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Jesucristo ¡No es socialista!

En más de una ocasión, los venezolanos hemos tenido que soportar, y sin que nadie con autoridad entre nosotros aclare nada, que se diga públicamente que nuestro Señor Jesucristo es socialista; y hace poco oímos que «es el más grande socialista» de la historia. Pero eso, además de ser ¡una gran falsedad!, es una falta de respeto para con Dios y para con la mayoría de los venezolanos que somos casi todos cristianos. Y para más colmo, la afirmación de esa falsedad pudiera causar confusión en muchos cristianos bien intencionados que, por no tener suficiente formación, o información, pudieran llegar a pensar que eso es verdad, o más o menos cierto.

Veamos, primero que nada, qué es el socialismo.

Según los mismos socialistas, se trata de una teoría o ideología que propone un sistema político y económico donde la sociedad, como una unidad o un todo, se convierte en la principal beneficiaria de los bienes y de los derechos. Es decir, que «la sociedad» debe estar antes y por encima de las personas individualmente consideradas, lo cual garantizaría un máximo de igualdad entre ellos, además de facilitar la desaparición de las clases sociales. Y pongo entre comillas la palabra «sociedad» dentro de esta definición, porque en realidad termina siendo «el Estado».

Durante el siglo pasado, este concepto —que ya no definición— ha sufrido atenuaciones y combinaciones que han servido para hacerla versátil según los esquemas de organización políticos y económicos. Es decir, que en cuanto a la administración de los sistemas de producción (empresa, industria) o control que ejerce esa «sociedad» sobre los sectores económicos y políticos supuestamente puede ser parcial (distintos grados) o total (lo que llaman socialismo real o comunismo). Ese es el fondo de la «redistribución de la riqueza» que, en distintos grados de pureza, postulan todas las doctrinas de izquierda (social-democracia, socialismo, comunitarismo y marxismo[1])

Por otra parte, ya desde el punto de vista de la historia de las ideas, el socialismo es la síntesis de las teorías y prácticas político-económicas que surgieron a partir de la Revolución Francesa (1789), y que siempre ha estado asociada a la categoría política «izquierda»que, a su vez, se vincula al propósito revolucionario de abolir todo «antiguo régimen» y producir una dinámica social progresiva (progresismo).

Ahora veamos qué hay con la doctrina cristiana.

La gran pregunta es: ¿acaso eso que postula el socialismo es lo mismo que nos enseña Jesucristo? La respuesta es, rotundamente NO! Aunque existan cristianos, sacerdotes católicos, pastores protestantes y evangélicos que se identifiquen con el socialismo, hay que aclarar, tajantemente, que el socialismo es, por definición y por su misma práctica, antagónico con la Fe cristiana y con su antropología[2].

La antropología cristiana, que a su vez se desprende de la Verdad revelada por Dios, nos enseña que nuestra naturaleza humana tiene dos atributos fundamentales: la inteligencia y la voluntad (libertad); y, aún cuando todos somos iguales en Dignidad, porque somos igualmente personas creadas por Dios a su imagen y semejanza, resulta que somos, al mismo tiempo, diferentes en cuanto a aquellas potencialidades operativas. En efecto, todos tenemos voluntad e inteligencia, pero en diferentes grados y combinaciones de grados; y por supuesto también cuentan las diferencias accidentales como la apariencia física, habilidades motoras, etc. Y esa realidad depende del misterioso plan de Dios, y por eso no todos somos concertistas de piano, ni inventores del modelo T (Ford), ni tampoco somos Napoleón Bonaparte o Albert Einstein. Entonces, por eso mismo, de modo natural y justo, algunos logran más que otros, y también tienen más que otros.

Así mismo, esa Dignidad humana que todos presentimos como algo fundamental e inalienable, sumado al papel del hombre en el plan de la creación, implica que todo, absolutamente todo, en el orden social y político debe estar ordenado a la Persona como fin absoluto de ese orden social[3]. Es decir, que el Estado y la «sociedad» no pueden estar por encima de la Persona como sujeto, objeto y término (fin) del orden social. Ni el Estado ni la «sociedad» tienen alma, o sentimientos o fin trascendente; la Persona de carne y hueso sí.

Entonces, el socialismo es, básicamente, una rebelde y petulante contestación al Plan de Dios, de modo muy concreto, en la realidad de nuestra naturaleza humana y que en sus ideales propone a la sociedad como entidad que se ubica antes y por encima de la persona.

