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La debilidad de los cristianos

El programa laicista del gobierno avanza imparable en una sociedad cada vez más secularizada, en la que las realidades humanas, incluida la vida y la familia, se piensan como realidades cerradas a la trascendencia, como realidades meramente terrenales. El designio de construir una sociedad sin Dios se vuelve siempre contra el hombre. El crecimiento de la violencia lo demuestra.

Para los que nos decimos cristianos, este embate laicista nos encuentra en una situación bastante débil ya que estamos tocados de secularismo, aceptando el lenguaje y los planteamientos agnósticos y ateos en nuestra vida diaria, acomodando nuestra moral y nuestra fe a los imperativos del ambiente cultural y perdiendo el horizonte trascendente de Dios.

Decimos que los tiempos han cambiado y aceptamos el divorcio, el aborto, la degradación de la familia, las uniones de hecho, las relaciones sexuales sin responsabilidad. Son cristianos los que se divorcian y se vuelven a casar, son cristianos los que abortan y los que practican sexo seguro para mantenerse «libres de hijos», los que creen que casarse «para siempre» es cosa del pasado. Son cristianos los que especulan y se enriquecen, los que se corrompen y los corruptores, los que defraudan y los que abusan.

Si nos vanagloriamos que la mayoría de los españoles se confiesan cristianos, tenemos que apenarnos por el hecho de que su conducta no concuerde con las exigencias de ese mismo cristianismo. Incluso muchos han interiorizado la idea de que es la Iglesia, a la que dicen pertenecer, la que tiene que cambiar, reconocer las nuevas situaciones, someterse a lo políticamente correcto, dejar de hablar de pecado y de conversión, de renuncia y de sacrificio, para que sea aceptada y no combatida. En suma hacer una lectura laicista del Evangelio.

Pienso que nuestra Iglesia en España cuenta con magníficas catedrales, primorosas imágenes, impresionantes procesiones, pero le faltan cristianos que vivan su fe con radicalidad, que hayan dado sentido a su vida mediante una opción fundamental por Dios. No se puede ser cristiano a tiempo parcial, ni a fe parcial, ni a evangelio parcial. Ser cristiano «no practicante», es una incoherencia total. Habrán sido bautizados pero ¿son realmente cristianos?

Es necesario que los cristianos afiancemos nuestra propia identidad y creamos en nuestros valores. Seguros de que Dios es la mejor garantía para el hombre y la sociedad, tenemos el deber de anunciarlo en toda ocasión, aunque ello comporte riesgos. No tenemos que imponer a nadie nuestra verdad ni nuestra moral, pero tampoco debemos aceptar que se nos impongan verdades ni éticas oficiales. La democracia no es un mecanismo para definir lo que es verdadero o falso, bueno o malo, justo o injusto. El pluralismo político no exige, como se nos dice, un relativismo ético. Tenemos el derecho y la obligación de defender lo bueno y lo verdadero ante la sociedad. La ética del cristiano no es de mínimos sino de máximos: sed perfectos como Dios es perfecto.

Las fuerzas que nos combaten son poderosas pero no hay que tener miedo. Lo importante es que nuestra conducta pública y privada sea coherente. Si no nos diferenciamos en nada de los que no creen es que hemos dejado de creer.

No podemos caer en la tentación de que un partido, el que sea, va a facilitar la vivencia de nuestra fe. Los partidos están marcados por la búsqueda del poder y siempre intentarán instrumentalizarnos si ello favorece sus estrategias electorales. Recordemos las sombras de la Democracia Cristiana o la de Cristianos por el socialismo.

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