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Triunfo de las apariencias

En tiempos de 'lifting' y sustancias psicotrópicas el determinismo todavía delega en causas impersonales la responsabilidad por lo que hacemos. Por eso no se nos podrá reprochar nada. No somos responsables. Es la idea del contexto, de la sociedad como culpable de los delitos que comenten los individuos, o de los individuos como irresponsables de los gestos o males públicos en los que participen. No sabía lo que hacía, estaba condicionado por mi pasado familiar, mi educación, mi condición social. Por el contrario, las sociedades, las naciones necesitan llegar a poseer una tradición de confianza, en las instituciones, en la continuidad, en su propia Historia. Cambian los consensos pero si se hacen de forma adecuada esa tradición de confianza permanece e incluso se fortalece. En el peor de los casos, triunfan las apariencias.

La falsedad del determinismo es una de las aportaciones más positivas a tener en cuenta en el balance final del siglo XX, el siglo de la megamuerte, el siglo de los totalitarismos. Es la negación de la idea de la responsabilidad moral del individuo. Esa fue la gran batalla del siglo XX, el siglo de los totalitarismos y de la megamuerte, el práctico abandono de la noción de libre albedrío. Isaiah Berlin responde que la moralidad que nos lleva a hablar de obligación y deber, de correcto o incorrecto, toda la red de creencias y prácticas de la que depende tal moralidad, presupone la noción de responsabilidad. Y la responsabilidad entraña la capacidad de escoger blanco o negro, correcto o incorrecto, placer o deber. En otra dimensión, entre formas de vida, de gobierno, y «las completas constelaciones de valores morales en cuyos términos la mayoría de la gente, sean o no conscientes de ello, de hecho viven».

En tiempos de biotecnología, por ejemplo, se dice a determinados individuos que no tienen control alguno sobre su conducta, pero en realidad la tienen. Por ejemplo: vivimos una propensión a medicalizar en lo que se pueda nuestro comportamiento y así restamos responsabilidad a nuestros actos. Ni eso que llamamos fuerzas impersonales de la Historia tienen el poder de llevarnos sistemáticamente al nudo gordiano, al destino sin márgenes entre la espada y la pared. Frente a la inevitabilidad histórica están los poderes del individuo libre y de las responsabilidades personales que asume. Nada está escrito para siempre ni el progreso ni la regresión, nada es inevitable, nada es para siempre estático.

Berlín se refiere al determinismo y también al relativismo. El primero se basa en una interpretación falaz de la experiencia; el segundo «a pesar de su aspecto de noble estoicismo y el esplendor y vastedad de su diseño cósmico, representa sin embargo el universo como una prisión». Es decir: al ir más allá de indicar obstáculos específicos a la libre elección donde la evidencia empírica para eso puede ser considerada, resulta que se respalda en una mitología o en un dogma metafísico gratuito. Sabemos que ni una ni otra doctrina están avaladas por la experiencia humana. Aunque la política de nuestros días sea tan irreflexiva, es útil recordar que la filosofía proviene de choques de ideas que crean problemas; las ideas provienen de la vida; así como cambia la vida, cambian las ideas y los choques; los choques originan enigmas, pero cuando la vida cambia, los enigmas, más que ser resueltos, se extinguen. Ahí tenemos una fórmula excelente. De hecho, nos da una perspectiva muy razonable para eludir los determinismos que vienen, los de la Historia y los de futuro post-humano.

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