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La mitad del alma

El portavoz de un grupo homosexual inglés se ha quejado recientemente de una petición del Vaticano. El hecho es que se ha solicitado que los restos mortales del Cardenal Newman, fallecido hace más de 100 años, se saquen de su tumba para llevarlos a una iglesia de Birmingham. El motivo del traslado es que está próxima su beatificación, y se desea que sus restos se encuentren más accesibles ante la esperada afluencia de peregrinos.

El Cardenal Newman pidió en su día ser enterrado en la misma tumba donde estaba ya un sacerdote miembro de su congregación. Entre los dos había habido una sincera amistad forjada a lo largo de más de 30 años, y juntos habían sufrido duras pruebas. Al poco del fallecimiento de su amigo, el Cardenal escribió que le «había amado con un amor tan fuerte como el de un hombre por una mujer». Son palabras que evocan el sentido lamento del rey David por la muerte de su gran amigo Jonatán, y que están recogidas en la Sagrada Escritura. A partir de estas palabras y de la sepultura compartida, el portavoz del grupo homosexual deduce que ambos sacerdotes eran «amantes».

En una situación similar a la del Cardenal Newman, el poeta latino Horacio escribió unos versos que expresan el mismo sentido de la amistad. Había fallecido Virgilio, escritor ilustre y buen conocido de Horacio. Éste implora en el poema que le sea devuelto su amigo para «conservar así la mitad de mi alma». Esta sencilla línea refleja lo hondo que cala una amistad. Se le hacía difícil al autor clásico encajar la pérdida del ser querido. La sobriedad romana no podía ser más precisa al identificar lo específico de la amistad: se trata de un tipo de relación que tiene un carácter eminentemente espiritual.

Hay un salto en la lógica del portavoz. Su deducción denota un modo de ver la amistad que no se entiende sin manifestaciones sexuales. A la vista de la intuición de Horacio, uno se da cuenta de que el verdadero amigo se lleva «dentro», no porque excite afecto o pasión sino porque alimenta la comunión personal.

Actualmente hay escasez de amigos de verdad. Y es que se requiere un terreno apto para cultivar la amistad. Quizá hay en nuestros días demasiados elementos que la ahogan. No es un problema de falta de tiempo sino más bien de exceso de superficialidad, de dependencia del consumismo y de afán de éxito. Un entorno así conlleva una miopía espiritual: se hace difícil comprender al otro, ponerse en su lugar y ser capaz de hacer por él lo que uno quisiera que hicieran consigo. Cuando esa capacidad de comunión espiritual entre las personas se ahoga, cuando en el interior de la persona faltan resortes para actuar por el bien del amigo, especialmente si hay que hacerlo de modo desinteresado, entonces llega la gran desgracia: la soledad. Aunque uno se relacione con mucha gente, o conozca a media ciudad, su interior estará marcado por la falta de compañía.

La dinámica espiritual de la persona es diferente a las meras relaciones materiales o somáticas. Por eso no encontramos amigos en las especies animales. Entre los animales también se establecen relaciones: hay una relación fuerte entre la cría y la madre, la época de celo condiciona la atracción entre el macho y la hembra, y también se da la relación de supervivencia en la manada para que el más débil subsista a la sombra del más fuerte. Sin embargo, la amistad es algo más.

Los amigos no son impuestos ni cabe pensar en una obligación de tenerlos. La amistad es una realidad que refleja la libertad personal. Cada uno puede elegir a sus amigos. Y, no obstante, esto no es lo definitivo. La amistad va mucho más allá de la simple elección de los amigos porque responde a la capacidad de ser leal. Es en este punto donde la persona puede desplegar sus potencialidades espirituales. La lealtad no se entiende si no se hace por sí misma: una persona se autodetermina a ser fiel al amigo. Sólo desde esta decisión se puede ser abnegado por el bien del otro. Así se entiende que no haya tesoro mayor que contar con amigos leales y abnegados: son los que se preocuparán sinceramente por nuestro bien, aunque haya circunstancias adversas o sufran una injusticia debida a la ayuda prestada. De este modo se supera la dinámica utilitarista o afectiva, pues se actúa por algo más profundo y que sólo depende de la propia voluntad.

Aristóteles escribió que «la amistad es lo más necesario en la vida, porque ninguno hay que quiera vivir sin amigos, aunque tenga en abundancia todos los demás bienes». La riqueza de los amigos no es comparable al resto de experiencias humanas puesto que se trata de un vínculo de orden espiritual, y, precisamente porque es espiritual, tiene una fuerza mayor que cualquier otra relación entre personas humanas. Hoy en día, al igual que en el siglo XIX y en el I a.C., es posible tener amigos auténticos. Para ello se requiere facilitar que nuestra alma despierte.

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