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Las quince promesas del santo Rosario

En el año 1475 el fraile dominico Alano de Rupe puso por escrito los acontecimientos milagrosos de que había sido protagonista unos años antes: especialmente lo que la Virgen había prometido «a todos los que recen devotamente mi Rosario»

«Alquien que rezaba el Salterio de la Virgen María fue acometido durante siete años enteros, a veces con los sentidos y otras materialmente, por espantosas tentaciones de los demonios. Y en estos años no tuvo ningún consuelo, ni siquiera el más mínimo. Al fin, por misericordia de Dios se le apareció la Reina de Clemencia, la cual acompañada por algunos santos, visitándole de vez en cuando, al haber abatido ella personalmente las tentaciones, lo libró del peligro [...] y le encargó que predicase este Rosario». Estamos a comienzos del año 1475 cuando el fraile dominico Alano de Rupe decidió poner por escrito los acontecimientos milagrosos de los que había sido protagonista unos años antes. En aquel momento se encontraba en Lille, donde participaba, como maestro de teología, en el capítulo de la Congregación reformada de Holanda.

Comienza a escribir su memorial justo a tiempo: el 8 de septiembre de ese mismo año, el fraile dominico muere en olor de santidad en el convento de Zwolle, Holanda, a la edad de 47 años, entregando al pueblo cristiano un tesoro de inestimable valor recibido directamente da la Virgen María durante una de sus apariciones: quince promesas «para todos los que recen devotamente mi Rosario».

Pero ¿quién era Alano de Rupe para granjearse tanto afecto y predilección? Probablemente su nombre lo conocen sólo los historiadores de la orden dominica. Nació en Bretaña en 1428, y entró en el monasterio de la Orden de los Predicadores de Dinan, diócesis de Saint-Malo. Hizo la profesión religiosa muy joven y luego se trasladó al convento de Lille. Tras terminar los estudios de filosofía y teología en el colegio Saint-Jacques de París, el capítulo general de la Orden lo destinó en 1459 a la enseñanza para el año acadéemico 1460-61. Mientras tanto había hecho una visita a Lille, en 1460, donde había sido nombrado miembro de la Congregación reformada de Holanda para tratar de reconducir los conventos a la estricta observancia.

«Cuando santa María le salvó»

En aquellos años llenos de compromisos, su fama de gran teólogo se extendió por toda la Orden. Pero aún más se extendió la fama de su extraordinaria devoción a la Virgen. «El susodicho padre durante largo tempo solía ofrecer el Rosario de María, en una asidua devoción diaria a Dios, a través de la abogada María, Madre de Dios» escribe Alano, que habla de sí mismo en tercera persona, transcurriendo pues «una vida segura con Dios en el Instituto de su vocación». Este estado de gracia, sin embargo, no duró mucho. Cuenta Alano que, a partir de 1457, «estuvo muy afligido por la grandísima importuna molestia de otras tentaciones y por luchas muy cueles y tuvo que combatir». «En efecto, permitiéndolo así Dios (como sólo él podía sacarlo de la tentación: cosa que la Iglesia conoce por experiencia, y hoy también sufre), fue tentado durante siete años enteros muy cruelmente por el diablo, fue azotado con látigos, y recibió duramente golpes con bastones».

La vida del religioso se había transformado en un verdadero calvario. Un día imprecisado del año 1464, mientras estaba como lector en el convento de la ciudad francesa de Douai, decidió incluso quitarse la vida. «Estaba una vez en una lúcida desesperación del alma, en la iglesia de su Sagrada Orden» escribe Alano. «Con la mano ya tendida de quien ha caído en tentación, pues había sacado el cuchillo, dobló el brazo y con la hoja afilada, tiró hacia su garganta un golpe tan decidido y certero para la muerte, que sin duda se hubiera cortado la garganta». Pero en el momento en que todo parecía irremediable, sucedió algo, de improviso. «Se acercó en su socorro, misericordiosísima, la salvadora María, y con un golpe resuelto le aferró el brazo, no le permitió hacer lo que tenía pensado, le dio una bofetada al desesperado, y le dijo: «¿Qué haces, oh mísero? Si hubieras pedido mi ayuda, como has hecho otras veces, no habrías caído en tan gran peligro». Tras decir esto desapareció, y el desdichado se quedó solo».

