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Cristianismo, Islam, secularismo (II)

Las tres cosmovisiones referidas en la primera parte de este análisis —Cristianismo, Islam, secularismo— se definen por su carácter excluyente, es decir, por tener un corpus doctrinal básico definido incompatible en muchos de sus particulares. Dada la naturaleza humana creo que su convivencia va a estar llena de roces hasta que esta situación cambie —si es que llega a cambiar—, y que las batallas legales o de opinión en torno a asuntos como la objeción de conciencia de médicos y magistrados, la presencia pública y civil de los símbolos religiosos, el trato irrespetuoso de las figuras religiosas o la libertad de culto de las minorías no ha hecho más que comenzar. La presencia en los ámbitos de la elaboración y aplicación de las leyes correspondientes debe ser entonces una de las tareas prioritarias de los cristianos, y la preparación de unos futuros legisladores y abogados competentes en ambos terrenos (el propiamente legal y el religioso) una de las urgencias educativas más claras (sobre la supuesta neutralidad de la opción secularista en este sentido me extiendo un poco más adelante).

La actitud o índole globalizante de estas tres cosmovisones no es exactamente idéntica. Dos de ellas son de índole religiosa y simplemente siguen esa dimensión por mandato de su fundador y por creer que su verdad es la Verdad y ellas los caminos para la felicidad terrena y eterna de todos los hombres. En cuanto a los medios para lograr esa difusión y la consideración de los respectivos \'gentiles\', ambas religiones difieren, pero no voy a entrar en ello ahora. La naturaleza globalizante del secularismo es distinta, porque se mueve en el plano intramundano, y por eso acaba construyendo su filosofía en función de factores técnicos, materiales o económicos. No funciona a partir de principios sino a partir de consecuencias, y por ello sus resortes morales son inherentemente débiles, cambiantes y fácilmente contradictorios (la reciente bonificación pro-natalista del gobierno Zapatero, después de tantos años de abortos, trivialización sexual y anticonceptivos es una buena muestra de ello). En este sentido, la supuesta vanguardia o progresismo ideológico de la mentalidad secular no es más que dependencia intramundana, carencia de principios estables y una obnubilación ante los logros técnicos. Por lo tanto el concepto de progreso del que se han apropiado los secularistas es sencillamente un engaño, que se explica también por el significado relativo del propio concepto pues como muy pocos éste depende de la cosmovisión en que se incluya. Por poner un ejemplo extremo, me imagino que Hitler y Stalin también entendían como progreso sus planes de acción para Alemania y la Unión Soviética, y por eso ellos mismos se considerarían progresistas frente a sus reaccionarios opositores. La capitalización de este término por parte del secularismo es quizá uno de sus mayores triunfos y por tanto otro de los campos de batalla conceptual o filosófica donde debemos estar presentes. Y es que el concepto o la idea del progreso son encandiladores por ir unidos al anhelo de felicidad y esperanza y por eso los cristianos debemos recordar que estamos comprometidos con ellos desde el Edén ("Dominad la Tierra y todo cuanto la llena"; Gen. 1:28).

Otra falacia interesante y peligrosa es la que en el debate religioso identifica la posición secular como la posición neutra, es decir, como si la elección positiva de una religión constituyera un addendum a una naturaleza humana común, desnuda y arreligiosa. Es obvio que el laicismo militante de algunos gobiernos parte de esa asunción. Pero lo que hay que ver es que el ateísmo es también otra opción a la que se llega después de haber seleccionado una de las mismas posibilidades que el creyente ha tenido también a su alcance y ha preferido rechazar en función quizá de unas referencias internas y externas análogas a las que han llevado al ateo a elegir la suya. Tanto el creyente como el ateo se comportan de acuerdo a su conciencia, porque creen que ese comportamiento conduce al bien personal o social. Cuando el secularista afirma que su posición es la realmente objetiva y aséptica está cayendo en un oxímoron y cuando intenta presentar ésa como la norma neutra de conducta social está ignorando el idéntico derecho del creyente a presentar sus convicciones como idéntica norma social. En el fondo, y aparte de ignorancia, afirmar lo contrario significa adjudicar al creyente, por el hecho de ser creyente, una menor dignidad personal que al no creyente. Mostrar que la opción secular es tan subjetiva o personal como la religiosa es otro de los principales frentes en que debemos profundizar y saber presentar en público.

