conoZe.com » Historia de la Iglesia » Papas y Antipapas » Benedicto XVI » Viajes » Valencia - V Encuentro Mundial de las Familias (8-9 de julio de 2006)

Del 68 al EMF

En la campaña de las elecciones francesas ha estado presente un tema de gran calado cultural. Sarkozy aludió en varias ocasiones a la revolución de mayo del 68. Desencadenada en la Universidad de la Sorbona en París, respondía realmente a un cambio generacional: aquellos estudiantes habían nacido después de la Segunda Guerra Mundial y reclamaban una renovación cultural y social. Desde las aulas universitarias se difundieron lemas que calaron muy hondo en la juventud de aquellos años y continúan presentes hoy en día. El 'Prohibido prohibir' o 'La imaginación al poder' eran la expresión de un deseo de cambio a finales de los años 60.

En el año 1968 un profesor de Teología publicaba unas conferencias que había impartido el año anterior en la ciudad alemana de Tubinga ante un público formado por católicos y protestantes. Ese profesor se llamaba Joseph Ratzinger y el título del libro era Introducción al cristianismo. En esas páginas trataba de facilitar un acceso moderno a la fe desde la experiencia antropológica, sin renunciar a la tradición de dos mil años. El hilo del libro era un comentario al Símbolo de los Apóstoles, una de las profesiones de fe de los primeros cristianos de Roma.

Ratzinger también propuso un lema para aquellos estudiantes: «El hombre vuelve profundamente a sí mismo no por lo que hace, sino por lo que recibe». Estas palabras responden al espíritu de aquellos tiempos de los años 60: tienen un carácter verdaderamente revolucionario. Es otro modo de pensar, distinto a la lógica dominante. Quizá no concreten una propuesta política, pero sin duda abren una perspectiva profunda capaz de transformar la vida de una persona.

Una de las novelas más populares del siglo XX transmite esta misma idea. Se trata de El Principito, un cuento de niños que admite lecturas a distintos niveles de profundidad. El principito va hablando con diversos personajes. Uno de ellos es el zorro. Éste le explicará muchas cosas, como el valor del tiempo o el modo de hacer amigos. Y al final de su encuentro le revelará su secreto: «sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos». Ver con el corazón implica mirar con profundidad. Demasiadas veces se nos proponen modos de mirar que no van a lo esencial. Se obvian las grandes cuestiones para abordar aquellas cosas que reportan un beneficio inmediato. Se mira, más bien, con la cabeza: se evalúan las cosas en cuanto medios. En cambio, ver con el corazón permite ser capaz de recibir y descubrir que la realidad es un regalo. Ya lo decía Chesterton: las cosas parecen mejores cuando parecen regalos. También así la relación con los demás adquiere una dimensión nueva: mirar con el corazón ayuda a acoger al otro.

En el año 2006 estuvo en Valencia aquel profesor de origen bávaro. Ya no se dirigía a un grupo especializado universitario sino que sus palabras llegaron a gentes muy diversas. A sus conocimientos de Teología se añadía ahora el carácter apostólico de Romano Pontífice. Benedicto XVI recordaba la misma idea revolucionaria en el Encuentro Mundial de las Familias: «Ningún hombre se ha dado el ser a sí mismo ni ha adquirido por sí solo los conocimientos elementales para la vida. Todos hemos recibido de otros la vida y las verdades básicas para la misma, y estamos llamados a alcanzar la perfección en relación y comunión amorosa con demás». Estas palabras apuntan a la familia como ámbito privilegiado donde cada persona recibe, en buena medida, lo esencial de la vida.

Pretender alcanzar una plenitud de vida de modo autónomo, a base principalmente de logros personales y sin apreciar la gozosa dependencia de los demás, es una de las utopías más proclamadas en nuestros días. El nuevo Presidente de Francia ha afirmado que el discurso de mayo del 68 ha de ser superado. Muchas de sus propuestas, que se presentaban como salvadoras, se han demostrado insuficientes. Sin embargo, el mensaje de Ratzinger del 68 sigue teniendo una gran fuerza revolucionaria: el hombre y la mujer alcanzan su plenitud no por lo que son capaces de hacer o de conseguir, sino por lo que son capaces de recibir. Saber apreciar las cosas, el sentido del agradecimiento o el ponerse en el lugar del otro son parte de lo esencial en la vida de una persona. Probablemente sea la familia el lugar más propicio donde se puede descubrir y aprender este nuevo modo de mirar.

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