Para ver claramente la incompatibilidad entre el socialismo y la doctrina cristiana no hace falta acudir al tema propiedad privada, al que dedicaré una reflexión en otra ocasión. Para ello nos bastaría considerar otros aspectos que algunas veces son pasados por alto, o como que no importaran tanto como lo de la propiedad privada concreta. Me refiero a la subsidiariedad y a la iniciativa privada.

Cuando el Magisterio de la Iglesia Católica proclama subsidiariedad del Estado y de las organizaciones que están por encima del individuo[4] —ahora sí me refiero al individuo como tal—, lo hace no con el propósito de adornar de manera suntuaria a nuestra Dignidad Humana, sino como afirmación de los atributos preeminentes de la persona como individuo capaz de iniciativa y de libre desarrollo. Y en efecto, aunque sea tan pocas veces glosada por los escritores católicos especializados en Enseñanza Social, la iniciativa privada, tantas veces proclamada por el Magisterio pontificio, no es una manifestación remota de nuestra Dignidad, sino más bien, una manifestación próxima e inmediata. Si se es fiel a Dios y a su plan; si somos fieles a la doctrina de nuestra Fe y a las enseñanzas de nuestra Iglesia, no queda más remedio que reconocer que esto no admite más que una sola interpretación.

En conclusión.

Un cristiano bien intencionado y de buen proceder podría querer aceptar que existe alguna combinación posible entre cristianismo y socialismo, solo por dos razones: 1- por falta de información o desconocimiento, 2- por arrastrar una cierta "inconformidad", propia muchas veces de nuestra naturaleza caída, y que, desde sus emociones más íntimas desea que nuestra doctrina se adapte a lo que piensa que es "realmente" justo y «liberador» porque no es verdad que Dios sea tan injusto.[5]

No digo que lo anterior haga que, automáticamente, quienes piensen así sean malas personas; pues, muchas veces se trata, más bien, de buenísima gente. Pero el ser buena gente no nos hace estar en lo cierto, y tampoco impide que arrastremos a otros al error y a la confusión.

Quien quiera buscar explicaciones sobre el por qué para algunos la doctrina cristiana se asemeja o es compatible con el socialismo, las encontrará con facilidad; pues, abundan en los periódicos, en la TV, y hasta en las Universidades. Es muy fácil encontrar a intelectuales con fama de sabios, historiadores reconocidos, sacerdotes, académicos, políticos cristianos, analistas políticos, periodistas, etc. que dirán y defenderán la posible conciliación entre socialismo y la doctrina cristiana.

Ciertamente pueden encontrarse algunas muy aparentes «semejanzas» en cuanto al discurso favorable a los más necesitados, pero sucede que la Fe cristiana lleva a eso por razones totalmente diferentes e incompatibles a la que fundamentan el ideal socialista. Y además, se valen de «medios» también inconciliables: la fe cristiana promueve la justicia y la paz que es posible desde la conversión personal de todos, mientras que el socialismo persigue cambios mediante estructuras políticas y de signo materialista.

Por otra parte, últimamente se oye mucho a los que, siendo tercamente socialistas y marxistas, y para confundirnos, nos quieren convencer de que el socialismo puede ser bueno, porque hay uno malo. Así es ciertamente fácil que algunos vean en esa crítica un gesto de sinceridad que hace cierto lo que dicen. Pero no es así.

Y el mejor argumento según el cual el socialismo bueno es bueno, es porque se realiza en democracia. Pero, para que eso sea así, habría que partir de una premisa equivocada: pretender que la democracia es un fin en sí misma y que, además, debe vérsele como el bien supremo de la sociedad moderna; que entonces todo lo que coopere o se adapte a ella se convierte automáticamente en algo bueno. Pero la democracia no es por sí sola, ni en sí misma, un bien supremo de la sociedad moderna; es tan solo el mejor modelo —eso sí— de organización política y social que, como tal, es un medio que, según el ideal democrático occidental, además del cristiano, debe servir para alcanzar niveles óptimos de condiciones favorables a la realización individual y colectiva (Bien Común). Y como es un medio y no un fin, la democracia sí tiene por encima un ideal fundamental (fin) al que debe estar ordenada, al que debe servir y en el cual encuentra su única justificación: la Persona humana y su inalienable Dignidad; esa misma Persona y esa misma Dignidad Humana que es perjudicada por el socialismo.

