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El significado de Dios como amor

El real significado del mundo en que vivimos lo descubriremos si mantenemos los ojos fijos por encima de él. Dios no tiene peso en este mundo. Nuestra fe no puede depender de acontecimientos exteriores, pues estos pueden ser contrarios a nuestros deseos; ni de acontecimientos interiores, humores o gustos que cambian continuamente. Cada uno no está siempre con el mismo estado de ánimo y además, tampoco se puede confundir a Dios con una cierta euforia.

Nuestra fe es una orientación, haga frío o calor, luz u oscuridad; es una brújula que invariablemente marca el Norte. La experiencia de Dios nos lleva inexorablemente a la conversión, a un cambio en lo más profundo de nosotros mismos y a la necesidad de lo infinito, y éste es el deseo íntimo de todo hombre; un bien, un amor que colme totalmente la aspiración hacia el bien y hacia el amor que existe en cada uno de nosotros. Este es el sentido del Dios personal que el cristianismo ha introducido en la noción de Dios; el infinito que responde al hombre limitado y relativo, comunicándole su plenitud, la personalidad de Dios desborda la personalidad humana. Además, hay que reconocer que sólo el cristianismo nos enseña que Dios es amor.

Para muchos hombres, parecería que la Iglesia como armadura social fuese mas barrera que camino hacia Dios. Todos tenemos que sufrir ciertas reservas. La fe es una victoria sobre las dudas. El que jamás dudó nunca, alcanzará la verdadera fe. La fe es un combate.

La tradición deriva de la revelación y la Iglesia como cuerpo organizado, como fenómeno social, no forma parte del bien absoluto, sino de lo necesario. Hacen falta canales para que la fuente llegue hasta nosotros. A los incrédulos les diría que todos hemos pasado estas dudas a las cuales ustedes sucumbieron y nosotros las hemos superado. Lo que para algunos es un obstáculo insalvable, a otros los ha llevado a descubrir el meollo y a tirar la cáscara.

Nadie bebe directamente de la fuente, todos nos valemos de los canales naturales, la sabiduría la recibimos de los maestros. La medicina de los médicos, la belleza de los pintores y de los poetas.

De todas maneras hay un testimonio que es el capital más grande de la Iglesia, el testimonio de veinte siglos, que a pesar de los errores humanos sigue despertando en los hombres el ansia de lo infinito, de lo intemporal, y nos enseña la opción por el bien en vez del mal, de lo verdadero en vez de lo falso, lo divino en vez de lo humano y trata de cultivar lo más noble que hay en el hombre para sublimarlo, aunque a veces la tierra no sea la más apta para ello.

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