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Pablo también querría

El espíritu de Pablo de Tarso, apóstol de los gentiles, se revive (para quien lo haya perdido) cada año cuando, con motivo del Domingo Mundial de la Propagación de la Fe (más conocido como DOMUND) se nos recuerda que es tarea de todo cristiano (aquí católico) hacer, de la Palabra de Dios, el camino por el que cualquiera pueda llegar (y disfrutar, ya) del definitivo Reino de Dios.

Sírvanos de guión los elementos más destacados del Mensaje que Benedicto XVI ha escrito para el pasado día 19 de octubre, día del DOMUND, que, no por pasado, podemos olvidar, porque la Misión (evangelización) que hemos de llevar a cabo, como hiciera san Pablo, no pasa de moda ni es antigua.

La humanidad tiene necesidad de liberación

A pesar de lo que pueda pensar una sociedad hedonista, relativista y llena más de mundanidad que de espíritu, aquella está necesitada de una verdadera liberación que acabe, precisamente, con los elementos que distorsionan lo que podría ser un vivir de una forma más acorde con la Ley de Dios que es, no obstante, la manera más acertada de llevar una vida humana y, por eso, de respeto hacia el prójimo.

Por eso dice Benedicto XVI, en el Mensaje citado arriba, que «La humanidad misma sufre, dice san Pablo, y alimenta la esperanza de entrar en la libertad de los hijos de Dios (cfr. Rm 8:19-22)» y tal sufrimiento, aunque a veces acallado por el soborno que los bienes materiales infieren en el espíritu, requieren la presencia de Aquel que dio forma al ser humano y al mundo.

¿Dónde podemos encontrar tal liberación?

Sobre esto, dice el Santo Padre, en su Encíclica Spe Salvi (27) que «quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12)»

Por tanto, liberación y Dios van unidos, a la perfección, de la mano y sin el Padre aquella ni es entendible ni posible.

La Misión es cuestión de amor

Pero la Misión de evangelización sólo se puede sostener con la Ley fundamental del reino de Dios: el Amor.

La caridad, por tanto, no puede estar ausente de lo que san Pablo querría que hiciéramos, que hagamos porque «Es Dios, que es Amor, quien conduce la Iglesia hacia las fronteras de la humanidad, quien llama a los evangelizadores a beber «de la primera y originaria fuente que es Jesucristo, de cuyo corazón traspasado brota el amor de Dios» (que es lo que dice el Papa en su Encíclica Deus caritas est, 7)

Entonces, es a partir del Amor, desde donde podemos llevar a cabo la labor de evangelización. «Solamente en esta fuente se pueden conseguir la atención, la ternura, la compasión, la acogida, la disponibilidad, el interés por los problemas de la gente y aquellas otras virtudes necesarias a los mensajeros del Evangelio para dejarlo todo y dedicarse completa e incondicionalmente a esparcir en el mundo el perfume de la caridad de Cristo».

Y con tales palabras, Benedicto XVI manifiesta en qué fuente hemos de beber y, desde ella, dar de beber al prójimo.

Evangelizar siempre

No podemos olvidar lo que el Papa alemán dice en el Mensaje para este año del DOMUND porque es de vital importancia para que no se nos olvide nunca: «Es necesario insistir en que, aún en medio de dificultades crecientes, el mandato de Cristo de evangelizar a todas las gentes continúa siendo una prioridad».

Pero como, parece, que no es suficiente con esto, añade un, a modo, de advertencia para tibios (que, recordemos, los vomita Dios de su boca, según recoge el Apocalipsis 3:15): «Ninguna razón puede justificar una ralentización o un estancamiento, porque 'la tarea de la evangelización de todos los nombres constituye la misión esencial de la Iglesia' (Pablo VI, Exhortación apostólica Evangelio nuntiandi, 14)»

Esto lo dice el Santo Padre porque en muchas ocasiones utilizamos cualquier excusa (muy relacionada, casi siempre, con el mundo) para evadir la responsabilidad que nos corresponde para evangelizar y, por eso mismo, dice Benedicto XVI que no hay ninguna razón que, al contrario de lo que pensamos, nos sirva para no hacer lo que debemos hacer.

¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! (1Cor 9:16)

La conclusión de todo esto es la famosa frase de san Pablo en la Primera Epístola a los Corintios y que titula este apartado.

¡Qué triste es no querer llevar la Palabra de Dios, Creador nuestro, al resto del mundo! ¡Qué alejado de la voluntad del Padre que no seamos levadura para que crezca su Reino¡ ¡Qué manifestación de desagradecimiento hacer caso omiso a la misión que nos corresponde!

Al contrario, por otra parte, de lo que podamos pensar (por humana vanidad) no es para que nos gloriemos de hacer tal cosa sino que, al contrario es un «deber y gozo»: deber de fidelidad y de filiación divina y gozo de quien se sabe, por tanto, hijo de Dios.

¡Ay de mí si no predicare! ¿Qué otra cosa mejor podemos hacer?

Por eso Pablo de Tarso, luego san Pablo, también querría que hiciéramos, según nuestras posibilidades, la misma labor que él llevó a cabo, con esfuerzo pero con alegría, con su cruz acuestas pero amando tan dulce carga.

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