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De vuelta al mito de la cigüeña

El mes de noviembre de 2007 participé en un congreso organizado en Roma sobre el tema de «Ontogénesis y vida humana». Pude apreciar por primera vez en mi vida a embriólogos, médicos especialistas, filósofos y abogados exponiendo y debatiendo sobre este tema de tanta actualidad. ¿Cuándo, cómo y por qué podemos hablar de vida humana en el desarrollo embrional?

Como a muchos hombres de nuestra época, estas cuestiones sobre el origen de la vida humana suscitan mi interés. En mi caso, este interés es personal, pero también —digámoslo así— colectivo, pues en el trabajo, como educador de jóvenes, he podido ver el surgimiento de muchas preguntas e inquietudes en ellos, a las cuales no siempre se tiene una respuesta, una explicación.

Así pues, en medio de todos estos hombres de ciencia, yo me encontraba como un simple educador, con la mente fija en aquellos rostros juveniles que te salen todos los días al paso con un «por qué» en mayúsculas dibujado sobre sus frentes.

Estos párrafos son las reflexiones de un padre, de un profesor que debe adaptar el discurso científico al mundo de los jóvenes. No se trata de abajarlo, sólo se trata de ponerle a una altura tal que el joven, pudiendo tomarlo, deba empinarse.

Debo decir que entré a este congreso con una grande confianza y aprecio por la ciencia, y salgo con la misma estima o aún más. Actualmente, la ciencia tiene una capacidad descriptiva única que nos acerca a lo más grande y lejano y nos sumerge en los abismos de los más íntimos misterios de la vida.

Cuando los científicos explicaban el desarrollo del embrión humano con tanta exactitud y detalle, yo decía para mis adentros: «Esto fue lo que pasó en las primeras horas de mi vida». Era como si volviera a nacer, como si viera con mis padres las fotos de mi entrada en el tiempo y en el espacio. Sí, ninguno de nosotros puede negar que los primeros momentos de su existencia tuvieron lugar y tiempo allí. Si no hubiéramos estado allí, nunca hubiéramos estado aquí.

El primer momento de la vida humana despertó en mí un gran interés. El encuentro del ovocito con el espermatozoide, une lo mejor del amor de los padres. Este encuentro es como un big bang humano, la historia de la creación repetida en cada uno de nosotros.

En seguida se constituye el genoma humano, el plano, la hoja guía de cómo será esta persona. Aquí, papá y mamá ya no pueden decidir. El hijo «ya ha tomado su primera decisión», pero aún es frágil y no puede vivir sin la madre.

Comienza su peregrinación hacia el útero, una distancia enorme para aquel diminuto ser humano. Si algún día llega a ser campeón de atletismo sabrá dónde corrió su primera prueba y su madre estará allí para aplaudir como testigo de su esfuerzo.

¡Cómo me gustaría experimentar y sentir lo que una madre siente en estos primeros días! Sobre todo esta comunicación que se entabla, este silencio locuaz: el hijo que llega a la meta y hace percibir a su mamá ese «ya estoy aquí».

Y en todo este desarrollo del ser humano, la ciencia nos acompaña para contemplar el ir y venir de información entre células, esta comunicación tan activa, siguiendo siempre fielmente el plano del genoma humano.

El reloj no se para, la obra tampoco. Cada movimiento está previsto, cada paso es importante. Es lógico, se trata de un ser humano, el ser más perfecto y complejo que jamás ha existido. Todas estas observaciones de las primeras etapas de la vida, las que tenemos y las que vendrán, sólo podrán mostrarnos que el origen de la vida es un «milagro».

Ahora comprendo a la ex-ministra francesa de Salud, Simone Veil. Ella, que legalizó el aborto en 1975, se expresaba así ante las cámaras de France 2 el pasado mes de julio: «Es cada vez más evidente, científicamente, que desde la concepción se trata de un ser vivo». Una afirmación aún insuficiente, una oscilación más del péndulo en torno a la verdad.

Ahora bien, hay algo que a duras penas podré explicar a los jóvenes: ¿cómo confrontarme a ellos después de una explicación científica clara y darles una conclusión como aquella a las que llegamos hoy: el embrión es un racimo de células, un conjunto de procesos, una masa viviente?

Llamar a algo «racimo de células» y luego explicar que de allí sale un hombre, no es para mí la tarea más fácil en cuanto educador. Y así me encuentro ante varias soluciones: puedo atraer su atención sobre otros aspectos más periféricos del problema, o simplemente evitar el tema.

Puedo mentir y, en este caso, llamar al orden caos, explicando el paso de uno al otro por obra de un nuevo sortilegio, el «surge». O, finalmente, rendirme ante la realidad del hecho y afrontarlo como educador, es decir, excavar, fatigarme un poco e ir en profundidad.

Y atención, cuando digo «profundizar» no me refiero a la tentación de algunos jóvenes profesores que quieren aclarar contenidos con más contenidos. En este caso, el señor WWW ya nos ha ganado la carrera. Profundizar es encontrar la razón última, el sentido y la orientación de las toneladas de información que nos aplastan diariamente. Para los estudiantes de nuestros tiempos, más vale una razón que mil datos de estadística.

