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Compartir la Verdad

Cuando Jesucristo envió a sus discípulos a transmitir la Palabra de Dios al resto de los mortales, los convirtió, en ese preciso momento, en comunicadores, aunque muy especiales por ser la causa la que era. Aunque algo más que meros transmisores de un mensaje que habían aprendido, aquellos otros nosotros sintieron esa obligación que, a lo largo del resto de sus vidas, iba a constituir su misión.

Aunque desde entonces hayan pasado muchos siglos y algún que otro milenio, la verdad es que hoy día, ahora mismo, en este siglo XXI, nosotros también estamos obligados a transmitir una verdad, la Verdad porque todos tenemos algo de comunicadores sociales ya que, de una manera o de otra, muchas personas, participamos de los medios de comunicación que nos acercan, ahora más que nunca, la Palabra de Dios y su doctrina hasta nuestras casas, directamente al corazón.

Rotas las barreras tecnológicas que hacían lenta la transmisión de la Fe ahora ya no hay excusa alguna para alegar, por una parte, desconocimiento y, por otra, falta de campo donde trabajar.

Y es que, aunque el próximo 4 de mayo se celebre la Jornada Mundial (la que hace XLL) de las Comunicaciones Sociales y esté referida, tal Jornada, lógicamente, a los medios de comunicación, todos estamos, en una manera no desdeñable, implicados en compartir la Verdad habiéndola, antes, como dice Benedicto XVI en el propio título del Mensaje para este año 2008, buscado.

Buscar la Verdad

Aunque Benedicto XVI se dirigiera a un grupo de periodistas, reunidos en el Aula Pablo VI el 23 de abril del año 2005, bien podemos aplicarnos a nosotros mismos aquellas palabras y que decían que «Buscar la verdad es condición para responder al Plan de Dios» pues difícilmente se puede llevar a cabo una tal respuesta si no sabemos, ciertamente, de qué se trata.

¿Y dónde está la Verdad? porque hoy día resulta un tanto dificultoso, entre las brumas del presente, llegar a discernirla.

Sobre esto, en la Bendición de la Carta Encíclica Veritatis splendor dice Juan Pablo II Magno que «El esplendor de la verdad brilla en todas las obras del Creador y, de modo particular, en el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1, 26), pues la verdad ilumina la inteligencia y modela la libertad del hombre, que de esta manera es ayudado a conocer y amar al Señor. Por esto el salmista exclama: «Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor!' (Sal 4, 7)».

Por tanto, no resulta, no debería resultar, difícil, encontrar, al menos, el rastro que la verdad ha ido dejando a lo largo de la historia del hombre: está en la naturaleza, la creación de Dios que, en su misericordia, quiso entregar a su imagen el fruto de su amor; está en el mismo ser humano (semejanza de Dios) y, por tanto, en nuestros semejantes (los prójimos a los que hay que amar como a nosotros mismos)

Y tenemos, para hacer tal cosa, en primer lugar la libertad para querer encontrar la verdad y, además, la inteligencia para hacer producir los talentos que Dios nos ha donado porque no quiso que creciéramos llevados, exclusivamente, por nuestros instintos animales y nos infundió ciertas posibilidades que, por desgracia, muchas veces no queremos hacer prosperar a veces por conveniencia y a veces por miedo.

Pero la Verdad de todas las verdades es, como sabemos, la tan ansiada vida eterna en la que disfrutaremos, de forma definitiva, del Reino de Dios. Es en tal meta (aunque muchas veces se haga de menos porque, en un mundo material como el que nos ha tocado vivir, la eternidad no puede verse ni tocarse) en la que podemos centrar nuestra búsqueda.

Ya sabemos la pregunta que le hizo, a Jesús, el joven rico : «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» (Mt 19, 16) porque, en realidad, la verdad que encierra tal posibilidad, era, y es, algo a lo que se aspira (en cuanto se tiene conciencia de lo que eso significa) y es, por decirlo pronto, el gran negocio que tenemos en esta vida en la que peregrinamos con la Iglesia.

Y es en la misma Carta encíclica citada antes donde se encuentra una buena respuesta a nuestra búsqueda: «Si queremos, pues, penetrar en el núcleo de la moral evangélica y comprender su contenido profundo e inmutable, debemos escrutar cuidadosamente el sentido de la pregunta hecha por el joven rico del evangelio y, más aún, el sentido de la respuesta de Jesús, dejándonos guiar por él. En efecto, Jesús, con delicada solicitud pedagógica, responde llevando al joven como de la mano, paso a paso, hacia la verdad plena» (Vs 8)

Y, así, hemos encontrado la Verdad.

Comunicar y compartir la Verdad

El arzobispo de Madrid, cardenal don Antonio María Rouco Varela, en la homilía de la Eucaristía del pasado 20 de abril dijo que «Es imprescindible que los propios comunicadores o los propios destinatarios de la comunicación social pues sepan que toda la vida y toda nuestra vida tenemos que construirla sobre esa piedra angular que es Cristo sobre la que hay que edificar la existencia humana, la personal, la social, la del pasado, la del presente y la del futuro, pues más accesible sin más a la pura forma y modo de conocer humano, y que necesita y precisa de la luz de la fe».

Por tanto, compartir la Verdad consiste, pues, en primer lugar, en reconocerla. Una vez reconocida comunicarla es, en tal sentido, compartirla porque no podemos dejar la luz escondida debajo el celemín (Mt 5, 15) sino que, muy al contrario, hemos de ponerla donde pueda verse.

Por eso, al igual que hicieron los discípulos de Emaús volviendo a Jerusalén para comunicar a los demás que habían visto a Jesús y que lo habían reconocido al partir el pan, hemos de hacer nosotros cuando seamos conscientes de haber reconocido a Dios en nuestras vidas y las huellas de su paso por el mundo (en la naturaleza, en el ser humano, etc)

Y no hemos de dejar de comunicar la verdad y de compartirla porque es nuestra obligación como hermanos de nuestros hermanos, hijos del mismo Padre, creados por Dios, transmitir a los demás el gozo de haberla encontrado.

Tal circunstancia la reconoce el Decreto Ad Gentes cuando dice que «Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el nombre nuevo de que se revistieron por el bautismo, y la virtud del Espíritu Santo, por quien han sido fortalecidos con la confirmación, de tal forma que, todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre y perciban, cabalmente, el sentido auténtico de la vid y el vínculo universal de la unión» (AG 11)

Y en eso estamos, buscando y compartiendo la verdad.

Ahora en...

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