conoZe.com » Baúl de autor » Eleuterio Fernández Guzmán » Eleuterio - 2008

Dolor y Fe

Es comprensible que la convivencia con el dolor físico sea difícil, pues todos, como humanos, tenemos la natural tendencia a conservar la salud. Sin embargo, desde el punto de vista cristiano, tal realidad (la del dolor y el sufrimiento) se entiende de otra forma, digamos, más sobrehumana, más espiritual, más divina.

Éste 11 de febrero se ha celebrado la Jornada Mundial del Enfermo. Sin embargo, como no conviene limitar la celebración de determinadas jornadas al día que corresponde y olvidar, el resto del año, el contenido y la sustancia de las mismas, Benedicto XVI, ha dado al mundo el Mensaje que corresponde a aquella pero que, en realidad, sirve para siempre.

Y en tal Mensaje hace especial hincapié en el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen en Lourdes, en lo que han significado para la comprensión del dolor para el cristiano y lo que de esperanza en la sanación y la salvación eterna hay en ellas.

Para empezar, para tal Jornada conviene el día en que se lleva a cabo. Si hay un momento en la historia de la humanidad y de la Iglesia que resulte importante para el mundo éste es cuando se celebra el que lo es de la Beata María Virgen de Lourdes. Razones no hay que indicar, siquiera, aquí, pues son obvias para cualquiera.

Muy bien dice el Santo Padre que es «ocasión propicia para reflexionar en torno al sentido del dolor cristiano y sobre el deber cristiano de ocuparnos de él bajo cualquier situación que se presente».

Por lo tanto, dos aspectos hay que tener en cuenta: en primer lugar, qué es el dolor para el cristiano y, en segundo lugar, la necesidad intrínseca que tenemos de no olvidarnos de él.

En cuanto a lo primero, es cierto que para la persona que se considera hermana de Cristo y, por lo tanto, hija de Dios, el dolor tiene algo que es más importante que el mero sufrir. Si miramos el ejemplo de Jesucristo y del sufrimiento (sobre todo en el episodio de La Pasión) que soportó por todos nosotros, no podemos, por menos, que pensar que algo tenía de significativo para su vida y que algo, por tanto, ha de tener de importante para nosotros.

No se trata de soportar masoquistamente lo que nos pueda suceder en el aspecto físico sino, yendo más allá, tratar de entender por qué nos pasa eso y si, sobre todo, podemos obtener algo de positivo (por muy difícil que pueda resultar tal cosa) para nuestra vida de seres humanos que pasamos, por eso, por éste valle de lágrimas.

Sobre el sentido primero que ha de tener el dolor para el cristiano, Juan Pablo II lo llamó «don del sufrimiento» durante el Ángelus del 29 de mayo de 1994, después de haber pasado algunas semanas en el hospital Gemelli de Roma.

Y como «don» es algo que se recibe de Dios y, por tanto, algo que debemos estimar como importante para nuestras vidas y que es la segunda aportación que Benedicto XVI hace el Mensaje para 2008.

Pero 10 años antes, el 11 de febrero de 1984, el Papa polaco dio a la luz la Carta Apostólica Salvifici Doloris, dedicada, digamos, al sentido cristiano del sufrimiento humano. En su primer punto, ya decía, haciendo uso de las palabras del apóstol Pablo, eso de «Suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia»

Y aquí está, seguramente, una de las razones por las cuales los cristianos tenemos que entender que el sufrimiento no es un mero menoscabo de un vivir saludable sino, apuntando hacia metas más elevadas, una contribución a la inmensa labor de redención que supuso la sangre de Cristo.

Por lo tanto, bien sabemos que, en realidad, dolor y fe forman una sola cosa porque, al fin y al cabo, creer en Dios y en su Hijo Jesucristo es tener que cargar, necesariamente, con nuestra cruz para recorrer los caminos del mundo («el que quiera seguirme que cargue con su cruz...») De ahí que pueda decirse que sentir el sufrimiento a flor de piel y hacer de nuestra creencia el eje de nuestra vida ha de ser, para nosotros, un cierto timbre de honor; una realidad que, además, ha de ser amada por los que nos consideramos hijos de Dios.

Sufrir y amar no son, al contrario de lo que pueda pensarse, realidades imposibles de cohonestar. Al contrario, se complementan a la perfección porque, además sabemos y reconocemos en el amor (en querer, en entregarse, en darse) un sufrimiento con altas posibilidades de aumentar la escala del dolor. Por lo tanto, no hay que desdeñar el hecho mismo de saberse comprendidos entre las personas que, gozosas, caminamos con algún que otro estigma doloroso en nuestra vida.

Benedicto XVI, en el Mensaje citado arriba para éste año 2008, ha dicho algo que resulta de vital importancia para nosotros y que es, como siempre sucede con el Santo Padre, algo que no podemos olvidar: «Los 150 años de las apariciones de Lourdes nos invitan a dirigir nuestra mirada hacia la Virgen Santísima, cuya Inmaculada Concepción constituye el don sublime y gratuito de Dios a una mujer, a fin de que adhiriese totalmente a los designios divinos con una fe firme e inquebrantable, no obstante las pruebas y los sufrimientos que habría tenido que afrontar».

Pruebas y sufrimientos que, a cada uno, nos toca pasar. Y nos toca pasar, digamos, como ayuda a la comprensión del gran dolor del mundo, de la pasión (en minúscula porque es nuestra, la humana, la que sólo trata de imitar, al menos en pura intención, a la de Cristo) que ponemos en nuestros actos, libres de la presión del mundo relativista en el que nos encontramos y vivimos.

Ahora en...

About Us (Quienes somos) | Contacta con nosotros | Site Map | RSS | Buscar | Privacidad | Blogs | Access Keys
última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=8094 el 2008-02-13 22:54:34