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El Divorcio en España

En este mes de julio el Instituto de Política Familiar ha hecho público un informe sobre los dos años de la ley del divorcio exprés, en el que, examinando los datos del primer trimestre de 2007, resulta que se han producido 40.579 rupturas matrimoniales, de las que 37.500 son divorcios y 3.079 separaciones, lo que implica que durante este año se superará el millón de divorcios. Cada tres minutos, tanto de día como de noche y todos los días de la semana, se produce un divorcio y alcanzamos la poca envidiable situación de ser la primera nación de Europa en rupturas matrimoniales. En el año 2006 por cada tres matrimonios celebrados se han roto dos.

El citado Instituto de Política Familiar alerta de esta desastrosa situación y hace una serie de recomendaciones para frenar esta escalada que afecta a un número creciente de niños y produce una sociedad desestructurada.

Imagino que las uniones de hecho, en las que no se ha celebrado ningún tipo de matrimonio, el número de rupturas seguirá un desarrollo igual o superior, sin ningún control judicial.

Pero me pregunto si los católicos, como colectividad en esta España cada vez más plural, siguen las mismas pautas de comportamiento que el resto de la sociedad y sus matrimonios se rompen con la misma facilidad.

Las sucesivas disposiciones legislativas y la difusión social de normas de comportamiento cada vez más laxas, han incidido muy negativamente sobre el matrimonio y la familia, pero respecto a los bautizados que celebraron su matrimonio religioso pienso que no se distinguen generalmente del resto de los españoles. Por eso, sin dejar de pedir a los poderes públicos una legislación más favorable a la estabilidad familiar, los cristianos tenemos que preguntarnos si hemos hecho lo suficiente para instaurar en nuestras conciencias una noción clara del matrimonio cristiano.

Pienso que muchos bautizados que contraen matrimonio canónico, lo hacen con muy escasa preparación. Las notas distintivas del matrimonio cristiano, la indisolubilidad, la fidelidad y la aceptación responsable de los hijos, no parece que sean asumidas plenamente ni con suficiente conocimiento y decisión de cumplir un solemne compromiso.

Si las obligaciones del matrimonio cristiano no son asumidas con seriedad, mucho menos será entenderlo como sacramento a través del cual participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre Cristo y la Iglesia..

Conseguir una revalorización del matrimonio cristiano no es cuestión de los poderes públicos sino de la propia Iglesia, de su organización pastoral y parroquial, de los movimientos familiares, de las propias familias, de los colegios católicos. Si los cristianos estuvieran convencidos del valor del matrimonio no se dejarían absorber por la marea laicista que nos envuelve

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