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Catolicos impermeables

Juan Pablo II nos escribió: «la Iglesia proclama que ninguna persona, ninguna nación, ninguna cultura es impermeable al llamamiento de Jesús, que habla desde el corazón mismo de la condición humana.» Muestras sobran en la historia de pueblos y personas, que corroboran la exactitud de tal afirmación. Así, colmados del esplendor de la Única Verdad procedente de Jesús, los pueblos y las personas deberían quedar implícitamente impermeabilizados para cualquier otro mensaje que no sea el de Cristo y, por ende, del de su Iglesia. Sin embargo la realidad es otra y parece ser que no hay fieles más permeables para ideologías extrañas en la actualidad que los cristianos, y peor los cristianos católicos. Es frecuente escuchar de algunos, que proclaman ser creyentes católicos, opiniones favorables sobre ideologías contrarias a la doctrina, quizás por ignorancia, por conveniencia o solo por estar a la moda. Recientemente, a raíz de la aprobación de la eutanasia en un país suramericano por su Congreso, un noticiero internacional de televisión, realizó entrevistas en la calle a los ciudadanos de ese país. Los periodistas, con el fin de crear «polémica» —que parece ser que es con lo único que aumentan sus audiencias— involucraron a la Iglesia en la encuesta y preguntaban a los transeúntes si estaban de acuerdo o en desacuerdo, no con la ley que permitía la eutanasia, sino en que si la Iglesia desaprobara tal iniciativa. Entre las respuestas que se dieron, una joven mujer que se declaró creyente católica, contestó que no estaba de acuerdo con que la Iglesia se opusiera a dicha ley, pues si ella, la entrevistada, tuviera que recurrir a la eutanasia lo haría en el nombre de la libertad que Dios le dio.

En otra ocasión, y en esa misma dinámica de encuestas televisivas callejeras, se preguntaba si debían casarse los sacerdotes católicos, la mayoría de las repuestas, dadas por personas que se identificaban como católicas, fue que sí lo deberían hacer. Así, en varias temáticas dizque polémicas en el seno de la Iglesia, desde la recepción de la eucaristía por los divorciados vueltos a casar, sobre las prácticas anticonceptivas artificiales, sobre el aborto en caso de violación y muchos otros temas «controversiales», los llamados fieles, permeabilizados por la presión social, se ven confundidos y ponen su opinión en el lado contrario a la doctrina católica.

Esta porosidad que permite la intrusión pasiva de corrientes sociales opuestas a la moral, también admite la entrada de creencias ajenas y hasta heréticas, contradictorias a las enseñanzas de Jesucristo. Yoga, meditación trascendental, prácticas de astrología (horóscopos, cartas astrales, etc.), angeología, espiritismo, teosofía y cuanto grupo «esotérico» o de Nueva Era se forme, tienen dentro de sus principales usuarios personas autodenominadas católicas. Ni qué decir de los millones de dólares que gastan los católicos en adquirir libros o que pagan en ver películas sobre temas «heréticamente verídicos» y hasta blasfemos. En lenguaje políticamente correcto a esta perniciosa permeabilidad se le nombra «apertura»; se proclama como algo que solo una persona de «mente abierta» es capaz de asimilar.

La fidelidad al mensaje de Cristo y al Magisterio de la Iglesia, garantiza la impermeabilidad con la que debe contar todo católico, para impedir que ideologías y corrientes antiguas o modernas que socavan la fe del creyente, penetre su corazón y así se salve de caer confundido y perdido en la más profunda oscuridad.

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