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Descubrimientos sobre el cerebro femenino

Tras 20 años de experiencia como neuropsiquiatra, la doctora norteamericana Louann Brizendine, logra fundamentos científicos para explicar las diferencias entre el cerebro femenino y masculino. Está convencida que al comprender nuestra biología innata, las mujeres podemos planear mejor el futuro.

Hasta el siglo XX, en los estudios sobre diferenciación cerebral entre hombres y mujeres la única certeza era que anatómica y funcionalmente el cerebro masculino y el femenino eran distintos, sin precisar en qué aspectos y por qué, lo que llevó a sugerir que la mujer podría tener menor capacidad para determinados campos, como la ciencia y las matemáticas, y que el hombre estaría mayormente provisto para estas y otras actividades.

Sin embargo, la doctora Louann Brizendine, a partir de los descubrimientos en neuroanatomía y fisiología femenina, en su libro El cerebro femenino (RBA, 2006), demuestra que tal diferencia no significa que uno u otro género sea más o menos capaz, sino que hablamos de aptitudes y necesidades distintas producto de una composición estructural, química, genética, hormonal y funcional distinta.

Por supuesto, este estudio causaría el rechazo de las perspectivas genéricas radicales quienes afirmarían que se borrarían de un plumazo años de batalla para lograr la igualdad entre géneros y que se darían argumentos para refrendar las visiones «dominantes» masculinas de superioridad e inferioridad. Nada más alejado de este punto de vista.

De acuerdo con la autora, este análisis podría brindar las bases científicas para que las sociedades determinen nuevas formas de convivencia y organización del trabajo entre hombres y mujeres basadas en una comprensión profunda del funcionamiento del cerebro de una mujer que desemboque en el desarrollo de sus talentos innatos, y de un mundo más adecuado a sus necesidades naturales, por ejemplo la maternidad, aspecto que, finalmente, significa nuestra sobrevivencia como especie.

No se trata de una diferenciación que relegue a la mujer ni la búsqueda de una «igualdad» que ha causado conflicto al querer nivelar una realidad biológica femenina a una realidad masculina aceptada como modelo organizacional, sino, paradójicamente, se trata de una equidad basada en la empatía con la diferencia.

Primer estudio en su tipo

El antecedente de las observaciones de anatomía cerebral data de 1836, cuando el doctor Marc Dax informó que posiblemente los dos hemisferios cerebrales podrían no ser idénticos y que algunas funciones estarían controladas por uno de ellos. No fue muy tomado en cuenta, y murió sin saber que había iniciado los estudios de lateralización del cerebro.

También, en ese siglo, las investigaciones de diferenciación cerebral concluían que la mujer era inferior al hombre en tanto su cerebro es más pequeño. Hoy sabemos que si bien el cerebro masculino es 9% mayor en masa, ambos tienen el mismo número de células.

De acuerdo con Brizendine, hasta los años 90 los investigadores atendieron poco la fisiología, neuroanatomía y psicología femeninas bajo una perspectiva diferencial salvo en el caso de la reproducción. La doctora afirma que en sus años en Berkeley, Yale y Harvard se formó bajo esta óptica. Comenzó a abocarse a su especialidad cuando se preguntó por qué los índices depresivos de las mujeres en todo el mundo son el doble respecto de los hombres, además de que se mantenían constantes. Cuestión contradictoria, ya que toda mujer educada en los 70, consideraba que el malestar femenino se debía a razones políticas y psicológicas, y que a partir de la igualdad y liberación de la mujer se equilibraría.

«Debe haber razones más básicas de tipo biológico propias de lo femenino», razonó, y desde entonces externó sus inquietudes a sus colegas y maestros sin ser sopesadas debidamente. Incluso comenta que, en 2005, en sus conclusiones sobre las aptitudes matemáticas y científicas de hombres y mujeres, el presidente de la Universidad de Harvard sugirió, dados los índices altos de varones dedicados a estos menesteres, que la mujer tendría menor capacidad en esas áreas.

Mismas aptitudes, circuitos diferentes

Bajo la perspectiva de Brizendine, producto de 20 años de experiencia clínica como neuropsiquiatra -13 de ellos como empresaria al fundar y dirigir The Women´s and Teen´s Mood and Hormone Clinic en San Francisco-, y de los datos ofrecidos por herramientas modernas como la tomografía de emisión de positrones (PET), y las imágenes de resonancia magnética funcional (IRMf) que permiten «ver» en acción el interior del cerebro humano, el hecho de que pocas mujeres terminen dedicándose a dichas disciplinas no tiene nada que ver con deficiencias de su cerebro.