Así pues, ante el origen la vida humana, yo no puedo decir a mis estudiantes que mil 758 células+un corazón+dos pulmones=vida humana. Tampoco les podré decir que son necesarias 336 horas y un proceso de diferenciación para que un hombre tenga derecho a vivir.

Este «conjunto de células» presenta una secuencia ordenada, una comunicación y una interacción que nos hablan de orden y armonía, de la unidad perfecta de unas partes en torno a un principio de vida. Desde el encuentro del espermatozoide y el ovocito se puede asistir en tiempo real al surgimiento de una nueva vida. Y este diminuto ser humano sabe bien que ya está aquí, en el tiempo y en el espacio.

Cada segundo, cada minuto avanza en su desarrollo. La unidad y la continuidad del proceso son perfectas. Cada etapa a su tiempo, pues el hombre no es primero adulto y luego adolescente. Aquí ya están presentes las características de todo ser humano: unidad, coordinación, continuidad y gradualidad.

Y si bien el genoma es la hoja de ruta, los planos no son inteligentes. Hace falta un arquitecto. ¿Quién es? La madre... ¿pero cómo podría ser ella si pueden pasar horas sin que ella se entere de la llegada de su hijo?

Su hijo no es un órgano más que viene a completar algún proceso de su cuerpo. Está en ella, pero no es ella. Este pequeño cuerpecito ya goza de una autonomía e identidad que le son propias. Y sobre todo, este cuerpecito ya tiene un alma. ¿Un alma? Sí, un alma espiritual. Atención con este término.

En cuanto educador, no puedo olvidar que estoy hablando a jóvenes que piensan y hablan como se piensa y se habla en nuestro tiempo. Lo digo porque en una ocasión, hablando del alma espiritual humana, vi una mano levantarse con mucha vehemencia. Interrumpí mi clase y di la palabra a aquel chiquillo de no más de 13 años. Una grande pregunta le había asaltado:

—Señor profesor, ¿usted cree en los vampiros?

Más tardó en terminar su frase que en enrojecer a causa de las risas. Pero esta pregunta me hizo comprender que al hablar a los muchachos del alma inmaterial e invisible entramos en un mundo que les es extraño y oscuro como el de los espectros de las películas de Drácula. En su propia experiencia personal, esto ha desaparecido.

Hoy, resulta más normal contarles a los jóvenes que Harry Potter hizo aparecer una araña con su varita mágica para asustar a sus amigos, que decirles que todos los hombres tenemos un alma espiritual. Así las cosas, ¿cómo hablar del sentido de la vida a nuestros jóvenes?, ¿cómo hablar de su origen y de su fin?

Como educador uno se siente traicionado cuando las realidades más evidentes de nuestra vida cotidiana se meten en la categoría de lo opinable. Ya no hay realidades humanas racionales. Hemos creado la categoría de lo oscilable. Ya no se dan razones, sólo se oscila en torno a la verdad central del «todo es relativo». Incluso el dato científico es interpretado al son del vaivén del péndulo.

En un lapso de varios meses los jóvenes pueden escuchar noticias que van en todas las direcciones, sin lograr ver claro dónde quedó el norte. «Que se prohibió el aborto en el estado de Dakota del Sur. Que cinco mutuales suizas propusieron una reducción a los clientes que renunciaran al aborto o a la fecundación in vitro y diagnóstico prenatal. Que en Inglaterra se alargó más el periodo legal de la interrupción del embarazo y se permitió, por primera vez, experimentar con embriones híbridos. Que el creador de Dolly no quiso llevar adelante sus investigaciones sobre la clonación con embriones humanos y que prefirió sumarse a los nuevos descubrimientos japoneses, por ser más éticos».

Y éstos son sólo unos pocos ejemplos. En esta nube de polvo y de confusión, vienen los cazadores a la emboscada. Con tristeza, una película como «Cuatro meses, tres semanas y dos días», del realizador rumano Cristian Mungiu, recibe el Premio de la Educación Nacional en Francia y se proyecta en todos los liceos de este país al inicio del año.

No pongo en duda su valor artístico, fiel reflejo de la lucha por la libertad en un sistema comunista totalitario. Lo que me inquieta es que se presente el aborto como una condición necesaria de todo régimen que respete la libertad.

Las jóvenes de los liceos franceses se sienten aduladas por esta alta consideración de la dignidad de la mujer. Se ve que nunca han escuchado, y seguramente nadie les hablará de aquella famosa intervención del doctor Gunta Lazdane, consejero europeo de la OMS.

En el Global Population Forum de 2004, afirmó que el 20 por ciento de las muertes maternas se deben al aborto, incluso en situaciones donde el aborto es legal. Y añadía: «la pregunta que hay que hacerse es si el aborto sin riesgo es realmente sin riesgo».

Y en este mar de opiniones y de leyes, ¿quién tiene razón? Si en nuestra labor educativa no tomamos al hombre completo en su unidad y en su totalidad; el hombre, cuerpo y alma, corazón y consciencia, intelecto y voluntad, las opiniones van a seguir desfilando ante nuestros ojos en una proporción infinita, cuanto más que las posibilidades técnicas alargan las posibilidades y la envergadura de nuestros actos.

En el ir y venir de tantos puntos de vista, no resultaría extraño que algún día alguien proponga el regreso al mito de la cigüeña. Total, su validez dependerá del número de adherentes.

Ahora en...

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