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Dalai Lama o la desesperanza

El líder espiritual budista, Dalai Lama, ha visitado Barcelona, y deja un mensaje tan aparentemente bello, como real y sustantivamente desesperanzador. Su estética (profundamente religiosa, a su pesar) reside en algo denostado por Nietzsche que solía ver en el Cristianismo, aquello sin lo cual, en expresión de Yourcenar, nuestras tareas no nos servirían para nada: la práctica de la compasión. Aquí está la sacralidad aportada por Dalai Lama. La compasión es un sentimiento profundamente religioso para un cristiano, si consideramos que Dios tuvo compasión de nosotros al enviarnos a su Hijo.

Pero el líder budista arrastra, como advertía Paul Claudel, la tentación del hombre moderno: demostrar que no se tiene necesidad de Dios para hacer el bien. Es el sueño blasfemo que insinuaba Malreaux: el hombre quiere ser Dios. Apelar a la ciencia como fundamento de la compasión resta sabiduría al tibetano. La ciencia no me lleva a la compasión ni al bien. La fe en el progreso de la ciencia ha desaparecido, y se buscan puntos de referencia donde el hombre no se destruya a sí mismo y al mundo.

El nivel del Dalai Lama se empobrece todavía más al presentar la necesidad de una educación secular. Cualquier otra educación, según el jefe tibetano, sólo serviría para confrontarnos con personas de otras religiones. La pertenencia confesional haría imposible la paz y la convivencia social. Lo aseveraba B. Russell: « a mayor religiosidad, peor situación del hombre». La educación habría que reducirla así a una disciplina determinada para crear personas justas y honradas que aspiren a la convivencia en paz. La acción educativa secular que propugna el líder espiritual budista sólo puede preparar el terreno para la práctica del bien. Por este camino, Dalai Lama nos lleva a un ateísmo práctico, negador de la Religión, de la eliminación de mi comunicación libre con Dios o de la ordenación de mi vida a Dios.

El necesario vacío de lo religioso y la llamada a la peligrosidad social de la Religión son dos claras ideas que ha comunicado Dalai Lama. Es la asunción de un notorio ateísmo político, bien recibido por los republicanos y comunistas catalanes. Ni una llamada al Misterio. Ni una invitación a la plegaria. Ni una apelación a buscar a Dios como sentido de la vida del hombre. Ni una invocación a la experiencia religiosa. Esto es el budismo, una suerte de inmanencia donde se busca el bien, pero despojado de sus raíces religiosas, sin ninguna convergencia con el cumplimiento del propio destino, sin un fin último que haga posible la actuación gratuita de Dios en la vida del hombre, sin el reconocimiento de Dios como término del obrar humano, sin un fundamento para la dignidad humana fuera del mismo hombre, y sin meta para su esperanza.

España sufre hoy el mensaje del líder tibetano. No era necesario venir a contarnos el aprecio por los valores universales, pretendidamente fundados en el sentido común. El derecho de todo educando no es ser adoctrinado en un paradigma educativo secular, sino en estimularlo al aprecio por los valores religiosos y morales, a su asimilación, y al conocimiento y amor de Dios. El hombre de nuestros días, decía Paul Ricoeur, no sólo necesita justicia, sino que precisa caridad, y más profundamente tiene necesidad de sentido. Eso lo ofrece la Religión, pero no la doctrina budista.

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