conoZe.com » bibel » Otros » Jean Guitton » Retrato de Marta Robin » 8.- La experiencia mística en la evolución

El misterio del tiempo

He reflexionado largamente sobre los problemas que plantea el tiempo, su realidad, la percepción que tenemos de su fluir.

El tiempo y el espacio están ligados estrechamente el uno al otro, más que nunca en el pensamiento científico de nuestros días. ¿Qué significan el espacio y el tiempo? Los filósofos han convenido hace tiempo en designarlos como el "medio", el "cuadro", como si estuviéramos regulados por ellos. Se han preguntado sobre si el espacio y el tiempo tienen realidad independiente de la percepción que nosotros tenemos de ellos. ¿Son ilusiones de las que la muerte nos hará escapar? Después de Einstein y de la relatividad el problema que plantean el espacio y el tiempo ha cambiado radicalmente. Si el tiempo no es más que la cuarta dimensión del espacio, si por tanto el cosmos y la historia se dan en su entera totalidad en acto (y que se puede ir del futuro al pasado como se va del pasado al porvenir) entonces el tiempo no es realmente sucesivo; en ley se debería poder actuar sobre el pasado, anticipar el porvenir. Estas paradojas, impensables para nosotros, están presentes en el pensamiento de muchos espíritus matemáticos. Lanzan nueva luz sobre la retrodicción y la predicción, como ha señalado M. Costa de Beauregard, cuando dice que esta cuestión, suscitada por Boltzmann en 1896, es profunda y que ella Inaugura toda una problemática sobre las relaciones entre el cosmos y la conciencia".

Alguien se admirará de verme recordar estas perspectivas de la ciencia a propósito de Marta. Pero no se puede negar que Marta tenía o creía tener, como Catalina Emmerich, una relación privilegiada, con el espacio por la ubicuidad, con el tiempo por la predicción. Y era interesante preguntarle por la percepción confusa que tenía de las dimensiones y de las duraciones. Su relación con el eterno presente era tan diferente de la mía...

Por otra parte, el momento más real de la historia sobre este planeta es el de la Encarnación, y más exactamente, el del sufrimiento del Verbo Encarnado (lo que Jesús llamaba su Hora) y puesto que Marta revivía esta Hora de una manera tan constante, puesto que habitaba en la ribera de la eternidad, ¿cómo no podría yo recibir luces sobre el impenetrable misterio, o al menos indicios, presentimientos? Marta conocía mucho mejor que yo el lazo del tiempo con la Simultaneidad, vivía cada semana una "última hora". Con relación al espacio, me parecía que ella poseía el don de la ubicuidad, que abolía las distancias. Yendo más lejos, me preguntaba si esa sangre que borboteaba en ella, que era su alimento, que se nutría de una partícula de "materia consagrada", ¿no se había convertido en ella en un órgano de adaptación a la materia, una suerte de luz interior? ¿No podría quizás darme ella una idea de la correspondencia entre la luz y la materia, sobre la que Louis de Broglie me había hecho reflexionar?

Estudiando a los místicos había advertido que todos habían conocido —o creído conocer— instantes extáticos que imaginaban coincidir con la "eternidad". Todos, bajo formas diferentes según las culturas, habían confesado dos impresiones contrarias sobre el paso del tiempo. A veces el tiempo les parecía muy corto, pues sentían que su fin estaba próximo, pues todo lo que debe perecer ya ha perecido. Y, a la inversa, muchas veces se lamentaban de su duración, la duración interminable del tiempo. Uniendo ambas contrarias experiencias, Teresa de Jesús decía: «vivo sin vivir, pues muero porque no muero". Esta es quizás la experiencia más abismal que un espíritu puro puede tener del tiempo, supuesta la verdad de que el tiempo es ante todo un plazo que no acaba de cumplirse y como un retraso de la Bienaventuranza.

Así, por diversos y convergentes caminos, llegué a pensar que el misterio del tiempo no es precisamente la sucesión, sino cómo participa de la Simultaneidad. Que el tiempo es una sinfonía inacabada, que el final de esta sinfonía está ya presente en nosotros en la medida en que participamos oscuramente de eso que los teólogos llaman la "predestinación" y a lo que los filósofos llaman destino. Sólo un demiurgo, situado más allá del tiempo, tendría el conocimiento del tiempo, ya que él podría ver todo a la vez de una manera global, reunido en un punto[6].

Retornando a Marta, yo me pregunté cómo percibía ella el tiempo. ¿Era capaz de tener una "visión doble", de presentir el porvenir? ¿Era capaz, cuando pensaba en su patria o en la Iglesia, de entrever la dirección del porvenir? Y ¿cómo viajaba por el espacio?

Acontecióme hablarle de estas cosas a propósito de los discursos de Jesús en los Evangelios sobre el fin de la historia. Y, como después de Hiroshima estamos en un periodo escatológico de la evolución, yo recogía sus más ligeras frases, aunque me dijo que "no pertenecía al sindicato de las echadoras de cartas". Una frase profunda de una de sus hermanas estigmatizadas, recogida por Brentano, el amigo de Goethe, me venía a la memoria: «Tengo la facultad de ver todo a través de todo, de modo que jamás un ser me ha ocultado a otro". Los grandes místicos se han evadido fuera y son ya lo que nosotros aspiramos a ser.

Y desde este punto de vista son análogos a los filósofos de primer orden. Es más, podemos preguntarnos, como hicieron Bergson y Lavelle, si la filosofía no traduce en conceptos inciertos y complicados la intuición mística. Descartes lo admitía, ya que en algunas páginas un tanto secretas, él ha contado sus ensoñaciones místicas. Y Pascal tuvo su noche de fuego. ¡Cuántas veces, escuchando a Marta en su oscura habitación, pensaba que Plotino, Spinoza o Malebranche habrían envidiado a quien había experimentado en su carne lo que ellos pudieron concebir solamente en su espíritu!

Marta viajaba únicamente al pasado; pero muchas veces imaginaba el porvenir. Ella me afirmó siempre que, desde luego, es imposible decir si este porvenir vislumbrado, presentido, previsto, es inmediato, muy cercano, lejano, muy lejano, último, escatológico; si sucederá mañana o dentro de mil años. Dicho de otro modo: el tiempo visto por el profeta, (y sin duda por Jesús en cuanto hombre) no tiene la tercera dimensión: la profundidad. Esta advertencia me hace dudar de quienes nos anuncian el fin cercano de la evolución. Mil años como un día. Un día como mil años. Y el momento presente contiene el tiempo todo entero, del cual es una contracción.

Notas

[6] Ver Histoire et Destinée, Desclée de Brouwer, cap. VII y VIII.

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