Las quince Promesas

Después de esta primera aparición la situación no cambió. Al contrario, empeoró: las tentaciones volvieron a ser tan apremiantes que maduró en él la idea de abandonar la vida religiosa. Por si fuera poco, cayó enfermo tan gravemente que sus hermanos de hábito decidieron darle la extremaunción. Pero una noche, mientras «yacía desdichadamente en ardientes lamentos» se puso a invocar a la Virgen María. Y por segunda vez ella vino a visitarlo. Una luz cegadora «entre la décima y la undécima hora» iluminó su celda y «apareció majestuosa la Bienaventurada Virgen María, que lo saludó muy dulcemente». Como verdadera madre, la Virgen se inclinó a curar la enfermedad del pobre hombre. Le colgó en el cuello una cadena entrenzada de su cabello de la que pendían ciento cincuenta piedras preciosas, con otras quince insertadas «según el número de su Rosario», anota el fraile. María estableció un vínculo no sólo con él, sino que lo extendió «de modo espiritual e invisible a los que rezan devotamente su Rosario».

Y entonces la Virgen le dijo: «Regocíjate y alégrate, oh esposo, porque me has hecho regocijar tantas veces cuantas veces me has saludado en mi Rosario. Y, sin embargo, mientras yo era feliz, tú muy a menudo estabas angustiado [...], pero ¿por qué? Había establecido darte cosas dulces, por eso durante muchos años, te llevaba cosas amargas» [...] «Ea, alégrate ahora».

Y así sucedió: tras siete años de infierno, comenzaba para Alano otra vida: «Rezando el Rosario de María era especialmente luminoso, de una admirable leticia unida a una inexplicable alegría». Y un día, justo mientras estaba rezando, la Virgen de nuevo «se dignó hacerle muchas brevísimas revelaciones», anota. «Aquí están a continuación y las palabras son de la Madre de Dios:

  1. A todos los que recen devotamente mi Rosario, les prometo mi protección especial y grandísimas gracias.
  2. Quien persevere en el rezo de mi Rosario recibirá grandes beneficios.
  3. El Rosario es un escudo poderoso contra el infierno; destruirá los vicios, librará del pecado, abatirá las herejías.
  4. El Rosario hará germinar las virtudes y las buenas obras para que las almas consigan la Misericordia divina. Sustituirá en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios, elevándoles a desear los bienes celestiales y eternos. ¡Cuántas almas se santificarán con este medio!
  5. El que se encomiende a mí con el Rosario, no perecerá.
  6. El que rece devotamente mi Rosario, meditando sus misterios, no se verá oprimido por la desgracia. Si es pecador se convertirá; si justo, perseverará en gracia y será digno de la vida eterna.
  7. Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos de la Iglesia.
  8. Todos los que recen mi Rosario tendrán durante su vida y en su muerte la luz de Dios, la plenitud de su gracia y serán partícipes de los méritos de los bienaventurados.
  9. Libraré bien pronto del purgatorio a las almas devotas de mi Rosario.
  10. Los verdaderos hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
  11. Todo lo que pidáis por medio del Rosario, lo alcanzaréis.
  12. Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.
  13. He obtenido de mi Hijo que todos los miembros de la Confraternidad del Rosario tengan como hermanos a los santos del cielo durante su vida y en la hora de su muerte.
  14. Los que rezan fielmente mi Rosario son todos hijos míos muy amados, hermanos y hermanas de Jesucristo.
  15. La devoción a mi Rosario es una señal manifiesta de predestinación de Gloria.

Tras «entregar» las quince promesas, la Virgen se despidió pidiéndole a Alano un gesto de obediencia: «Predica cuanto has visto y oído. Y no temas, porque yo estaré siempre contigo y con todos los devotos de mi Rosario. Castigaré a los que se opongan a ti».

Y Alano obedeció inmediatamente: desde el bienio 1464-1465, periodo de las apariciones, hasta su muerte, el dominico no hizo más que difundir con la predicación la amada devoción mariana y crear las relativas Confraternidades. Y convenció, en 1474, al capítulo de los dominicos de Holanda a prescribir, por primera vez, el rezo del Rosario como oración que rezar por los vivos y por los muertos. En este mismo año, se erigió en la iglesia de los dominicos de Franfurkt el primer altar para una Confraternidad del Rosario.

Mientras tanto, en su último año de vida, 1475, Alano se puso a escribir la Apologia del Rosario de María, destinada a un tal Ferrico, obispo de Tournai, para contar todo lo que le había sucedido once años atrás. Antes de volver a Rostock donde tenía que comenzar el año escolástico, se detuvo en Zwolle, donde, el 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María, enfermó gravemente.

Rodeado de sus hermanos dominicos, que desde hacía tiempo lo consideraban beato, murió la víspera de la fiesta de la Natividad de la Bienaventurada Virgen María, el 8 de septiembre.

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