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La última patraña

Cuando estudiaba en la Universidad de Barcelona a principios de los 70, me resultó atractivo el movimiento estudiantil contra el régimen de Franco, controlado por la Liga Comunista Revolucionaria de cuño trotskista. En cambio, el marxismo me resultó siempre soporífero. Cuando me asomé a Marx me pareció todo ello una patraña, incapaz de dotar de sentido mi experiencia vital.

Viene este recuerdo a mi memoria por la reciente lectura en Claves de Razón Práctica del Alegato contra la religión del antiguo trotskista británico Christopher Hitchens, en el que intenta persuadir a sus lectores de que han de abandonar sus creencias religiosas porque «las ciencias de la crítica textual, la arqueología, la física y la biología molecular han demostrado que los mitos religiosos son explicaciones falsas y artificiales». Llama la atención cuánto han proliferado tantos libros de proselitismo pseudo-científico antirreligioso por parte de quienes han ido dando tumbos ideológicos de acá para allá.

A quienes nunca hemos sido marxistas ni hemos apoyado ningún tipo de totalitarismo, esas defensas del ateísmo, supuestamente bienintencionadas, no pueden menos que revolvernos las tripas y el corazón. ¿Por qué pretenden imbuirnos de su paganismo? Si piensan que el cristianismo no es más fiable que los horóscopos, ¿por qué invertir esfuerzo en atacarlo? Lo que les pasa es que lo único que les queda del marxismo es su hostilidad contra la religión.

A finales de los 80 fui a la ciudad ucraniana de Lviv, que tiene cerca de un millón de habitantes. Visité su catedral católica transformada entonces en Museo del Ateísmo. Entre las piezas que se exhibían había una estatua de la Virgen en la que habían instalado por detrás un ingenioso mecanismo para verter agua de modo que simulara unas lágrimas: se enseñaba aquel artilugio a los alumnos de los colegios que visitaban el centro, explicándoles que así fabricaban sus «milagros» los católicos.

La pasada semana viajé a México y aproveché la ocasión para visitar la casa de Leon Trotsky, en la que en agosto de 1940 fue asesinado con un piolet por el catalán Ramón Mercader. Aquella sangrienta ejecución de un líder revolucionario por orden de Stalin reforzaba mi amarga impresión de que el comunismo es una ideología que llena a los seres humanos de odio y de una profunda tristeza.

En contraste, el cristianismo es una religión alegre que pretende ensanchar el horizonte de nuestras vidas, llenándolas de sentido, de amor y de servicio a los demás. Quienes han sido marxistas deberían dedicar su esfuerzo a intentar comprender cómo fueron captados por esa siniestra ideología en vez de empeñarse en persuadirnos de que tenían razón al menos en su hostilidad a la religión: a mí y a otros de mi generación, ese ateísmo militante nos parece la última patraña del marxismo.

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