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Trabajar a tiempo parcial, por ser mujer, no concilia

Se equivocan los partidarios de fomentar el trabajo parcial para la mujer para que se ocupe más del hogar: ése no es el camino y tampoco es una buena solución; hay que ir más allá de estos planteamientos y favorecer con medidas políticas y económicas la igualdad —el 50%—, del hombre y de la mujer en la atención de la casa, en el cuidado y educación de los hijos y en la responsabilidad laboral, tanto social económica. Concebir el trabajo parcial sólo para el uso de la mujer-madre-esposa, puede llegar a ser incluso discriminatorio y excluyente: si la familia, al principio, es cosa de dos y con el tiempo de más miembros porque nacerán los hijos y éstos les proporcionarán nietos, resulta imprescindible igualar las obligaciones no sólo los derechos; para ello, la mujer debe conseguir cambiar el «chip» en el novio o en el marido hasta que llegue el momento en que sea feliz con sus ocupaciones hogareñas como hacer una paella los fines de semana, cambiar los pañales o bañar al bebé, hacer la cena entre semana si se come fuera, dejar la habitación ordenada con la cama hecha o organizar los armarios para que quepan más cosas ya que las viviendas son cada vez más pequeñas.

Constituye todo un reto para el hombre meterse por estos nuevos vericuetos o senderos porque hasta hace poco eran tareas prohibidas para el cabeza de familia y con este modelo de padre, los hijos se dejaban servir por la madre o por las hermanas: este inicio del tercer milenio y del siglo XXI debe afrontar esta mentalidad de « igualdad en las oportunidades, en los derechos y en las obligaciones pero complementariedad en las funciones» porque de esta metamorfosis intelectual dependerá que las nuevas generaciones conciban su papel en la sociedad, en el trabajo, en la familia, en las amistades, etc., con realismo, sentido práctico y humanidad. No se trata de enfrentar «feminismo» a «machismo», con todas las connotaciones de infección que comporta el término «ismo», sino de construir sobre unas bases diferentes, más igualitarias, y por ello más justas para todos, tanto mujeres como hombres; esta nueva concepción no es tan nueva como pensamos porque si nos retrotraemos al inicio del Génesis, nos encontramos con el modelo de mujer y hombre que Dios quiso para la humanidad: los hizo personas y hombre y mujer en sus funciones pero a su imagen y semejanza. Hay que ver cuánta trascendencia tuvo el «suceso de la manzana de Eva»: lo que Dios hizo bien, el pecado original lo volvió del revés. Por eso, los nuevos y actuales tiempos que deben ser mejores que los anteriores apuntan a una vuelta a nuestras raíces, a nuestra Verdad sobre nosotros mismos.

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