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Santo Tomás y los «intelectuales programados»

Recientemente, un sereno y sensato pensador, hablaba de los 'intelectuales programados', como lo opuesto justamente, del intelectual libre y honesto que no se deja llevar por la moda o el esnobismo, ni se impresiona por la huidiza y transitoria fama. El verdadero intelectual jamás es oportunista o demagogo de turno; busca con asiduidad, disciplina y empeño la objetividad, buscando el cálido clima de la verdad, sentida y gozosamente gustada manteniendo una oferente disponibilidad y compartiendo sin egoísmos cerrados y angostos lo que debe ser patrimonio común.

Los intelectuales 'programados', como nos advertía nuestro autor, pueden crear moda, pueden hacer costumbre de buen tono. Mas que adscribirse a una ideología o adhiriéndose a ella, la ilustran con sus divagaciones, la barnizan con sus ocurrencias y la bruñen con su estilo. De este modo va naciendo la moda intelectual. Casi siempre tarada por dos vicios importantes: la superficialidad y el malentendido. Así nos fue dado asistir a las apologías, alegres y despreocupadas de los totalitarismos, de los de derechas y de los de izquierdas. Y no eran apologías meramente estéticas, sino apologías con aire filosófico. Eran, en suma, la moda.

Para revitalizarla, para inyectar la energía operante, se echa mano con frecuencia del pasado. En unos casos del pasado histórico; en otros del pasado ideológico. Y, en ambos casos, con evidente falseamiento de las premisas y subsiguiente adulteración de las consecuencias. Esta situación me invita a reflexionar sobre la actitud intelectual de Tomás de Aquino. Ya casi olvidada la festividad litúrgica y académica del Aquinatense me ha hecho repensar una vez más la calidad de su magisterio lleno de honestidad intelectual, para situarse en el aquí y en el ahora en la historia viva del pensamiento, en los antípodas de los intelectuales programados, lo que me obliga año tras año a un diálogo amigo con Tomás de Aquino.

Su pensamiento filosófico, teológico y humanista, sus formulaciones densas no tienen siempre un cierto aire de suave brisa, pero sí de anhelo y expresión profunda. La biografía de Santo Tomás, tan llana, tan monótonamente, es un tanto paradójica en su superficie, sobre todo si no la contemplamos desde una perspectiva histórica. Si hacemos una cala de reflexión en su entraña, circunstancias y contexto histórico, resulta todo lo contrario: una biografía rica, 'actuosa', erizada de perspectivas intelectuales, colmada de disputas académicas; en una palabra de dinamismo de mente y de corazón.

No pretendo hacer el panegírico del instinto intuitivo, sino aplicarme a hacer una semblanza del día que para mí es de todos los días, al recordar esta festividad de Tomás de Aquino. Empecemos por su estructura. Primero, la estructura física; después, la estatura intelectual; y por fin la estatura moral. Con las tres juntas, aglutinadas en un todo único, se puede obtener fácilmente la semblanza o el boceto del denominado Doctor Angélico.

En lo físico, era muy corpulento, un napolitano bien criado. Era una buena base corpórea para sostener una gran cabeza, redonda, de ancha frente y ojos como soles. Los testigos que declararon en su proceso de canonización coincidieron en afirmar estos detalles de su estructura física. Algunos recientes eruditos han dicho que no fue un tipo napolitano, pensaban que el tipo —o el prototipo— italiano es vivaracho, trovador y encantador. Chersterton, genial maestro de la paradoja, en una biografía de Santo Tomás, nos dice con su fino humor y gran hondura, ha hecho el paralelismo y el contraste entre los dos grandes santos italianos: Tomás de Aquino y Francisco de Asís, y ha visto el retrato de Santo Tomás a través de la 'Disputa' de Rafael y del lienzo Ghirlandaio: una corpulencia mastodóntica sosteniendo una cabeza de emperador romano. Una cabeza como la de Napoleón o la de Mussolini, pero de proporciones más gigantescas. El mismo Chersterton, tan amigo siempre de la ironía, contempló a Santo Tomás como un tonel de vino, como un buey alado de la mitología asirio-babilónica. Y, como buen inglés se imaginó a San Francisco y al Aquinate bajando de una colina como un Don Quijote y un Sancho Panza medievales. Esto, como es natural, no era más que la corteza, forzando un poco el juego de comparaciones para revelar que lo que quería decir era otra cosa.

El retrato intelectual va más allá de la realidad física. Hay que adentrarse, con otros criterios en esa corpulencia humana. La cabeza es ya un índice de su talla mental y se ha exagerado su dimensión física para deducir por analogía -método típico de conocer muy usado por la escolástica-, la hoguera de verdad que allí ardía. La sed de ahitarse del último porqué de la realidad, la capacidad y orden de la dimensión arquitectónica. Aunque los más revoltosos de sus condiscípulos le creían un zote -le denominaban el 'buey mudo'- su maestro, Alberto Magno los desengañó con medidas más justas diciéndoles que era un estudiante con vocación y capacidad extraordinaria, pero humilde. Hoy es posible desde la perspectiva histórica medir la estatura intelectual de Tomás de Aquino, en su gigantesca obra. Ahí está una mole ciclópea de libros y tratados a través de los cuales se puede llegar a inducir algo para reconstruir la batalla intelectual de Tomás de Aquino. La definición busca el contacto de la realidad con la idea. Cuando la realidad es muy compleja, hay que ir por otro camino: por el de la comparación o el de metáfora. Y esto es lo viable en nuestro caso. Pirámides, decía Lacordaire; catedrales góticas de la teología, han dicho otros, 'monumentum aere perennius' (Monumento más perenne que el bronce) repiten los que han leído a Horacio. Da igual. Son analogías. La realidad es testimonial.

El aspecto moral de Tomás de Aquino fue la de un Santo que no olvidó nunca que era hombre. Un profesor riguroso y amable. Un hermano de todos y de todas las horas. 'Il buon frate Tomasso' era el mote con que sus coetáneos amigos y enemigos, le conocían. El mismo mote con que lo designa el Dante en la 0Divina Comedia' y Fray Angélico en sus frescos. No se impacientó sino para buscar la verdad. O por repeler el error. Su única tentación acentuada, su pasión esencial fue la verdad. La Verdad y la verdad. Dios y el mundo creado. Cincuenta años gastó en esta búsqueda. Una eternidad en poseerla.

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