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La racionalidad pública del cristianismo

En el discurso preparado por Joseph Ratzinger para su visita a la Universidad de «La Sapienza», ante todo se pregunta qué puede decir un Papa en la universidad. Esto implica cuestionarse qué es ser Papa y qué sentido tiene la universidad.

El Papa está para confirmar la fe y mantener la unidad de los cristianos, que con los demás ciudadanos edifican la sociedad. A lo largo de la historia, la comunidad cristiana ha ido adquiriendo una experiencia y una sabiduría importante para toda la humanidad. A este propósito, Benedicto XVI entra en diálogo con John Rawls, filósofo estadounidense fallecido en 2002. Rawls sostiene que las doctrinas religiosas globales carecen de una «racionalidad pública», si bien a lo largo de los siglos han desarrollado argumentaciones válidas y sabiduría. El Papa «en este sentido habla como representante de una razón ética», que tiene también una significación y racionalidad pública.

La universidad desde su origen sigue el impulso de Sócrates, cuando se cuestiona si las guerras y discusiones entre los dioses son algo «verdadero». Recuerda el Papa que los primeros cristianos comprendieron su fe como «la disolución de la niebla de los mitos, para hacer lugar al descubrimiento de aquel Dios que es Razón creadora y al mismo tiempo Razón-amor». Como parte de la propia identidad, los cristianos hacían suyo el interrogante socrático y «la búsqueda fatigosa de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad entera». En esta misma perspectiva nacería siglos después la universidad, precisamente en el ámbito cristiano.

Pero la verdad, observa Benedicto XVI, no es sólo contemplación de la realidad, teoría, en el sentido griego; sino que se refleja en el que obra el bien, haciéndole bueno. Interesante, a propósito de la relación entre teoría y praxis, es el diálogo del Papa con Jürgen Habermas. Para este filósofo, la legitimidad de la democracia tiene dos fundamentos: la participación de todos los ciudadanos y la «racionalidad» de los debates, que no pueden resolverse simplemente por una mayoría aritmética, sino por medio de una argumentación «sensible a la verdad».

De acuerdo con Habermas, entiende Benedicto XVI que la política ha de buscar lo razonable; es decir, lo verdadero y lo justo. Pero además de los partidos y los grupos de intereses, deben escucharse otras instancias que se preocupen del hombre en su totalidad y susciten la sensibilidad por la verdad. Tal era el papel de la filosofía y la teología en el origen de la universidad y que merece ser repensado actualmente, también en relación con la cultura y la política.

Por este camino llega la tesis central del discurso. La historia del humanismo crecido sobre la base de la fe cristiana demuestra «la verdad de esta fe en su núcleo esencial, haciéndola con ello también una instancia para la razón pública». Es cierto que muchas cosas que afirma la teología sólo comprometen a los creyentes. Pero, observa el Papa, el mensaje cristiano no es sólo una «doctrina religiosa global» en el sentido de Rawls, sino «una fuerza purificadora para la razón, que le ayuda a ser más ella misma». En consecuencia, el mensaje cristiano debería ser siempre «un estímulo hacia la verdad y por tanto una fuerza contra la presión del poder y de los intereses».

En los tiempos modernos se han incorporado en la universidad nuevas ciencias: las ciencias naturales, que presuponen en su método la racionalidad de la materia, junto con las ciencias históricas y humanísticas, que contribuyen a la comprensión del hombre mismo, acrecentando su saber y su poder. El peligro del mundo occidental, advierte el Papa, es que se rinda ante la cuestión de la verdad; que la razón se pliegue ante la presión de los intereses y el atractivo de la utilidad como criterio último; que la filosofía se degrade en positivismo y que la teología se encierre en grupos particulares. De este modo la razón podría aislarse de sus raíces y morir.

Como conclusión podemos decir que los cristianos proponen en la vida pública una sabiduría que ha mostrado su validez, especialmente para mantener la «sensibilidad por la verdad» y defender la causa de la solidaridad y la comunión contra los intereses particulares del individualismo. Conviene hacer notar que esto no significa que los cristianos piensen lo mismo sobre las cuestiones temporales, ni que, por tanto, tengan que constituirse en un partido único. El mensaje cristiano puede configurar diversamente las opciones culturales y políticas; pero, en cualquier caso tiene capacidad para informar la racionalidad pública.

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