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Cuerpo de Cristo y Eucaristía

Cuando decimos, los cristianos, que por filiación divina, nos corresponde la herencia que Dios quiera dejarnos, no hacemos otra cosa que no sea reconocer que, a pesar de los pesares, nos sentimos parte de la Iglesia y eso nos hace dar pasos que, de otra forma, no daríamos.

Se dice que la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. Y nosotros los que constituimos la Iglesia, las piedras vivas que le dan forma, hemos de ser, por evidente lógica, una parte fundamental de tal cuerpo.

Dice el Mensaje que la Comisión Episcopal de Pastoral Social había preparado para el pasado día 25, del Corpus Christi, que «la festividad del Corpus Christi nos invita a entrar en el corazón del misterio de la Eucaristía que se ha de creer, celebrar y vivir».

Creer en la Eucaristía

Para creer en la Eucaristía es necesario, imprescindible y obligado para un cristiano aceptar que Cristo está presente en la Santa Misa pues de otra forma queda vacío el sentido de la misma.

Cuando Jesús dijo aquello de "Yo soy el pan de vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, el que crea en mí no tendrá nunca sed" (Jn 6:35) nos dejó claramente fijado el camino para alcanzar el definitivo Reino de Dios.

Presente, pues, en las especies pan y vino, su carne y su sangre (por mucho que se asustaran las personas a las que les dijo tal realidad, incomprensible para ellas, espiritual) nos transmiten lo que, en realidad, supone, el alimentarse de Él.

Creer es confiar. Confiar en Cristo es aceptar su presencia divina en la Eucaristía. Así se goza con tan misterioso hecho pero se comprende que la última cena no fue, sólo (y como se dice por aquellos que quieren quitarle importancia) una simple reunión sino que en ella se estableció el memorial según el cual traemos a Cristo a nuestras vidas en la Casa de su Padre.

Ante los intentos de hacer que la Eucaristía pierda importancia y quede, un poco, marginada de la comprensión religiosa, bien podemos hacer presente aquellas palabras de Cristo ante la posible huida de sus discípulos que no eran capaces de entender el último significado de aquellas expresiones de comer su cuerpo y beber su sangre. Dice san Juan que Jesús les dijo "¿También vosotros queréis iros?". Y Pedro responde: "Pero Señor... ¿con quién nos vamos si sólo tú tienes palabras de vida eterna?" (Jn 6: 67-68)

Creer, pues, en la Eucaristía es creer, en definitiva, en Cristo porque sin Él carece de sentido, el fruto de su Resurrección sería la nada y la vida eterna un sueño.

Celebrar la Eucaristía

Es, en sí misma, la Eucaristía, una fiesta, un gran acontecimiento donde recordamos algo que pasó hace mucho tiempo pero que traemos al presente (al que ha sido a lo largo de los siglos desde que Jesucristo la instituyó) porque necesitamos conmemorar aquellos hechos con los que quedamos salvados por la sangre de nuestro hermano Jesús.

Por eso, la celebración de la Eucaristía es hacer memoria del mismo Cuerpo de Cristo y, por tanto, alabar su presencia para, con ella, gozar de la nuestra en el mundo.

También veneramos, en la Santa Misa, sacrificio digno de quien lo admitió, y respetamos, en el grado más alto que pueda concebir corazón humano, que los miembros de Cristo sufrieran el martirio que nos dio la vida (y no por egoísmo sino por humana admiración de la aceptación del mismo) y el perdón salido de sus labios para cumplir la voluntad de Dios. Aquel «no saben lo que hacen» no era, tan sólo, una manifestación de comprensión humana (¡tan incomprensible para muchos!) sino una reclamación, al Padre, de misericordia por su parte.

Tal es así que la celebración que hacemos de la Eucaristía es una que lo es de alegría para nuestro corazón y tal nos merece, como hijos de Dios y como hermanos en la Fe, máximo amor y disfrute.

Vivir la Eucaristía

Pero no sólo creemos en la Eucaristía y la celebramos (que es ya es mucho según los tiempos de anticlericalismo que corren) sino que, además, gozamos de vivirla de una forma que es, digamos, puramente interior pero con reflejo en nuestra vida en relación con el prójimo (a quien debemos amar como a nosotros mismos, como sabemos y ¿hacemos?)

Sobre esto, el día 9 de septiembre de 2007, en una Misa dominical celebrada, por Benedicto XVI, en la Catedral de San Esteban, en Viena, dijo que «celebración eucarística dominical debe ser para todos los cristianos una necesidad interior y no solo un precepto»

Por tanto, la Santa Misa no ha de ser, si es que nos queremos seguir llamando hijos de Dios, algo a la que acudimos para dar cumplimiento (cumplo y miento) a nuestra fe. Se trata, al contrario, de una vivencia interior, de un gozo profundo, de un existir en nosotros que no podemos despreciar porque, con franqueza lo decimos, estaríamos desperdiciando el fruto del Amor de Dios para con nosotros.

Recordó, el Papa, en la Eucaristía citada, la respuesta que dieron los cristianos que fueron «sorprendidos» celebrando una Eucaristía en Abitinia, en el norte de África —hoy Túnez- (que era, entonces, actuación contra a la ley pagana): «Sine dominico non possumus» (sin el domingo no podemos). Era, aquella, una forma de manifestar la necesidad que tenían de vivir la Eucaristía sin la cual, efectivamente, sentían sus corazones vacíos.

Y eso es lo que, exactamente, nos concierne a nosotros: vivir la Eucaristía, celebrar la Eucaristía y creer en la Eucaristía porque el Cuerpo de Cristo está presente en ella; y en ella, Dios.

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