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La herencia del 68

París, tres de mayo de 1968. A lo largo de la mañana se van reuniendo estudiantes universitarios en la plaza de la Sorbona como muestra de apoyo a Los Ocho de Nanterre. Este grupo había sido arrestado días antes por protestar contra la guerra de Vietnam en la Universidad de Nanterre. Los ánimos se fueron calentando y las protestas de los estudiantes terminaron en una batalla campal contra la policía en las calles del barrio latino de París. Así se iniciaron las revueltas de Mayo del 68.

La rebelión estudiantil y las huelgas masivas de trabajadores sorprendieron en un mundo que parecía no necesitar de cambios. Tras más de veinte años del fin de la segunda guerra mundial, la democracia en Francia parecía consolidada y el país gozaba de un crecimiento económico sostenido. Difícilmente podían presagiarse los trágicos hechos de aquel mes.

Si bien la situación social se regularizó pronto, el auténtico impacto de la revolución del mayo francés fue de índole cultural. Las paredes de la ciudad se llenaron de pintadas y lemas que expresaban un sentir de cambio. Dos palabras sintetizaron el mensaje sesentayochista: Prohibido prohibir. El eco de este lema todavía resuena hoy: la poca estima de la cultura del esfuerzo y la alergia a la disciplina entre los jóvenes son dos botones de muestra.

Ciertamente, la propuesta radical del 68 estuvo muy influenciada por los sectores anarquistas. Sin embargo, aquellos estudiantes lucharon por transformar la sociedad en sus fundamentos. No estaban pidiendo simplemente la abolición de los exámenes o la eliminación de los patrones. En el fondo había un rechazo a cualquier forma de autoridad.

Munich, uno de octubre de 1968. Fallece Romano Guardini rodeado del afecto de numerosas personas que habían descubierto en sus clases y en sus libros respuestas orientadoras para la propia vida. En sus casi 40 años de docencia universitaria, Guardini abordó las grandes cuestiones del siglo XX en un contacto intelectual fructífero con sus alumnos.

Una de esas cuestiones fue el ejercicio de la autoridad. Aunque el contexto alemán de entreguerras fue bien distinto al francés de los años sesenta, Guardini pudo sentar las bases intelectuales para ofrecer luz en una cuestión de perenne actualidad. La reflexión y el diálogo con los estudiantes le condujeron a descubrir que el sentido de la autoridad está vinculado con la capacidad de promoción. Y distinguió entre mando y autoridad, de acuerdo con su origen etimológico. El mando (o potestas en latín) dispone de poder coercitivo. A su vez, la palabra autoridad procede del verbo latino augere, que significa promocionar. De ahí que, propiamente hablando, alguien tiene autoridad sobre otra persona cuando es capaz de promocionar al otro hacia niveles superiores en algún aspecto.

La Universidad ofrece conocimientos y una preparación técnica que ayudarán a los estudiantes a abrirse camino en su futuro profesional. Se trata, sin duda, de una forma de promoción. Pero Mayo del 68 nos recuerda que quizá eso no sea suficiente. Los años universitarios constituyen un momento privilegiado para el desarrollo intelectual que permita descubrir a cada estudiante lo que le promociona de modo auténtico y a crecer como persona. Se trata de ayudar a reflexionar sobre lo bueno y lo noble, y distinguirlo de lo vulgar y engañoso.

Ésa fue la misión de Sócrates. Su tarea pedagógica es uno de los fundamentos de nuestra civilización occidental. Al apoyarse en el «sólo sé que no sé nada», Sócrates acompañaba a su interlocutor en una búsqueda honrada de la verdad. El auténtico maestro es el que logra que el alumno saque lo mejor de sí mismo, no a base de imponer reglas o prohibiciones, sino sabiendo proponer lo que eleva a cada uno.

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