conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008

Justicia y Paz; Perdón y Misericordia

Para el cristiano el domingo de Resurrección supone, además del hecho mismo de lo ocurrido a Jesús al volver de entre los muertos, el comienzo de un año que, desde ese momento hasta la próxima Semana Santa, habrá de cimentar un comportamiento que, adecuado a la voluntad de Dios, le haga ser, verdaderamente, hijo de Dios.

Cuando había finalizado el Vía Crucis romano, el pasado 21 de marzo, el Santo Padre hizo referencia a una serie de valores que resultan importantes.

A saber, habló de Justicia y Paz; habló de Perdón y de Misericordia. Y todo ello se ve reflejado en su propio Magisterio.

En cuanto a la Justicia

En un Discurso que Benedicto XVI a los cardenales, arzobispos y obispos y Prelados Superiores de la Curia Romana en diciembre de 2007 sobre el documento de Aparecida dijo, entre otras cosas, que «El justo practica y vive la justicia. Luego, en el cristianismo, la actitud de los discípulos de Jesucristo se expresaba con otra palabra: el fiel»

¿Y qué es la Justicia, en cuanto valor, para un cristiano?

Aspectos como la «la dignidad del hombre, sobre la vida, sobre la familia, sobre la ciencia y la tecnología, sobre el trabajo humano, sobre el destino universal de los bienes de la tierra y sobre la ecología» son las «dimensiones en las que se articula nuestra justicia» (ambos entrecomillados del Discurso citado arriba)

No hay, pues, duda alguna sobre qué hemos de proteger, difundir su defensa y luchar para que se lleve a cabo: dignidad, vida, familia, trabajo, destino de los bienes, ecología...

Y ser fiel a tales proyectos ha de ser obligación grave para todos nosotros.

En cuanto a la Paz

Sobre el tema de la Paz, Benedicto XVI (así como su predecesor, Juan Pablo II Magno y, en general, la Santa Madre Iglesia) tiene escrito y dicho mucho. En los Mensajes que, cada año, para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, el Santo Padre entrega al mundo indica, a la perfección, lo que hemos de entender sobre este valor y, consecuentemente, lo que hemos de hacer para protegerlo, difundirlo y luchar por su puesta en práctica.

Decía, Benedicto XVI, en el Mensaje para el año 2007, que «También la paz es al mismo tiempo un don y una tarea». Es don en cuento entregada por Dios al hombre (pues «la paz es una característica del obrar divino» dice en el mismo Mensaje) éste ha de defenderla y hacerla posible; es tarea en cuanto su propia defensa y práctica supone un esfuerzo, una cierta cruz, que tenemos que llevar a cabo con perseverancia y, por lo tanto, tesón.

Y no es que los cristianos no tengamos a nadie que nos haya dicho lo que, en realidad, es la paz. Ya lo dice Jesucristo en las Bienaventuranzas («Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios», recoge Mateo en 5, 9) pero, llevado a la práctica cuando dijo aquello de «Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda», ya que no otra cosa es «paz» sino el «sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras».

En cuanto al Perdón

Seguramente el Perdón, perdonar, es el atributo que ha de caracterizar al cristiano sobre otros. Tanto ser capaces de pedir perdón (ahuyentando, de nosotros, la soberbia) como de perdonar (las ofensas, como bien decimos en el Padrenuestro) debe ser actitud constante en los hijos de Dios.

Perdonar no siete veces sino setenta veces siete (Mateo 18, 22) es un consejo evangélico ofrecido por Cristo que, de ser llevado a cabo siempre, redundará, también, en la paz general.

Por eso, el Santo Padre, cuando, al presidir el 24 de septiembre de 2006 la oración del Ángelus dijo, al recordar el perdón que ofreció Sor Leonella Sgorbati (religiosa italiana asesinada en Somalia) que tal valor es «el más auténtico testimonio cristiano, signo pacífico de contradicción que demuestra la victoria del amor sobre el odio y sobre el mal".

Preguntémonos cuántas veces se nos presentará, en este año espiritual nuevo que ahora empezamos (mirando a Pentecostés) la ocasión para perdonar y para pedir perdón para darnos cuenta del valor intrínsecamente bueno que contiene el hecho mismo de perdonar.

En cuanto a la Misericordia

El día 15 de abril de 2007, domingo, II de Pascua, en la Eucaristía de aquel día, Benedicto XVI instó a que nos convirtamos

«día tras día en hombres y mujeres de la misericordia de Dios»

Aquel era el domingo dedicado, precisamente, a la Misericordia pero bien podemos hacer extensivo a todo el año espiritual el requerimiento que nos hacía el Papa alemán.

En cuanto a Misericordia divina, de Dios, es claro que a lo largo de los siglos (al menos desde que escogió al pueblo judío como su elegido) las «entrañas de misericordia» del Creador se han mostrado de forma abundante. Bien fuera perdonando las ofensas que le inferían aquellas personas que tantas veces desconfiaban de él, bien fuera apiadándose de las mismas, el caso es que Dios mostró, como no podía ser de otra forma, el contenido exacto de su corazón.

Pero, a nivel humano, también hemos de llevar a la práctica tal virtud.

Una clara definición de la misma dice que es la que «inclina el ánimo a compadecerse de los trabajos y miserias ajenos». Por tanto, en cuanto tengamos conocimiento de situaciones tales deberemos, en las medidas de nuestras posibilidades, prestar nuestras manos y nuestro corazón en ayuda del hermano en la fe e, incluso del gentil.

El convertirse, «día a día» (como arriba dice Benedicto XVI) en seres humanos parte de la «misericordia de Dios» ha de constituir, en este nuevo año espiritual que ahora comenzamos (esperando el impulso de Pentecostés) un objetivo a conseguir porque si bien es cierto que nuestra tendencia, puramente humana, sea al rechazo (en algunas ocasiones) de los problemas ajenos, en cuanto probamos esa delicia espiritual de prestar ayuda al que la necesita, podemos darnos cuenta de lo que, en realidad, significa ser discípulo de Cristo, ser Cristos, otros Cristos («de manera que pueda decirse que cada cristiano es no ya alter Christus, sino ipse Christus, ¡el mismo Cristo!, dice San Josemaría en «Es Cristo que pasa», punto 104)

Por tanto, ahora que balbucean espiritualmente las primeras semanas de este nuevo año para el alma no ha de caber, para nosotros, la menor duda de qué es lo que debemos hacer. Bien lo dijo el Santo Padre: Justicia y Paz; Perdón y Misericordia.

Difícil Plan espiritual para cumplir pero con premio seguro: el conocimiento de saber que hemos hecho lo que debíamos. Y, a ser posible, sin que lo sepa la mano izquierda.

Ahora en...

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