De modo que eso de las dos izquierdas y eso de los dos socialismos es, en pocas palabras, una manipulación del anhelo democrático que todos compartimos, para justificar algo que de todas maneras, y desde su fundamento filosófico, es antagónico con la antropología cristiana, y es un error sobre el hombre.

Pero, no se dejen engañar. Fíjense y dense cuenta siempre del nada pequeño detalle de que, quienes pretenden —incluso cristianos— demostrar la compatibilidad entre socialismo y cristianismo, siempre se «hacen los locos» y saltan por encima de la tremenda verdad de nuestra naturaleza humana (seres racionales con inteligencia y voluntad —libres—) que, con su correspondiente Dignidad Humana, determina de modo incontestable, y según el plan de Dios, diferencias naturales e inevitables. Y decir que esas diferencias son injustas sería lo mismo que la ignorante rebeldía decir que Dios es injusto; que tenemos que «enmendarle el capote» con las teorías socialistas.

No podemos quedarnos callados. No se trata de política; se trata de nuestra Fe y de todo aquello que nos es sagrado, fundamental y vital. No se trata de un personaje histórico más como Gandhi o Simón Bolívar, sino de nuestro Dios y Salvador! Por eso me referí a Él como nuestro Señor Jesucristo; porque es nuestro señor, nuestro Redentor, y nunca nos debe parecer raro o exagerado decir así. Si somos cristianos de verdad, esa es nuestra más importante y sagrada Verdad.

Notas

[1] Es bastante común la idea errónea de que socialismo, marxismo y comunismo son términos equivalentes. Sí están estrecha y causalmente relacionados, pero no son lo mismo. Marx aportó nuevos elementos -supuestamente científicos- al socialismo de la Revolución Francesa, al cual criticó por romántico o utópico. Y comunismo es una realización, claramente socialista y marxista, en medio de una realidad política concreta en la que no existen las clases sociales a través de la igualación total.

[2] La antropología cristiana es la comprensión del hombre a partir de la Revelación, y da las claves para entender la constitución del ser humano como ser racional que necesita para alcanzar sus perfecciones al máximo y realizarse adecuadamente para alcanzar su fin último. A partir de la antropología cristiana podemos conocer, en resumidas cuentas, cómo y de qué está hecho el hombre, y conforme a ello, qué es lo que necesita y le conviene para realizarse. La Iglesia, experta en humanidad, desarrolla sus enseñanzas conforme a esa antropología.

[3] A veces hace falta aclarar que, ciertamente, la persona es el fin del orden social, mas no de sí mismo. El hombre es un fin en sí mismo, pero no de sí mismo; son dos cosas muy diferentes y hasta excluyentes.

[4] La subsidiariedad del Estado y de las organizaciones sociales y políticas que pueden estar sobre el nivel de actuación del individuo (no sobre la Persona humana) es el principio originalmente proclamado por la Iglesia Católica, según el cual NO es legítimo que el Estado o las formas de organización que pueden encontrarse entre el nivel de actuación del Estado y el nivel de actuación de los individuos se ocupen de actividades productivas que, siempre, le corresponden a éstos últimos. De modo que según este principio, eso pudiera ocurrir de manera legítima sólo si hace falta o es inevitable en virtud de que los individuos no pueden o no tienen forma de ocuparse de una actividad productiva determinada, y sólo mientras los individuos logran tener capacidad para encargarse. Es decir, que el rol de el Estado en la economía tiene que ser siempre subsidiaria, sólo si los individuos no pueden o no quieren.

[5] El fin no siempre puede justificar los medios, y mucho menos cuando esos medios supongan una suspensión -por más atenuada o transitoria que sea- de la preeminencia de la Persona Humana como fin radical y absoluto del orden social. Resolver las injusticias que algunos individuos quieran generar para su personal provecho, mediante la aplicación de políticas socialistas, es una insensatez. Si existe un ordenamiento jurídico sólido y vigente que ejerza su imperio y que tenga a la persona como centro, ya se estará garantizando el equilibrio y la igualdad de oportunidades. El problema surge cuando las políticas socialistas pretenden modelar "por su propia mano" la justicia y fundar, desde el Estado, la justicia, el desarrollo y el progreso, la riqueza, las sociedades intermedias, y hasta la felicidad! Es, exactamente, el "elefante que camina en un jardín de rosas".

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