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De Pablo VI a Juan Pablo II: desarrollo y paz

La Iglesia, surgida dentro de la sociedad de la época, en aquel siglo, se constituyó con personas que, de diversos ámbitos sociales, formaron aquel primer grupo de discípulos. Por eso ser social es, esencialmente, una forma de manifestarse sin la cual no podría entenderse el devenir que, desde aquellos años, ha traído la palabra de Dios hasta los nuestros.

Como, de vez en cuando, hay que recordar cosas tan obvias para que no se olviden, la XC Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal, con el documento titulado «Para que tengan vida en abundancia», apoyado en un texto del Evangelio de Juan («El ladrón no viene más que a robar, matar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia», 10,10), ha manifestado, con esa Exhortación Pastoral, que «sentimos un agradecimiento por el pasado».

Ese agradecer requiere, por eso mismo, una memoria. Y la Doctrina Social de la Iglesia, en el especial ámbito en el que surge y desarrolla, tiene mucho, todo, que decir.

Como bien dice la Encíclica Populorum Progressio (PP), de Pablo VI, la Iglesia, en el cumplimiento intrínseco de su labor en el mundo, en relación a los hombres, «desea ayudarles a conseguir su pleno desarrollo y esto precisamente porque ella les propone lo que ella posee como propio: una visión global del hombre y de la humanidad» (PP 13)

Pero, ¿Qué tipo de desarrollo se espera de la humanidad?

Puede pensarse que se trata de uno que lo sea económico, tecnológico; un desarrollo puramente humano que, eso es cierto, acabe con muchos problemas que, hasta ahora, la humanidad lleva adosados a su corazón. Sin embargo, un puro avance sin distribución de lo avanzado, no sería, por su egoísmo, permisible desde el punto de vista humano ni admisible desde el punto de vista cristiano.

Así, en el punto 14 de la PP se dice que «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico». Y esto es una gran verdad.

Porque, siendo las «carencias materiales» características menos humanas, así como «el abuso del tener o del abuso del poder» o la posible «injusticia en las transacciones» (pensemos, por ejemplo, en la existencia de un comercio injusto: más a cambio de menos), son, por decirlo así, «más humanas» (como característica de una nueva sociedad) «el remontarse de la miseria a la posesión de lo necesario, la victoria sobre las calamidades sociales, la ampliación de conocimientos, la adquisición de cultura», etc. es en este ámbito donde la Iglesia ha de actuar, actúa[1]. Y esto camina, ha de hacer caminar, hacia una sociedad donde el desarrollo, como bien dice Pablo VI (en frase muy conocida por lo impactante que es) «es el nuevo nombre de la paz» (PP 76)

Por otra parte dice Juan Pablo II Magno, en su Encíclica «Sollicitudo Rei Socialis» (SRS) que «se puede afirmar que la Encíclica Populorum Progressio es como la respuesta a la llamada del Concilio, con la que comienza la Constitución Gaudium et spes: «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón »[2].Estas palabras expresan el motivo fundamental que inspiró el gran documento del Concilio, el cual parte de la constatación de la situación de miseria y de subdesarrollo, en las que viven tantos millones de seres humanos.»

Constata Juan Pablo II Magno que «El primer aspecto a destacar es que la esperanza de desarrollo, entonces tan viva, aparece en la actualidad muy lejana de la realidad.» (SRS 12). Esto lo decía hace, ahora[3], dos decenas de años. Ni se hacía ilusiones la PP ni tampoco se las hace el recordatorio que hace el Papa polaco en cuanto a la situación del desarrollo de las naciones y de las pobrezas que pueden constatarse a lo largo del ancho mundo.

Tal es la situación a nivel mundial que bien «se puede hablar ciertamente de «egoísmo» y de »estrechez de miras». Se puede hablar también de «cálculos políticos errados» y de «decisiones económicas imprudentes» (SRS 36)

Parece, pues, que la paz, en el sentido puramente cristiano, está lejos de ser conseguida porque, a tenor de lo dicho por uno y otro Pontífice, las cosas están, hoy día, 2007, no igual sino, seguramente, peor que hace 40 años.

Sin embargo, al igual que Pablo VI, en su Encíclica, relacionaba, justamente, paz con desarrollo, Juan Pablo II Magno lo hace equiparando paz y solidaridad: «la paz como fruto de la solidaridad» (SRS 39) porque, al fin y al cabo, tanto el ir a mejor (fruto del desarrollo) como el comportamiento tendente a adherirse a las necesidades del prójimo son elementos, que no sean instrumentos mismos, de la paz.

Por todo lo dicho y, seguramente, por lo mucho que no se ha dicho aquí, la Iglesia misma, en cuanto transmisora del mensaje de Cristo entregado al mundo de Amor y de Esperanza, no puede, sino, hacer lo que le corresponde. Por eso, para que esa vida en abundancia que nos recuerda Juan en su evangelio han de tener los hijos de Dios sea posible no cabe más acción (ni menos) que la difusión de una Doctrina Social que tiene, la Esposa de Cristo, como eje de su existencia.

Es por eso que dice el documento surgido de la citada XC Asamblea Plenaria de la CEE que «se propone una memoria agradecida del pasado, desde la riqueza que supone la Doctrina Social de la Iglesia, un compromiso decidido ante los retos del presente, centrados especialmente en la comunión eclesial y en el dinamismo de la misión evangelizadora»

Y eso, todo eso, está en nuestras manos, por muy trabajoso que sea o que pueda parecer; en las nuestras; en las de cada uno de lo que nos consideramos, porque lo somos, hijos de Dios.

Notas

[1] Por todo lo dicho en este párrafo, el punto 21 de la PP informa.

[2] Gaudium et spes, Proemio 1.

[3] El día 30 de diciembre se cumplen 20 años de la SRS.

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