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Instrumentos de Dios

Cuando Cristo llevó a cabo lo que se ha dicho en llamar «envío» de sus discípulos para que transmitiesen la Palabra de Dios no se limitó, es pensar así, a indicar tal cosa, únicamente, a sus Apóstoles ni a aquellos que pudieran encontrarse, entonces, a su lado físico. Al contrario, con ellos, con aquellas personas que de forma tan cercana vivían ese momento, nos suponemos unidos los que, a lo largo de los siglos, hemos entendido que, para nuestra vida, ser cristianos y llevar a la práctica tal realidad, es lo mejor para nuestras vidas.

En la Carta Encíclica Dominum et vivificantem (Sobre el Espíritu Santo en la Vida de la Iglesia y del Mundo, de 1986) Juan Pablo II dice que «Por desgracia, a través de la historia de la salvación resulta que la cercanía y presencia de Dios en el hombre y en el mundo, aquella admirable condescendencia del Espíritu, encuentra resistencia y oposición en nuestra realidad humana» (55)

Por otra parte, Benedicto XVI habla, en el mensaje escrito para el DOMUND de este año 2007, de los «múltiples y graves desafíos de nuestro tiempo». Con este pretender prevenir, seguramente, de actitudes cómodas ante la actual situación por la que pasa la Fe o, mejor dicho, la consideración y el respeto hacia nuestras creencias. La misión, por eso, no puede consistir sólo (con ser importante) en difundir la Palabra de Dios. También, junto con esto, cabe defender a esa misma Palabra cuando es atacada, zaherida, hecha de menos ya que aunque sepamos que, en realidad, no necesita defensa pues es expresión del hacer del Padre, también debemos reconocer que de no ser así la situación de la misma puede llegar a ser, ciertamente, difícil.

Somos, por eso mismo, instrumentos de Dios en el mundo y como tales no podemos dejar escondidos nuestros talentos como el empleado poco fiel o esconder la luz que tenemos en casa, en nuestro corazón, bajo el celemín de nuestro egoísmo para que sólo nos ilumine a nosotros. Los demás también tienen necesidad de ser iluminados en este mundo que, muchas veces, se presenta tenebroso y triste.

¿Cabe, por lo tanto, hacer algo?

Evidentemente podemos quedarnos de brazos cruzados, abrazar esa comodidad a la que hacíamos referencia antes, y esperar, tranquilos, que otros, quizá más preocupados que nosotros, actúen en defensa de la Fe; podemos, por eso, ser, al fin y al cabo, agnósticos pues manifestamos una creencia, digamos, de índole regular, poco acendrada.

Pero estamos en disposición, pues tenemos libertad (donada por Dios) para hacer otra cosa, algo más, algo.

Como Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe Joseph Ratzinger dio cumplidas cuentas del sentido que tenía, que tiene, de lo que ha de ser la Fe y de la necesidad de defensa que, muchas veces, tiene ese «creen sin haber visto» por las desviaciones a las que se puede llegar si no se comprende, verdaderamente, el mensaje de Cristo y si no se entiende el sentido exacto del Magisterio de la Iglesia.

Pero como eso parece no ser suficiente, con ser muy importante, para muchas personas, es la primera Carta Encíclica del Santo Padre «Deus Caritas Est» una defensa entera de la Fe.

No se extrañe nadie de esto que decimos. La Caridad, el Amor es, como sabemos, la primera Ley del Reino de Dios, la Ley Suprema, por así decirlo. Y ese Amor (con mayúsculas) ha de ser defendido con la oración y la acción.

Defender la Fe es, muchas veces, cuestión de plasmar, a través del orar, las necesidades que el hombre tiene; dejar de lado el egoísmo y plantearse dónde podemos llegar con nuestras manos y nuestro corazón. Eso es, a veces, difícil de conseguir porque hoy día prevalece, en demasiadas ocasiones, el tener sobre el ser mientras que Dios estima, en más y mejor, ser persona (con todo lo que eso supone) y defender, precisamente, los valores intrínsecos del Amor.

Pero, también, nos podemos ver abocados a tomar las riendas de una defensa que pase de la teoría a la práctica.

Se entiende que en cuestiones como ésta siempre existen dos posiciones claramente definidas y que son, por una parte, la opción de la separación del mundo para adentrarse en la oración y, por otra, la entrada en el mundo para, tras haber discernido los problemas que se le plantean a la Fe para su desarrollo, apostolado y promoción, tratar de encontrar respuestas a los problemas que se le plantean a esto dicho sin abandonar, por eso (es totalmente necesario) el orar.

Si la Fe puede ser defendida desde instancias, digamos, oficiales, dependientes de la jerarquía eclesiástica (como es lógico y esperado) y que estimamos, en mucho, lo que eso vale, también podemos, cada cual en nuestras modestas (o menos modestas) posibilidades, hacer otro tanto. Y esto porque se demanda, se ha de entender así, de los que nos consideramos hijos de Dios y, por lo tanto, no mostramos una doble personalidad (ante Dios y ante los hombres) sino que somos herederos de un Reino del que ya disfrutamos, que nuestras manos, nuestra mente y nuestro corazón den muestra de los talentos recibidos, como hemos dicho antes.

En Italia se ha dado un paso importante para esto que aquí decimos. Se ha creado la Liga Católica de Antidifamación (CADL en siglas inglesas) con esa intención, sana y santa, de hacer lo posible para que actos, acciones y omisiones contra la Fe, no queden sin respuesta. Sería importante plantearse, seriamente, lo mismo para España o, quizá, la creación de una Liga de Defensa Católica, la LDC.

En la misma Carta Encíclica citada antes, Juan Pablo II dejó dicho que «Así que ... no somos deudores de la carne para vivir según la carne » (Rm 8, 10.12) somos mas bien, deudores de Cristo, que en el misterio pascual ha realizado nuestra justificación consiguiéndonos el Espíritu Santo: '¡Hemos sido bien comprados!'» (1 Cor 6, 20.) (55)

Y está en nuestras manos, no se piense otra cosa, cumplir con esa deuda que tenemos, eterna, con nuestro Padre y con nuestro hermano, e hijo suyo, Cristo.

Ahora en...

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última actualización del documento http://www.conoze.com/doc.php?doc=7627 el 2007-10-24 00:17:43