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Los laicistas y la procesión del Corpus

La asociación «Alternativa Laica» de Toledo ha solicitado a las autoridades de dicha ciudad que se abstengan de desfilar en la procesión del Corpus Christi el próximo domingo día 25 de mayo. Según la asociación laicista, la ausencia de autoridades hará vigente el cumplimiento de la neutralidad del Estado en materia religiosa, servirá para no identificar y confundir el poder civil con la religión católica, al tiempo que nos recuerda que las autoridades actúan como representantes de todos los ciudadanos.

No tendría yo ninguna dificultad en aceptar las reivindicaciones laicistas de la citada asociación si el objetivo de semejante propuesta se dirigiese a denunciar el triunfo de la máscara en menoscabo de la verdad, la demagogia del político en cada nueva situación, si se exigiese un lenguaje y una praxis de coherencia a hombres públicos apartados de Dios y de la Iglesia. ¿Qué significa un hombre ateo en una procesión donde se expone la presencia de lo divino en la cultura y la vida de un pueblo o de una ciudad? ¿Qué sentido tiene la procesión del Santísimo por las calles para el hombre que se desentiende de Dios y lo reduce a la medida de sí mismo? La gloria de Dios llena la tierra para el hombre que camina en la fe, para todo aquel que responde a un Dios presente no sólo en la debilidad, en el límite o la frontera, sino en el centro mismo de la vida del hombre.

Creo, sin embargo, que la finalidad de cualquier asociación laicista sólo consiste en una amenaza totalitaria, de cuño rancio y anacrónico, una coacción inmoral y sectaria al Estado en su pretensión de privatizar forzosamente la religión y la fe de los ciudadanos. Se asume así una comprensión secularista de la democracia y del Estado de derecho. Los laicistas postulan una concepción sesgada y estrecha del principio de separación entre la Iglesia y el Estado, según el cual la neutralidad del segundo lleva a la ignorancia de la primera. Confunden neutralidad o imparcialidad con neutralización o exclusión, con un notorio desprecio, acompañado de una intolerancia nefasta. La finalidad sólo es amputar la expansión pública de la fe, generando conflictos y particularismos obtusos y veleidosos, haciendo incompatibles el Estado aconfesional y la religión pública.

Cualquier asociación laicista tiene un problema de ebriedad ideológica de fondo, y es la persistente obstinación, fruto de un atavismo cultural orgánico, de continuar situando al mundo religioso, a la cultura católica, en el ámbito privado. Ya lo dijo Zapatero en el año 2006 en unas conversaciones con el intelectual ateo Flores D'Arcais: «en las sociedades modernas, la fe pertenece a la esfera de lo privado». Fruto de la madurez del «hombre íntegro» y de convicciones que según el Rey es el presidente del gobierno, en España se viene impulsando el laicismo desde el mismo ordenamiento jurídico, a pesar de no ser una reivindicación ciudadana importante y estar limitado a grupos laicistas poco representativos. Se intenta imponer el laicismo por una decisión ideológica-política, convirtiendo las demandas de grupos residuales en una parte de la agenda política gubernamental.

Los laicistas españoles, continuadores y representantes de un poder político y cultural nacional anticatólico, son herederos de la cultura liberal y socialista de los dos últimos siglos de la vida española. Sueñan con actualizar y reactivar un modelo francés de laicismo donde exista una estricta separación entre el Estado y la Iglesia, así como una absoluta privatización de la religión. Son progenie de Giner de los Ríos, en su aspiración de instaurar la República, en su afán por hacer valer una moral laica como fundamento del vínculo social y lograr la escuela pública laica con la exclusión de la religión.

España debe superar el viejo laicismo, tan demandado con reverencia por Peces-Barba, de la total separación entre lo público y lo privado. La fe no puede ser eliminada de la cultura. La religión es un hecho público que fecunda y enriquece la cultura colectiva de la nación española. No es posible ignorar la importancia pública de la religión y de la Iglesia católica dentro de la nación, al tiempo que se sobredimensiona la cultura laicista y el peso social de las organizaciones laicistas. La procesión del Corpus no hace sino visibilizar la normalidad en la vida democrática, la entera compatibilidad entre Estado aconfesional y religión pública.

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