Parece obvio que la globalización es un proceso imparable que probablemente acabará implicando la desaparición de las barreras Norte-Sur, como está empezando a cambiar la milenaria China, y del cual quizá sólo falte adivinar el «¿y después qué?» . De todo lo que se ha escrito al respecto, me quedo con la idea de que el motor inmediato es la simbiosis entre la dinámica económica neoliberal y el progreso técnico, especialmente en el campo de las comunicaciones, aunque también sabemos que en el fondo esté siempre la universal búsqueda humana de la felicidad personal. Sólo si alguno de esos factores desaparece o llega a ocurrir algún desastre de grandes magnitudes la globalización dejará de tener lugar. En este sentido, las dos cosmovisiones religiosas tienen en ella un aliado ideal para ser realmente universales, pero al mismo tiempo muchas de sus energías se tendrán que encaminar a redimirla de esa dimensión plana y secularista que tan tentadora aparece a primera vista.

Ocurre también que esta globalización parte de Occidente y lleva consigo al menos tres componentes ajenos a las otras mentalidades y que a su vez tienen raíces en la igualdad que San Pablo dejaba implícita en la carta a los Gálatas («ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.»; Gal. 3,28). Aunque los secularistas no quieran admitir ese origen y prefieran radicarlo en la Ilustración, creo que bastaría contrastar esa frase paulina con cualquiera de otro pensador del siglo I para darse cuenta de la temprana y auténtica unicidad revolucionaria del Apóstol. Esos tres ingredientes de origen occidental cristiano sustentados en el principio de igualdad y que la globalización lleva consigo serían a mi juicio el sistema político democrático, la idea de la libertad personal y la presencia de la mujer en la vida pública.

Es obvio que el sistema democrático, con sus evidentes limitaciones —el rodillo, las traidoras alianzas postelectorales, la manipulación informativa, etc.— es el sistema que mejor representa externamente esa igualdad y dignidad humanas y por ello va ser otro de los puntos de fricción entre la dinámica globalizadora y las regiones o tradiciones políticas diferentes. Integrada en el sistema democrático va la idea de la libertad de conciencia, valorada como fin en sí misma por muchos secularistas, como medio para llegar al bien por los cristianos y con una existencia nada fácil o incompatible en la mentalidad islámica. Reconocida y aceptada plenamente por cristianos y secularistas, será entonces uno de los principales y nada fáciles campos de discusión en su diálogo con el Islam.

Otra de las principales áreas de difícil discusión es el ligado a la presencia de la mujer en la vida pública. Creo que en las regiones menos desarrolladas esa presencia crecerá en la medida en que los medios técnicos liberen a la mujer de los trabajos fisicos y que el modo de vida occidental siga siendo el principal punto de referencia. Por su lado, en las regiones más desarrolladas la conciencia femenina seguirá debatiéndose en torno al dilema entre su capacidad para efectuar las tareas civiles con resultados análogos a los de los hombres y las cualidades derivadas de su potencial maternidad, cualidades que le ponen en contacto con un sistema de valores y una visión de la persona mucho más cristiano que secularista. Las posiciones de las propias mujeres serán claves en esto, y especialmente a las musulmanas les tocará contrastar y dirimir el secundario rol que suelen recibir con lo que van a ver en las mujeres secularistas y las cristianas, mucho más integradas que ellas en la vida civil y muy conscientes de su igualdad en el ámbito matrimonial. En cualquier caso la presencia civil de todas esas mujeres y la forma en que sepan hacer pública su propia ubicación en cuanto mujeres será otro de los factores que vaya a definir de forma especial el futuro globalizado y el diálogo y la interacción entre las tres cosmovisiones. En otras palabras, la presencia pública de mujeres cristianas que sepan integrar y exponer su feminidad y su secularidad (que no se identifica con secularismo) debe ser otra de las tareas prioritarias para nosotros.

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