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Violencia contra la mujer: hechos y pretextos

La definición más amplia de violencia que aparece en documentos internacionales es: «Por violencia contra la mujer se entiende todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para la mujer, así como las amenazas de tales actos, la coacción o la privación arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la vida privada». Esto a todos nos parecería bastante aceptable.

El debate feminista, que no es un movimiento con una sola visión o perspectiva, opina sobre la causa última de la violencia contra la mujer y determina que es el «patriarcado»; éste -dicen- es la expresión más brutal de dicho fenómeno.

Sin embargo, el «patriarcado» surge como un sistema de dominación y explotación, no de violencia contra la mujer. La misma Kate Millet (Sexual Politics), una de las fundadoras del neo-feminismo, define al patriarcado como «una política sexual ejercida fundamentalmente por el colectivo de varones sobre el colectivo de mujeres». Así podemos ver cómo el significado de los términos se va radicalizando a través de los años.

El análisis feminista aduce lo siguiente: «La base de la violencia que sufren un tanto por ciento importante de mujeres en nuestras sociedades está en la situación de desigualdad, de subordinación y de opresión que tenemos las mujeres. Opresión que se da a través de múltiples mecanismos que tienen diferentes manifestaciones». Estas ideas se reiteran al señalar: «Pensamos que las causas de los malos tratos domésticos hay que buscarlas en las desigualdades sobre las que están estructuradas las familias patriarcales. La dependencia económica, las diferentes funciones que cumplen los miembros de la familia dentro de ella, los distintos papeles sociales de unos y otras, y los estereotipos sexuales, son las causas profundas de los malos tratos sexuales».

En México, con la creación de múltiples organismos en el nivel local y autonómico, así como el Instituto Nacional de las Mujeres y otro local en el DF, se ha reforzado la realización de políticas públicas dirigidas a las mujeres en los últimos tiempos. El punto a saber es si realmente se ha hecho todo lo necesario para el beneficio de las mujeres y sus familias o, en todo caso, cuáles han sido realmente los resultados obtenidos. En el Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, 25 de noviembre 2004, el ex presidente Vicente Fox habló, no de la violencia contra la mujer, sino de la «violencia de género». Además, señaló que «el gobierno mexicano como Estado parte reafirma sus compromisos con los organismos internacionales. El Programa Nacional para una Vida sin Violencia es la guía de ruta del gobierno en este tema». Agrega además que «la violencia contra las mujeres es una manifestación extrema de la inequidad que padecen, por eso todos los programas del gobierno federal tienen ya una perspectiva de género». En este discurso presentó la «Encuesta Nacional de la Dinámica de las Relaciones en los Hogares» (ENDIREH) como instrumento que ayudaría a obtener mejores resultados.

Hay que decir que la encuesta mencionada se programó originalmente con el siguiente título: «Encuesta Nacional sobre Violencia Doméstica. Componente: violencia de pareja». Este título contenía la poca visión de lo que se intentaba demostrar, y aunque el título cambió, el contexto del «marco teórico» es de fuerte contenido radical feminista. Veamos un ejemplo: la palabra pareja en su sentido gramatical se refiere a los seres animados o inanimados que guardan una relación. En un matrimonio, son las personas que mantienen una relación amorosa estable. Se deduce por tanto que es una contradicción hablar de violencia refiriéndose a una pareja que obviamente no tiene relaciones estables, sino que existe un rompimiento de esas relaciones debido a acciones arrebatadas y, en todo caso, las relaciones son forzadas y contradictorias debido a lo mismo. Un dato de importancia, no mencionado en el 'marco conceptual', es que la causa principal de las relaciones violentas es haber experimentado en carne propia violencia en el hogar durante la niñez, ya que se aprende que la violencia puede ser usada como táctica conductual en los conflictos interpersonales (Reuterman, Burcky 1989; Thompson 1991; Worth, Mathews, Coleman, 1990).

