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Bernat y los inqusidores

El progre se pasea por el mundo, sobradísimo y encantado de haberse conocido, como aquel fulano del chiste de Gila que un día se tropezó en la calle con tres tipos fortachones que estaban apaleando a un hombrín enclenque y desvalido. El fulano del chiste contempla la escena, al principio con perplejidad, enseguida con franca indignación, y decide sumarse a la trifulca, guiado por su sentido natural de la justicia. «¡Cómo lo pusieron entre los cuatro!», remataba Gila su chiste, agitando ponderativamente la mano. Este mecanismo mental de inversión de la realidad que permite al progre apalear al débil y posar de valentón ante la galería, convencido de que acaba de consumar una hazaña y presentando, además, al débil como un peligroso enemigo al que conviene seguir apaleando, no sea que reviva, constituye uno de los más burdos embelecos que jamás se hayan fabricado. Pero en el Matrix progre todo está permitido. ¡Y ay de quien se atreva a rechistar! De inmediato, ingresará en la categoría de chusma apaleable.

Las declaraciones de Bernat Soria a una radio alcoyana son pa mear y no echar gota. Preguntado sobre el escándalo de los mataderos donde se perpetran abortos a mansalva, como en una planta procesadora de derivados cárnicos en la que se hubiesen implantado métodos estajanovistas, el bueno de Bernat, como el fulano del chiste de Gila, arremetió contra quienes los denuncian: «El país que inventó la Inquisición parece que no quiere olvidarse de ella. No puede ser que haya un cinco o un seis por ciento de personas que quieran ser los inquisidores del resto». Como todo progre que se precie, el bueno de Bernat es un analfabeto con chorreras que, a falta de lecturas, se abastece con el pienso de la leyenda negra, que es de fácil digestión y muy sonoro regüeldo. Pero, más allá de la atribución errónea sobre los orígenes de la Inquisición, lo que en verdad causa pasmo es el desparpajo con que el bueno de Bernat identifica a quienes osan denunciar esas carnicerías con torvos inquisidores que pretenden devolvernos al oscurantismo. El bueno de Bernat es un hombre pragmático que mira ante todo por la salvación de su propio culo (no ponemos alma porque el bueno de Bernat, como buen racionalista, no cree en su existencia); y sabe bien que si hoy se empieza a investigar a los matarifes de esas plantas procesadoras de derivados cárnicos tal vez mañana se sigan investigando los experimentos que hacía en aquel chiringuito o sucursal del doctor Moreau que dirigía en Valencia. Y con el pan de uno no se juega.

Después de apalizar, en una muestra característica del mecanismo mental de inversión de la realidad propio del progre, a «ese cinco o seis por ciento» de españoles que aún conservan un vestigio de humanidad y condenan el aborto, el bueno de Bernat pasó a entonar la loa de su plan bucodental infantil. Este brusco cambio de suerte ha sido interpretado como una maniobra de despiste típica de quien se siente incómodo tratando asuntos escabrosos. Pero a mí, antes que una maniobra de despiste, se me antoja un corolario natural o consecuencia lógica de lo anterior. Y es que, a fin de cuentas, el bueno de Bernat tiene que estar muy agradecido a los matarifes de fetos, sin cuya labor estajanovista su plan bucodental no sería viable. ¡Imaginen por un momento que esos cien mil niños nonatos que cada año son hechos picadillo en la trituradora y arrojados al desagüe llegasen a nacer! ¡No habría plan bucodental que diese abasto con tanta caries sobrevenida, con tanto sarro inesperado, con tanta endodoncia supernumeraria! En los mataderos de niños nonatos le hacen al bueno de Bernat el trabajo sucio para que le cuadren las cuentas de su plan bucodental. Y, así, el bueno de Bernat puede sonreír con esa sonrisa helada y profidén que tiene, sonrisa de Papa Noel fallero que sólo lleva regalos a los niños supérstites. Los demás que se jodan en el limbo, esa geografía de ultratumba en la que ya sólo creen quienes no creen en Dios.

Contra el aborto están los inquisidores y los detractores del plan bucodental del bueno de Bernat. Los buenos progres pueden, en cambio, lloriquear por las esquinas denunciando las corridas de toros o los desmanes de Bush.

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