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¿Privada Fe?

Es sabido que un intento muy perseguido por parte del laicismo de todos los tiempos (sea la forma que haya tenido la ocultación de la fe) es que lo religioso, la relación existente entre Dios y sus hijos quede encorsetada en ciertos lugares para que, así, no pueda influir en la sociedad.

Por tanto, lo pretendido es esconder la Fe en el ámbito privado y, como mucho, entre las paredes de la Sacristía de donde, en un lugar y en otro, no debería salir.

Para tratar de evitar que cunda tan mal ejemplo se va a llevar a cabo en Madrid, el próximo 1 de marzo, la VIII Jornada Diocesana de Apostolado Seglar que no por centrarse en la diócesis madrileña puede dejar indiferente a nadie. Seguramente, la situación del tal enclave eclesiástico no ha de diferir mucho de la de otros más o mejor alejados de la capital de España.

Las pretensiones de la Jornada son las siguientes:

  1. Ser foro de diálogo que nos ayude a profundizar en la necesidad de comprometernos como apostolado seglar ante los grandes retos que se plantea la Iglesia en la sociedad actual y tomar conciencia, iluminados por la esperanza, de ser instrumentos de Aquel que todo lo puede.
  2. Crear conciencia diocesana y avanzar en corresponsabilidad y comunión.
  3. Fortalecer el Apostolado Seglar y sus asociaciones.

O, lo que es lo mismo, que la Fe no es, como ha dicho don Rafael Serrano, Delegado de apostolado seglar de Madrid, «un asunto privado».

Antes que nada hay que decir que no es que tanto los sacerdotes como las personas que dedican sus vidas a la pertenencia a institutos religiosos no estén, como se dice, «en el siglo» (de ahí lo de «Seglar») sino que lo están de forma distinta, como para recordarnos la misión que tenemos encomendada y que tales personas representan de forma tan especial. Pero es a los seglares a los que nos toca no abandonar, por decirlo así, nuestra área de juego porque si hacemos tal cosa seguros estamos que seremos vencidos por el enemigo.

Corresponde, por tanto y sobre todo, a la gran mayoría de creyentes que somos los laicos hacer que no se entorpezca la práctica de la fe y que no se la encierre en los ámbitos en los que se pretende esconder. Aunque sea cierto que lo íntimo y lo puramente físico de la Iglesia (o sea, la Sacristía) son espacios espirituales por sí mismos, no es menos cierto que todo el mundo, toda la Tierra, es, también, espacio para transmitir la fe, lugar de vivencia de la fe, la fe misma en activo.

Ya dice el Decreto Apostolicam Actuositatem (sobre el apostolado de los laicos), dado en Roma, el 18 de noviembre de 1965 por Pablo VI, que «Por nuestros tiempos no exigen menos celo en los laicos, sino que, por el contrario, las circunstancias actuales les piden un apostolado mucho más intenso y más amplio. Porque el número de los hombres, que aumenta de día en día, el progreso de las ciencias y de la técnica, las relaciones más estrechas entre los hombres no sólo han extendido hasta lo infinito los campos inmensos del apostolado de los laicos, en parte abiertos solamente a ellos, sino que también han suscitado nuevos problemas que exigen su cuidado y preocupación diligente»

No cabe, por tanto, una fe estrictamente privada por ausente del mundo ya que «el progreso de las ciencias y de la técnica» hace necesario hacer explícita nuestra creencia en Dios y lo que, en relación a unas y otra, supone tal creer. Si, por ejemplo, se habla de la evolución de las especies no es posible callar y no decir que la Iglesia no está en contra de tal principio sino, muy al contrario, lo apoya dentro de un exacto sentido.

Sobre esto, el presbítero Álvaro Rocha dice (en su obra «La teoría de la Evolución y la Iglesia" que «La Iglesia ha dicho siempre que todas las cosas fueron creadas por Dios. Y que cada viviente que comienza a existir por generación a partir de otros de la misma especie, es criatura de Dios, porque Dios es la causa de su ser y la conserva en la existencia. Esto último no excluye necesariamente que unas criaturas hayan surgido por evolución de otras especies biológicas, si así lo decidió la Sabiduría divina: Todas serían igualmente creadas por Dios, que da el ser a cada criatura singular y las conserva con su Providencia."

Y sobre la necesidad de preocupación de lo religioso ante el mundo y ante la voluntad, digamos (y en el peor sentido) «de privacidad» (por egoísta) que abunda mucho, la Exhortación apostólica sobre los fieles laicos Christifideles Laici (Juan Pablo II), de 30 de octubre de 1988, se pregunta lo siguiente: «¿Cómo no hemos de pensar en la persistente difusión de la indiferencia religiosa y del ateísmo en sus más diversas formas, particularmente en aquella —hoy quizá más difundida— del secularismo?» (4.1)

Una forma, quizá, general, de respuesta a la anterior pregunta la da, por ejemplo, el documento «Los cristianos laicos, Iglesia en el Mundo» (surgido a raíz de la LV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, en fecha 19 de noviembre de1991):»Los católicos, ciudadanos de la ciudad temporal y de la ciudad eterna han de animar y transformar el mundo con el espíritu del evangelio»

Y dice «animar el mundo», no abandonarlo aislándose de él en la intimidad o en lo privado como buscando una introspección muy propia, y poco fructífera, de otras espiritualidades que no son la católica.

Por eso, cabe repetir cuantas veces sea necesario que la Fe no puede ser asunto de cada cual, en exclusiva y limitado a sí mismo, como si no existiese la comunidad que, por ejemplo, formamos como seres humanos hijos de Dios y habitantes del mundo que el Padre entregó a nuestros primeros padres. Hacer tal cosa es rendir homenaje al laicismo rampante que intenta dominar nuestras vidas alejando a Dios de las mismas para sustituirlo por el vacío y la nada.

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