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El hombre no se explica desde Educación para la Ciudadanía

Leo con alguna extrañeza y un alto grado de estupor la imposible analogía que establece Álvaro Delgado-Gal en el Abc entre la «melancolía infinita» que le producen las homilías del sacerdote, originantes en una «cultura religiosa fosilizada», con la tristeza y fatiga, el cansancio y el tedio que le inspiran los textos de Educación para la Ciudadanía (EpC). No alcanzo a percibir ninguna semejanza, no sólo porque se trata de propuestas situadas en objetivos distintos, sino especialmente porque un texto de EpC no posee la virtualidad, y menos la garantía y eficacia, de transformar y dar sentido a la vida del hombre, algo que sí realiza la Palabra de Dios cuando existe un corazón capaz de escuchar con fe.

Dicho esto, conviene recuperar el «molesto discurso» de la ciudadanía, en expresión de Antonio Burgos, quien prefiere ser denominado español a ciudadano. Una cosa es que la mayoría de las personas pase buena parte de su tiempo desatenta, irreflexiva, ocupada en sentimientos superficiales, malogrando así el objetivo de la acción humana que es la virtud, y otra muy distinta es la intención de eliminar de un modo deliberado la excelencia del bien abierto a la Trascendencia. Una cosa es no conceder importancia a lo valioso (algo difícil, pero posible), y otra muy distinta asumir la tarea de repudiar los bienes que generan felicidad, en la medida en que constituyen el reconocimiento de comunidades ajenas a proyectos personales y políticos. En La Repúbica, Platón pone en marcha una propuesta para la educación de los jóvenes con el resultado de retirar la poesía tradicional, quizá porque enseña a infundir en el educando emociones como el dolor, el miedo y la compasión. En EpC, el Gobierno (no es mi intención establecer ninguna imposible analogía), ante la evidente dificultad de retirar la enseñanza de la Religión, instaura de un modo gradual su magisterio laicista y relativista, provocando un patente cisma en la comunidad educativa, con el rechazo y la falta de sensibilidad hacia la propuesta moral católica, bien acogida por amplios sectores de la sociedad española.

Feo asunto el de imponer una doxa ajena a la libertad de educación y de conciencia, impulsar una propuesta valorativa sectaria, por parte de quienes se vanaglorian de hacer del consenso y de la pluralidad una de sus más estimadas máximas. Los tribunales y la calle apenas lograrán nada en una sociedad altamente secularizada, donde lo religioso no influye en la vida, la conciencia no remite a la verdad, y la libertad rechaza cualquier presupuesto una vez que se absolutiza a sí misma. La solicitud del «retorno a la ética» por parte de la gente (un fenómeno que se sucede de un modo cíclico, sin aparente continuidad), al comprobar su ausencia en el ámbito político, profesional y social; la demanda de ética, especialmente en la vida pública y en la cultura contemporánea; la búsqueda de la justicia como finalidad insalvable de la ley, no debiera hacer olvidar el sentido último de la vida y de la libertad, marcadas por la Trascendencia, el lenguaje y la persona de un Dios que se presenta como fin último de la vida del hombre. De lo contrario, la demanda ética sólo sería un pretexto que intenta secuestrar al hombre de sí mismo, sin posibilidad de explicarlo más allá de una visión secular inmanentista, sin hacerlo inteligible desde una comunidad alternativa a la que hoy pretende sustraerse y sepultar el Ejecutivo desde la puesta en marcha progresiva y gradual de EpC.

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