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El intruso doctor Robin
Julia tiene 12 años. Le preocupa saber si se quedará embarazada cuando tenga relaciones sexuales, o si le dolerá la primera vez. A Juanjo lo que le lleva de cráneo es saber si es verdad que su pene dejará de crecer si se masturba con tanta frecuencia. Como otros miles de adolescentes, en plena edad de crecimiento y maduración personal, con la cabeza hecha un lío y el mundo entero por descubrir, tienen sus preocupaciones e incertidumbres personales. Éstas y otras muchas dudas, que tanta vergüenza les da plantearlas a sus padres, ahora les puede ayudar a resolverlas su nuevo amigo virtual: el doctor Robin.
«Robin nace para ofrecer a los jóvenes puntos de información sobre salud a través de la herramienta que más usan en Internet (Messenger). Es un instrumento pionero en Europa y en el mundo», declaró durante su presentación en el Instituto madrileño Joaquín Rodrigo el ministro de sanidad Bernat Soria. Siguiendo con la presentación, añadió: «Una de las ventajas de este nuevo programa es que permite a los jóvenes hacer preguntas sobre estos temas en la intimidad, desde el anonimato y sin pasar vergüenza».
Así de sencillo, y de simple manejo, se presentó hace unos días el doctor Robin, que desde el 9 de enero ya se puede agregar como contacto en el messenger. De esta forma, todo aquél que lo agregue a su lista (con la cualidad que a Robin siempre lo encontrará conectado) podrá preguntarle todo tipo de dudas sobre sexualidad y consumo de alcohol. Si Robin no es capaz de contestar, bastará con enviarle un e-mail con la duda para que sea contestada en un plazo breve de días.
Robin se presenta como un instrumento pionero, pero tampoco hay para tanto; porque programas con sus características desde hace años que circulan por la red, como era el Dr. Abuse, con quien podías tener una conversación coherente y entretenida. Lo que cada vez parece que está más claro, es que España se está convirtiendo, ¡en esto sí!, en un país pionero en la destrucción de la familia y del papel que deben ejercer los padres con sus hijos. Porque, no nos engañemos, una vez más el gobierno actúa al margen de los padres.
Unos padres con sentido común, deberían considerar a Robin como un medio insultante. «Vosotros, padres, que sois tan incapaces de educar a vuestros hijos, que no sabéis ganaros la confianza de ellos, ya me encargo yo de hacerlo...», parece que nos esté diciendo dicho sujeto virtual.
Que al adolescente le de vergüenza hablar de ciertos temas con sus padres, como las cuestiones relacionadas sobre sexualidad, es sabido desde siempre. Como también le da vergüenza decir que ha suspendido un examen, o que tal día hizo «campana» en el cole, que le pillaron copiando el trabajo de lengua, que tiró una piedra y rompió el cristal del vecino, o que cogió «prestados» unos cuantos euros para comprarse una cajetilla de cigarrillos. Pero éste es el «quid» de la adolescencia, y ante esta etapa tan clave de la vida, la función de los padres debe orientarse en poder ganar su confianza, llevarles hacia su terreno personal y conseguir ser los primeros aliados de los hijos.
Robin puede ser un buen informador, pero nunca podrá ofrecer lo que unos padres pueden, y deben, dar a sus hijos: educación. Y sin embargo, en un momento crucial de la vida, cuando a los hijos les apetece menos hablar y explicar sus cosas, y por el contrario es cuando más lo necesitan, vienen los señores del ministerio para poner más trabas en el asunto, poniéndoselo más difícil aún a los padres. Si tan conscientes son de las dificultades de diálogo entre los padres y los hijos... ¿por qué no ponen medios para formar a los padres en lugar de alejarles de sus hijos?
Otro tema es el alto valor que se merece la sexualidad humana, la importancia de contextualizarla en el sujeto y englobarla dentro del ámbito de la persona. Algo que un individuo virtual, por muy sofisticado que sea, nunca podrá conseguir. Porque de igual forma que los trapos sucios se lavan en casa, los padres son quienes mejor saben ofrecer este tipo de información.
Pero ya se ve que la familia cada vez importa menos, y algunos pretenden mantener a los padres al margen de sus hijos. Será que llegó el momento de no callar, y empezar a decir que sí, que hay padres que quieren —y pueden— educar a sus hijos.
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