitan la ayuda del Espíritu Santo para cumplir fielmente su misión cada día y además necesitan especialmente la ayuda de su grey para cubrir su desnudez y evitar las burlas de los que puedan dejar sus miserias al aire.

Todo ello sin dejar de reconocer que todos, pastores incluidos, debemos aspirar a metas mas altas.

Es verdad que, como señalaba esta misma semana Benedicto XVI, el maestro ideal tiene que ser «humilde, conocer a los fieles y adaptarse a su situación para que su acción pastoral sea eficaz...'predicador' por excelencia; ejemplo para los demás, de forma que su comportamiento pueda constituir un punto de referencia para todos». Pero, los cristianos corrientes, no debemos comprometerles ni juzgarles con ironía, ni siquiera en aquellas cuestiones que no forman parte del magisterio.

A pesar de que las consideremos «imperfecciones» o «salidas de tono», como buenos hijos que deberíamos ser, tenemos la responsabilidad de ser fieles y ayudarles a evitar la rutina y la soledad en la lucha por su santidad personal en el ejercicio de su ministerio. Y lo que es muy importante, tenemos la obligación de compartir con ellos sus penas, sus alegrías, su cansancio; animarles en la dificultad, acompañarñes y aconsejarles en los momentos de duda, ... En definitiva, hacerles saber que estamos a su lado y que como bien dice el Libro de los Proverbios, «el hermano ayudado por sus hermanos es fuerte como ciudad amurallada».

Siento tener que decir, lo siento de veras, que me duele ver como en plena primavera de la Iglesia, todavía nos quedan ramalazos del clericalismo de antaño. Por una parte, exigimos para nosotros la libertad de expresión. Y por otra, nos llevamos las manos a la cabeza cuando vemos a un miembro del Cuerpo Episcopal ejercer ese derecho en temas muy opinables.

Y es esto que se le llama autonomía, amplitud de miras, libertad , una de las cosas que me gusta de la Iglesia. Que cada uno de nosotros, sacerdotes, obispos, laicos, religiosos,.... tenemos la libertad necesaria para pensar, hablar y tomar las decisiones que nos parezcan más oportunas en todo lo que se refiere a nuestra vida social, familiar, política y cultural.

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