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La Iglesia y la comunidad política (cinco proposiciones y una duda)

El tema es más para un tratado que para un artículo y pretender, no ya agotarlo, sino siquiera plantearlo en este texto, es una ingenuidad a la que me arriesgo. Apunto, sin embargo, unas cuantas proposiciones, por si le valen a alguien para aclarar sus ideas.

(1) La Iglesia no se identifica con ningún sistema político o forma de organización social (los lamas del Tibet, por ejemplo), ni siquiera con ninguna civilización o cultura (como el Judaísmo o el Islam). Este universalismo es una de sus constantes históricas que está presente desde su desgajamiento del tronco común del Judaísmo.

(2) De lo anterior se deriva que esté muy clara para los católicos la separación e independencia entre los orbes civil y religioso y la llamada «autonomía de las realidades temporales» definida por el Vaticano II. Los católicos quieren, como es natural, tener influencia en las tendencias y contenidos de las leyes civiles; pero reconocen a la autoridad legítima la potestad de hacer estas leyes. Lo contrario, sería el integrismo, que es una doctrina intelectual prácticamente ajena al catolicismo.

(3) Llegamos a la palabra clave del pensamiento político de nuestro tiempo: Democracia. En el punto (1) he dicho que no existe una identificación plena de la Iglesia con ningún sistema político, pero qué duda cabe que consideramos la democrática como la más justa o, al menos, la que presenta mecanismos de control y corrección que nos permiten mejorar el sistema. Los católicos se sienten a gusto en el sistema democrático, porque, en parte, éste deriva de valores cristianos (igualdad, trascendencia moral del ser humano) que han tomado un carácter secular, pero que no pierden del todo su raíz.

(4) Es más: no solo no representa ningún problema una fuerte implantación del cristianismo, sino que es una garantía de fortaleza y arraigo para el sistema democrático. Los católicos protestando de forma pública, como ha sido frecuente últimamente, son una garantía de democracia, no su peligro. Los que piensen lo contrario, se equivocan de enemigo.

(5) Hoy día consideramos, desde cualquier ideología, que toda democracia, más allá de su carácter formal, tiene un fuerte componente social, de promoción de la justicia y de ayuda a los más débiles. Aquí cualquier gobierno va a encontrar en la Iglesia su mejor colaboradora. Aporta ésta una enorme infraestructura asistencial, un ejército de personas motivadas y de comprobada honestidad y la experiencia de largos siglos (mucho antes de que el Estado moderno asumiera esta función ya existía la obra caritativa de la Iglesia) dedicados a paliar el dolor y a ocuparse de los desposeídos. Se trata de un valioso recurso que no puede desaprovechar el poder civil.

(6) Y para terminar, una duda: ¿Comprenderán esto los que están anclados en debates antiguos y polémicas laicistas que a nada conducen? Si lo comprenden y se acercan a la Iglesia en busca de colaboración (desde la independencia) se van a encontrar con la mano tendida.

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