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Unidad de los Cristianos: para que el mundo crea

Cada año, del 18 al 25 de enero, la Iglesia impulsa un octavario de oración por la Unidad de los Cristianos. A pesar del deseo de Jesús de que todos los cristianos formemos una unidad «para que el mundo crea», es lamentable que continuemos divididos en iglesias diferentes que se presentan como la iglesia de Jesús. Es cierto que existe un movimiento ecuménico que va realizando una lenta labor de acercamiento a la unidad con las iglesias nacidas del Cisma de Oriente o de la Reforma. Pero la desunión de los cristianos no se muestra sólo en la diversidad de iglesias, sino dentro de nuestra misma Iglesia.

En los trabajos de acercamiento a las iglesias ortodoxas o reformadas quizás la colaboración de los católicos habrá de ser la oración y el respeto, pero en la superación de las divisiones entre los mismos católicos, tendremos que hacer algo más.

Hay muchos grupos que parecen más preocupados por edificar su propia institución, movimiento o especialización que por colaborar en la tarea común de hacer la Iglesia de Jesús o quizás, más grave, convencidos de que ellos representan la única forma auténtica de ser cristianos, mientras que los demás resultan descomprometidos, equivocados o manipulados al servicio de otras instancias de poder.

Hay también personas y grupos que afirman su identidad a través de la crítica o el enfrentamiento con la jerarquía y claman contra la autoridad de la Conferencia Episcopal, los Obispos y hasta el Papa. Ellos quisieran una iglesia distinta a la que tenemos, con sus luces y sus sombras, a la que hay que destruir para edificar otra de acuerdo con sus novedosas teologías, en las que ponen a Jesús al servicio de sus propios ideales de cambio.

Muchos otros se confiesan cristianos, para añadir de inmediato lo de «no practicantes» que reducen su pertenencia a la Iglesia a bautizos, primeras comuniones, algunas bodas y entierros. Es posible que sean además devotos de alguna advocación de la Virgen y que haya en ellos algún rescoldo de la fe que recibieron de niños. En las nuevas generaciones serán cada vez menos los niños que reciban una mínima iniciación de la fe cristiana.

Otros cristianos, incluso «practicantes», viven un cristianismo a la carta. Escogen del Evangelio, de la doctrina de la Iglesia y no digamos del Catecismo, lo que les parece o les gusta más, y rechazan el resto, apoyados a veces por su propia interpretación de las interpretaciones variopintas de los teologos del momento.

Más grave aún es la falta de unidad del estamento clerical, alto y bajo, secular y regular, dividido en variadas tendencias, sin una proyección espiritual y apostólica global, viven más preocupados por el mantenimiento de sus instituciones, obras asistenciales o colegios que por extender la buena noticia de Jesús, la esperanza de que hemos sido salvados.

San Pablo exhortaba a los cristianos de Efeso a que conservaran la unidad del espíritu con el vínculo de la paz. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos. A los de Corinto los conjuraba a mantener una misma mentalidad y un mismo juicio acabando con las divisiones y discordias que los llevaban a decir a unos que eran de Pablo, a otros de Apolo, a otros de Cefas,en lugar de sentirse todos de Cristo.

No podemos cesar de orar por la unidad de los cristianos, pero al mismo tiempo habremos de poner cada uno algo de nuestra parte para conseguirla. Nuestros movimientos, organizaciones, institutos y métodos hay que verlos en su humilde papel de medios para la edificación de la Iglesia de Jesús, sin convertirlos en fines y mucho menos en compartimentos estancos, en capillas particulares, en ridículas pretensiones de ser los puros, los perfectos. Todos arrastramos nuestra condición de pecadores necesitados de perdón y de misericordia y que al sentirnos amados y perdonados por Dios, transmitimos a los demás nuestra alegría y respondemos al amor de Dios amando a todas las personas, empezando por nuestros propios hermanos en la fe. Ojalá se pueda decir de nosotros: ¡mirad como se aman!

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