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La Confesión, ¿en crisis?

Lo más importante —acaba de decir el Papa— es «entender que, en el sacramento de la Reconciliación, cualquier pecado que se ha cometido, si se reconoce con humildad y se acerca con confianza al sacerdote confesor, se experimenta siempre la alegría pacificadora del perdón de Dios». La Confesión, individual e íntegra, se recomienda especialmente en estos días de Cuaresma, para vivir plenamente la Semana Santa.

«El sacramento de la Confesión está en crisis», se dice en algunos foros. Confesarse ya no se lleva, ya no está de moda. Unos se confiesan directamente con Dios —dicen—, «de Tú a tú»; otros, en celebraciones multitudinarias de la Penitencia, con una absolución general que hiciera el sacerdote; y otros, simplemente, ya no acuden a confesarse, porque «nadie tiene por qué escuchar sus miserias, y menos un sacerdote que no sabe nada de su vida». Desde el Vaticano se ha advertido que, junto con las vocaciones y el matrimonio, el sacramento de la Penitencia afronta una crisis, que se agudiza con el paso del tiempo.

Pero si bien todo esto es cierto, no lo son menos las noticias como la que hace poco se divulgó, sobre las cifras de confesiones, por ejemplo, en Polonia. Según los datos que arroja un sondeo encargado por el semanario católico más importante de este país, el Niedziela, sobre la práctica de la Confesión, el 51,7% de los católicos polacos practica la confesión algunas veces al año; el 46,5% lo hace una vez al mes, y sólo el 1,7% se confiesa una vez al año. Según este mismo estudio, preparado por el Instituto de Estadística de la Iglesia Católica, bajo la dirección del padre Witold Zdaniewicz, el 85,9% de los católicos experimenta que la Confesión lleva consigo un cambio de vida espiritual; el 53,8%, que, al menos, ayuda a cambiar, a profundizar las relaciones en familia, y más de la mitad, el 53,6%, creen que la confesión ayuda a perdonar. Otro dato curioso que ha publicado este semanario es que, según los católicos polacos, el papel del sacerdote en el confesionario es el de ser testigo de la Misericordia divina (55,7%), director espiritual que comprende nuestra vida (47,4%), juez que da la penitencia (9%), y médico espiritual (34,7%).

Al mismo tiempo, desde Fátima, se hacen públicas las cifras de los fieles que han acudido a confesarse durante el año 2007. La noticia está precisamente en el número: 10.000 más que el año anterior. Según el capellán del santuario, «el tema del año 2007 fue Dios es amor misericordioso», y por ello, «la Madre ha sabido orientar a sus hijos para que encontraran la misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación». Lo cierto es que, en el año 2007, se confesaron en Fátima 199.333 personas, 9.016 personas más que en el 2006. Fueron útiles para ello sacerdotes venidos de Angola y Mozambique, para el portugués, y de Malta, Italia, o España, para el resto de lenguas.

Son noticias que traen cierta esperanza ante la repetida crisis de este sacramento, tan importante y recomendado, especialmente en estas fechas de Cuaresma. Durante 2.000 años, los Padres de la Iglesia, los Papas, los santos y todos los escritos que ha heredado la cristiandad, le han reservado un importante espacio a la Confesión, y con las diferencias propias de la expresión y el sentir de cada época, lo cierto es que este sacramento ha conservado desde los inicios su estructura fundamental, que comprende la intervención de un ministro (obispo o presbítero), que, «juzga y absuelve, atiende y cura en el nombre de Cristo, los actos del penitente: la contricción, la confesión y la satisfacción», como afirma Juan Pablo II en su Carta apostólica Misericordia Dei, del año 2002.

En esta misma Carta Juan Pablo II recuerda a todos los ministros del sacramento de la Penitencia puntos inevitables y obligatorios, como que «la confesión individual e íntegra, y la absolución, constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave, se reconcilia con Dios y con la Iglesia»; o «todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están encomendados y que lo pidan razonablemente, y que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual». Juan Pablo II quiso dejar claro en aquella Carta apostólica que la confesión de los pecados veniales era muy recomendable, «teniendo en cuenta la vocación de todos los fieles a la santidad».

Un Curso para confesores

Aunque suene extraño, tiene su lógica, y mucha. Acaba de celebrarse un Curso para confesores, a primeros de marzo, y ha estado organizado por el Tribunal de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede. El objetivo era proporcionar a la Iglesia «confesores más formados», capaces de superar las dificultades que el sacramento tiene que afrontar en el día a día.

Según el obispo regente de la Penitenciaría Apostólica, monseñor Gianfranco Girotti, la crisis que existe en torno a este sacramento alcanza incluso a atravesar «los umbrales de los seminarios, de los colegios y de los institutos eclesiásticos». Y, para documentar estos datos, se han basado en una investigación sociológica de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, en Italia, que pone de relieve las dificultades de los católicos ante el sacramento de la Confesión, «tan fundamental —dice monseñor Girotti— para la salud y la santificación de las almas».

Según esta investigación, realizada en 1998, el 30% de los fieles no consideraba necesaria la presencia de los sacerdotes en los confesionarios, el 10% la consideraba más bien un impedimento, y el 20% afirmaba tener dificultades para hablar con otras personas sobre sus propios pecados.

En la inaguración del curso, monseñor Girotti mencionó la necesidad de profundizar en algunos aspectos particulares de la misión del confesor, en relación a algunas categorías de penitentes consideradas como especiales. En primer lugar, se quiso referir a los «divorciados y las parejas irregulares, frente a los cuales la doctrina y la praxis oficial de la Iglesia tratan de recorrer una vía que le permita permanecer fiel al mandato de administrar el perdón y la misericordia de Dios». Por esto, «el confesor tiene el deber de proponer de vez en cuando soluciones que lleven a la sanación de la situación». Además, se recomienda a los confesores «ocuparse siempre de los divorciados vueltos a casar, que deben tener un puesto propio en el amor solícito del pastor de almas y no sólo en estas situaciones límite, sino también en la actividad pastoral cotidiana», porque —afirma—: «una pastoral que se inspira en el Evangelio no puede y no debe nunca hacer desesperar a nadie».

Además, al confesor se le pide desde el Curso un empeño especial hacia aquellos sacerdotes o consagrados que acuden a confesarse, recordando que, «a menudo, la dureza ha sido fatal para muchos», y por lo tanto nunca debe «asumirse el tono apocalíptico».

Entre las demás categorías especiales el obispo señaló como «complejos y delicados» los fenómenos diabólicos o místicos, o de presunta sobrenaturalidad, los escrupulosos y los que vuelven a caer continuamente en los pecados confesados.

Además, en la conclusión del Curso, monseñor Girotti quiso recordar que hoy existen también pecados propios de nuestro tiempo, que «violan la dignidad humana», como el uso de las drogas, «que debilitan la psique humana y oscurecen la inteligencia de los jóvenes», la manipulación genética y el hecho de provocar la desigualdad social, por el que los ricos cada vez son más ricos, y los pobres, más pobres.

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