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Ser feliz sin low-cost

Las compañías de bajo coste están de moda y en muchos casos proporcionan «felicidad puntual» a muchas personas porque pueden viajar por todo el mundo y no gastar el sueldo del mes actual y empeñar el del siguiente. Y esto es bueno, pero quizá sea mejor o incluso óptimo, formular éste planteamiento: ¿hasta que punto encontrar un momento de bienestar actual y específico proporciona la felicidad que todos buscamos?, o ¿existe algo que no funciona como debe y convierte en caduco, efímero o banal nuestra capacidad de sentirnos bien y almacenar paz interior?

Más o menos, ser feliz apunta al «ser», no al tener, ni al poseer, ni al satisfacer, ni al estar, ni al quehacer, entre otros ingredientes de la receta o de la hoja de ruta; y para ello, después de apuntar hacia arriba, ese «saber ser», dispara con puntería contra lo que se opone a la auténtica felicidad como puede ser el egoísmo, o la ausencia de metas claves o de horizontes amplios, por dejadez, por ignorancia o por vacío interior; o incluso también acierta en la diana de esa especie de tiranía que todo ser humano lleva dentro y le desmonta los argumentos falaces que le llevan a creerse superior a los demás, con derechos absolutos y con un poderío inexistente para todos excepto para su fantasía.

Por ello, quizá el remedio se llame «high-cost», no porque sea más caro e inasequible para el bolsillo del ciudadano normal, sino porque su coste exija un plus de esfuerzo, de tesón, de cambio de chip en los planteamientos para que sean más trascendentes y coherentes con la dignidad de la persona humana. Cuando se aprende a «ser» lo que uno debe ser, —aunque se deje la piel en el intento—, la vida adquiere un relieve distinto, no se le pide al hoy más de lo que el hoy puede dar y se disfruta con las cosas más nimias, más aparentemente banales y más cotidianas. A eso se le llama « salir de uno mismo», romper el pedestal de cristal donde nos hemos colocado, pensar en las necesidades de los otros y superar o prescindir la continua mirada al ombligo propio.

Si ya se sabe en que consiste ser feliz, quizá uno de los síntomas del itinerario correcto sea la alegría, la visión positiva de la realidad, el equilibrio personal que desemboca en una armonía con uno mismo y con todo lo que le rodea, y lo que podemos denominar libertad interior fruto de aceptarse a uno mismo y aceptar la normalidad de una jornada diaria repleta de inconvenientes, problemas o preocupaciones. Si vivir no es fácil, tampoco lo es ser feliz pero no exageremos en ambos casos, porque cuando se inicia la senda del «ser lo que uno debe », lo que parecían escollos insalvables se desmoronan como castillos de arena: primero hay pensar bien para actuar mejor, porque si uno no vive como debe acaba pensando como vive y en lugar de ser feliz, paladea los sinsabores de un paladar estragado.

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