Cuando son considerados tanto los motivos para la violencia como las consecuencias, las diferencias de sexo se hacen más claras. Los datos existentes, sobre todo en países desarrollados, indican que las mujeres se inclinan a ser agresivas en la mayoría de los casos por autodefensa, mientras que los hombres agreden para causar miedo e intimidación. Las estadísticas también indican (Morris, 1992) que al menos en la etapa del cortejo, las mujeres son las que inician relaciones de violencia (White & Kowalski, 1994), y aún se considera que el mejor indicador para ser agresivo es tener un compañero agresivo (Bookwala, Frieze, Smith & Ryan, 1992). En los hombres, la predicción del uso de la agresión en una variedad de situaciones personales se denota en la violencia ejercida desde el periodo del cortejo, aunada a características de personalidad impulsivo-agresivas, incluyendo la hostilidad hacia las mujeres y tendencias psico-patológicas (White, Koss, Kissling 1991). Es necesario anotar que se puede predecir la conducta violenta de los hombres hacia las mujeres cuando el hombre creció en una familia cuyos padres se divorciaron, cuando es consumidor de droga, cuando él considera que la violencia entre él y la mujer con quien comparte su intimidad es justificable, y cuando existen actitudes en su papel sexual menos tradicionales (Bookwala, Frieze, Smith & Ryan, 1992). En las mujeres, la ansiedad y la depresión son indicadores de la violencia durante el cortejo. Además, cuando han sido víctimas de la violencia parental, y cuando la han utilizado con anterioridad ellas mismas, es más factible que sigan este patrón durante el matrimonio. Por otra parte, las mujeres cuyas características de personalidad reflejan un gran interés por los demás, son las que están menos propensas a tener relaciones de violencia ya que anteponen las necesidades de los demás a las propias, reduciendo de esta manera la posibilidad de que sus compañeros desaten la violencia sobre ellas (White, Koss, Kissling 1991).

Pasando al ámbito internacional, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha convertido la violencia contra la mujer en una cuestión ideológica, que más que intentar solucionar problemas reales, los aumenta, pues de lo que se trata no es de evitarla o prevenirla sino de usarla como excusa para que sea reconocida jurídicamente la llamada «libertad reproductiva», esto es, el derecho al aborto legal y seguro. Tengamos en cuenta que para el feminismo, apoyado en las recomendaciones de los comités de derechos humanos de la ONU, ya es violencia contra la mujer cualquier impedimento legal, familiar o social que impida el aborto en cualquier momento del embarazo. El 20 de diciembre de 1993 la Asamblea General de la ONU aprobó la Declaración sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (A/RES/48/104) y en el Estudio sobre Todas las Formas de Violencia contra la Mujer, Informe del Secretario General (ONU 25-07-06), se pretende llegar a: «...La violencia masculina contra la mujer es generada por las actitudes socioculturales y las culturas de violencia en todas partes del mundo, y en especial, por las normas relativas al control de la reproducción y de la sexualidad de la mujer. Además, la violencia contra la mujer se entrecruza con otros factores, como la raza y la clase, y con otras formas de violencia, en particular los conflictos étnicos. (N. 57) El embarazo no deseado es otra de las importantes consecuencias de la violencia sexual (N. 161)». Se trata, pues, de crear en todos los países «leyes comprensivas» que abarquen disposiciones específicas que incorporen la «perspectiva de género», definiciones de la violencia que no se limiten a la violencia física, que eliminen la «penalización del aborto en los casos de violación» y otras leyes penales discriminatorias (N. 276).

Sólo nos queda dar un pequeño corolario: la violencia es injusta en todos sentidos, nadie en su sano juicio podría justificar ningún tipo de violencia contra las personas; sin embargo, sobre todo en el ámbito internacional, no se toman en cuenta los clamores de protección y justicia que hacen otras instituciones importantes como la Santa Sede que en el mes de octubre de 2007 y en ocasiones anteriores, ha alzado la voz para exigir que se proteja jurídicamente a los inmigrantes, en particular a las mujeres y a los menores de edad que con frecuencia se convierten en víctimas impotentes de abusos sexuales o redes de prostitución. El Jefe de la Delegación Vaticana, Arzobispo Manuel Monteiro De Castro, denunció que «se trata de circunstancias particularmente penosas si se tiene en cuenta que afectan a personas sin defensa, los más débiles que viven lejos de su país, casi siempre sin haberlo escogido. En particular el tráfico de seres humanos afecta sobre todo a las mujeres, destinándolas a ser explotadas como esclavas y ofreciendo al mismo tiempo una expresión concreta a la cultura hedonista que promueve la explotación sistemática de la sexualidad».

Sin tomar en cuenta lo anterior, la ONU enarbola como pretexto el tema de la violencia contra la mujer para implantar su propósito de la llamada «reingeniería social anticristiana».

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