No hablamos de capacidades o aptitudes mayores o menores, sino de una realidad hormonal distinta que, por razones biológicas (las cuales se aplican a ambos géneros y tienen que ver con la supervivencia de la especie a partir de un código formado por nuestros antepasados para sobrevivir en la naturaleza salvaje, es decir, tenemos cerebros programados genéticamente desde hace un millón de años) estimula mayor o menormente ciertas áreas del cerebro determinando intereses e inclinaciones.

Brizendine afirma que varones y mujeres tienen el mismo nivel promedio de inteligencia, pero que utilizan áreas anatómicamente más o menos desarrolladas y circuitos cerebrales distintos para resolver los mismos problemas, procesar el lenguaje, experimentar y almacenar la misma emoción.

Hablamos de sensibilidades cerebrales disímiles basadas en diferencias estructurales y hormonales que dotan a la mujer de talentos, habilidades, aspectos y maneras muy específicos.

Para comprender las particularidades, Brizendine identifica la anatomía cerebral femenina (ver recuadro 1); tipifica la serie de hormonas conocidas y las no tan estudiadas y la manera en que influyen (ver recuadro 2); e identifica las diferentes fases en la vida de una mujer (fetal, niñez, pubertad, madurez, embarazo, lactancia, crianza, perimenopausia, menopausia y posmenopausia), y los cambios cerebrales que vive en cada una. Por ejemplo, una mujer en fase de crianza desarrollará lo que la doctora llama «el cerebro de madre» bombardeado por ciclos de oxitocina, progesterona, testosterona y estrógeno, se aboca en proporcionar bienestar a los hijos; aumentan los lazos emocionales pero, sobre todo, los circuitos de estrés, si no logra un ambiente estable para los niños.

¿Biología es destino?

Una de las conclusiones más inquietantes que ha determinado la doctora, son los enormes efectos que pueden tener las hormonas en la configuración de los deseos, valores y percepciones de la realidad de una mujer.

Otro factor de diferenciación es que la química cerebral de la mujer es más cambiante que la masculina. Sólo permanecen iguales durante las primeras ocho semanas de la concepción.

A partir de esto podría pensarse que una mujer está determinada por sus imperativos genéticos y por el efecto de los ciclos hormonales. El conflicto surge porque, como dice Brizendine, tenemos cerebros adaptados para la Edad de Piedra funcionando en un mundo contemporáneo. ¿Determinismo biológico?

La autora es enfática. Lo biológico es un factor, no una condena, y se debe combinar con la educación. «Si se es consciente del hecho de que un estado biológico del cerebro guía nuestros impulsos, puede elegirse entre actuar o no actuar de modo diferente de aquel que uno se siente impelida. Tenemos que aprender a reconocer cómo está estructurado genéticamente el cerebro femenino y cómo está configurado por la evolución, la biología y la cultura. Sin este reconocimiento la biología se convierte en destino y quedaremos inermes ante ella».[1]

De acuerdo con Louann, la mujer debe aprender a dominar su fuerza cerebral «para dar lo mejor de nosotras», pero sobre todo para estar prevenidas sobre lo que nos tocará vivir y actuar en consecuencia. El ejemplo es incuestionable: «Toda nueva madre necesita comprender los cambios biológicos que van a suceder en su cerebro y, en consecuencia, planificar por adelantado su embarazo y la dinámica de su maternidad».[2]

No existe un cerebro unisex

Toda vez reivindicadas y, esperemos, erradicadas tanto «la primera mujer» —como la llama Gilles Lipovetsky, es decir, aquella considerada un ser funesto e inferior—, como «la segunda mujer» —nombrada así en referencia al famoso libro de Simone de Beauvoir El segundo sexo (1949), aquella que ya fue reconocida, aunque siempre en función del hombre—, llegamos a la que Lipovetsky llama «la tercera mujer», y que describe en su libro homónimo (Anagrama, 1999). Se trata de la mujer sujeto, autónoma y poseedora de identidad, activa en la estructura organizacional y laboral del mundo contemporáneo, «análoga en principio a la lógica que configura el universo masculino».[3]

