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Algoreando en el Matrix progre

Ser progre consiste en tener siempre razón; si la realidad te lleva la contraria, peor para la realidad. Como los sastres de la fábula, el progre viste de aire al rey y lo pasea desnudo por las calles, concitando las muestras de arrobo del populacho, que aplaude a rabiar sus habilidades indumentarias. Y, ¡ay de quien se atreva a denunciar la desnudez del rey! De inmediato, el progre lanzará sus anatemas contra el osado, le montará una ordalía, lo desterrará a los márgenes de la sociedad, allá donde acampa la gentuza que no se aviene a comulgar con ruedas de molino. A veces, las ruedas del molino progre son tan aparatosas e indigestas que hacen falta para embucharlas unas tragaderas como las de la prota de «Garganta profunda», pero quien no las tiene las finge y santas pascuas. El progre afirma, por ejemplo, que los biocombustibles son ecológicos y que son la energía alternativa del futuro; y no hay quien rechiste. Ahí tenemos al brasileño Lula da Silva, que está arrasando la selva amazónica para plantar soja a troche y moche y ha conseguido erigirse en paladín del medio ambiente sin despeinarse, el tío. El progre ha instaurado una nueva realidad paralela que nadie osa rebatir, una suerte de Matrix donde se puede vivir plácidamente, con la condición de que no la pongas en entredicho. Pero el Matrix progre es mucho más elaborado que el urdido por los hermanos Wachowsky en su célebre trilogía: allí aún había la posibilidad de rebelarse contra los fabricantes de espejismos; en el Matrix progre, los fabricantes de espejismos poseen la habilidad de aparecer como redentores de la humanidad.

Ahora el gran fabricante de espejismos del Matrix progre se llama Al Gore. El gurú del cambio climático es, desde luego, un tipo con una jeta de feldespato: hace apenas unos años, fue vicepresidente de un gobierno que se negó a firmar los protocolos de Kyoto; y hoy tiene redaños para exigirnos que apaguemos antes de acostarnos ese botoncito de la tele que cierra el flujo de corriente. Pero en el Matrix progre las hipocresías más chirriantes pueden pasar inadvertidas. También a los palurdos que, allá en los siglos más oscuros del medievo, escuchaban las prédicas tremebundas de cualquier charlatán que les auguraba calamidades sin cuento si no renegaban de la lujuria les pasaba inadvertido que luego el charlatán, con el dinero recaudado en la prédica, se corriera una juerga en el burdel del pueblo vecino; o tal vez lo advirtiesen, pero consideraban que el charlatán estaba en su derecho a contradecirse. Al Gore, gran fabricante de espejismos del Matrix progre, pretende que apaguemos ese botoncito de la tele que cierra el flujo de corriente antes de acostarnos, pero luego cobra doscientos mil pavos por endilgarnos su cháchara apocalíptica, dinero que tal vez apoquine una multinacional eléctrica. Y no hace falta decir que Al Gore se desplaza por el Matrix progre en avión privado; pero hemos de pensar que su avión privado no gasta queroseno, tal vez funcione con soja, o a pedales.

En su turné española, el gran fabricante de espejismos del Matrix progre ha dejado apóstoles convencidos y dispuestos a propagar sus embelecos, por supuesto mientras llenan la buchaca. En esto no hacen sino imitar a su maestro: y es que el progre ha descubierto que la explotación de la mala conciencia de la gente sometida, capaz de comulgar con las ruedas de molino más aparatosas o indigestas, constituye un negocio pingüe. En la fábula del rey desnudo, los sastres se conformaban con pegarle un sablazo al mentecato que luego se pavoneaba en porreta ante sus súbditos; en el Matrix progre, los fabricantes de espejismos no sólo reclaman nuestra adhesión (que es un acto de fe, puesto que se trata de creer en lo que no vimos), sino también nuestro dinero. Quieren que nos mantengamos castos, quieren culpabilizarnos hasta por los tocamientos más veniales (el botoncito de la tele encendido), pero sobre todo quieren que demostremos nuestra contrición apoquinando, para que ellos puedan luego correrse su juerga en el burdel del pueblo vecino. Ellos saben bien que el dinero no florece en los campos que tan idílicamente celebran en sus odas ecológicas; pero, con tal de que el flujo de dinero no cese, ya puede perecer el mundo. Después de todo, ¿quién dijo que desearan salvarlo? El único mundo que les importa es el Matrix progre que han creado, el Matrix progre que los palurdos como usted y como yo sostenemos con nuestras tragaderas.

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