Sin embargo, si bien esta presencia de lo femenino es una realidad, con el tiempo se ha demostrado que no es funcional plantear una analogía entre hombres y mujeres tal y como lo concibieron los pensamientos radicales de género, puesto que la mujer, por su biología, no va a responder bajo patrones masculinos en un mundo creado bajo dicha visión. El mismo Lipovetsky se sorprende al corroborar que la mujer entrará en conflicto con la norma cuando vea amenazada su naturaleza. El ejemplo más ilustrativo radica en la dificultad de adecuar las exigencias de la crianza con las del mundo moderno y reconoce: «Nos equivocamos, yo incluido, cuando creímos que se había instalado un modelo de similitud de los sexos».[4]

A este respecto, afirma Brizendine: «Todavía quedan quienes creen que para que las mujeres logren la igualdad, la norma debe ser unisex. Sin embargo, la realidad biológica señala que no existe un cerebro unisex. Está arraigado el temor a la discriminación basada en la diferencia, y durante muchos años, quedaron sin examinar científicamente, las diferencias de los sexos, por miedo a que las mujeres no pudieran reclamar la igualdad. La perpetuación de la norma masculina mítica significa desconocer las diferencias biológicas reales de las mujeres».[5]

Sociedad sobre nuevas bases

Se requiere cambiar el enfoque con el fin de sentar nuevas normas para una convivencia social. Una de estas bases podría ser el ámbito laboral y de pareja. Continuando con el ejemplo del embarazo por ser emblemático e ilustrativo, dichas bases podrían «establecer un ambiente predecible para el trabajo y el cuidado del niño para ofrecer seguridad. Si podemos crear un entorno fiable y seguro para el cerebro maternal, detendremos el efecto dominó de las madres estresadas y los hijos no menos estresados e inseguros».[6]

Este debe ser un camino no de un solo género, ya que en el fondo procura nuestra sobrevivencia como especie. Entre más conocimiento de las realidades biológicas, más se fomentará la cohesión y el bienestar social y psicológico. Como ejemplo basta retomar las señales de alerta que han enunciado especialistas en trabajo y familia, como la española Nuria Chinchilla: si logramos conciliar las exigencias de tiempo y espacio de la empresa moderna con la familia, esto evitaría el bajo índice de natalidad, el poco o nulo tiempo de convivencia de las familias lo que redunda en sujetos que no saben trabajar en equipo e individualismo, factores que ya son un hecho en Europa.

Además, estos especialistas no sólo abogan por la incorporación del modelo familiar al modelo organizacional de una empresa, sino a la promoción de la mujer a partir del desarrollo de sus talentos innatos. Con este trabajo, Brizendine brinda las bases científicas para fundamentar sus planteamientos: «Está aclarándose científicamente la necesidad de las mujeres en cuanto a funcionar a plena potencia y a usar los talentos innatos de su cerebro», «Las mujeres cuentan con un imperativo —y una realidad— biológica para insistir en un nuevo contrato social que las tenga en cuenta a ellas y a sus necesidades. Nuestro futuro y el de nuestros hijos dependen de ello».[7]

El reto de la sociedad contemporánea es, de acuerdo con Louann, «ayudar a la sociedad a que apoye mejor nuestras aptitudes naturales y nuestras necesidades femeninas».[8]

Ahora tenemos un conocimiento nuevo y una experiencia histórica y cultural que nos debe llevar a reconsiderar «el contrato social» de una mujer para regir su vida profesional, de crianza y personal. No es posible ver hacia dónde nos llevará esto, pero el germen aquí está. Afirma: «Vivimos en el seno de una revolución en la conciencia sobre la realidad biológica femenina que transformará la sociedad humana. No puedo predecir la naturaleza del cambio, pero sospecho que será una modificación desde las ideas simplistas a las ideas profundas, sobre las transformaciones que necesitamos hacer a gran escala».[9]

El cerebro femenino, de Louann Brizendine, es un libro polémico que podría marcar un camino para las sociedades de hoy, no a partir de una negación de lo masculino, sino del reconocimiento de la diferencia en vías de una conciliación con el mundo moderno.

Notas

[1] BRIZENDINE, LOUANN. El cerebro femenino. RBA. Barcelona, 2006, p. 288.

[2] Ibidem, p. 136.

[3] LIPOVETSKY, GILLES. La tercera mujer. Anagrama. Barcelona, 1999, p. 10.

[4] Ibidem, p.

[5] BRIZENDINE, LOUANN. Op. cit. pp. 182-183.

[6] Ibidem, pp. 136-137.

[7] Ibidem, p. 184.

[8] Ibidem, p. 182..

[9] Ibidem, p. 184.

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