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6.- Una conversación sobre diversos temas

«Que nadie se imagine a Platón y Aristóteles con grandes togas de pedantes. Eran estos tipos honestos y, como los demás, bromeaban con sus amigos» (Pascal).

Es probable que en el año 2000 los libros contengan minicasetes que harán oír la voz de sus autores; esto sería una resurrección. ¿Cómo nos gustaría oír las inflexiones de la voz de Jesús en el sermón de la montaña o en el discurso de la Cena! Los signos mudos grabados en la roca, escritos en el papel dan al pensamiento una perfección postiza. Este retrato de Marta sería infiel si no intentara yo haceros escuchar el sonido de su voz cantarina o más bien su estilo de conversar con su visitante invisible. Después de haberla oído sin verla, yo tomaba el pincel e intentaba reproducir su semblante pálido, su forma desvanecida. Tomaba nota de sus palabras, sus agudezas, sus fórmulas, los frecuentes silencios y pequeñas sonrisas, las idas y venidas, los rodeos de esta conversación en la que se entrelazaba tiernamente lo familiar y lo sublime. Yo me recitaba estos versos de Víctor Hugo:

«Sed por un instante un pájaro posado

que no cesa en su canto sobre la frágil rama,

aunque ésta se doble, pues sabe que tiene alas».

Así saltaba de un tema a otro, de rama en rama. La conversación de hora y cuarto relacionaba la tierra con el cielo. Job escribió: «Me ha llegado una palabra. Mi oído ha escuchado un susurro. Oí una voz que dulcemente susurraba».

YO: Bien, Marta, ¿cómo te encuentras esta mañana? No comes, no bebes, no duermes. ¿Vaya vida aburrida!

ELLA: Me gustaría mucho poder comer, poder beber algo. Me compenso imaginando el menú.

YO: Eso mismo hacíamos en nuestra cautividad.

ELLA: ¿Sabe Vd. lo que he hecho esta semana precisamente? He preparado unos pasteles para los prisioneros, no para los de la guerra; para los condenados. Temo que uno de ellos sea ejecutado... Pues bien, me imaginaba que las cosas que yo ponía en los paquetes de mis prisioneros, las comía con ellos. Pero ¿qué comió Vd. ayer tarde o esta mañana? ¿Qué tiene para mediodía?

YO: Apenas he puesto atención.

ELLA: Es un error. Yo me acuerdo bien de los olores y perfumes. Siempre me ha gustado el café. El chocolate lo encuentro insípido.

YO: ¿Sabes, Marta, que cuando cuento a algún colega mío que ni comes ni bebes nada, me responde que es imposible, que seguramente te deslizas por la noche hasta la despensa y coges algo de queso o algo de agua para beber?

ELLA: Su amigo no va descaminado. No doy importancia a estos ayunos a los que me ha sometido Jesús. Estoy en mi granja y habito en la casa de mi padre; tengo vacas. Si pudiera beber la leche de mis vacas no me privaría de ella.

Pero mejor que hablemos de otra cosa. Vd. estuvo este año en el Concilio. Cuénteme algo de lo que allí se hace. ¿Si supiera Vd. cómo rezo por los obispos y el Papa!... Me ofrezco sin cesar por el Concilio. Temo que la fe se esté perdiendo en el mundo.

YO: Ya sabes que el trigo se mezcla con la cizaña y que no hay parto sin dolor. El Concilio obedece a esta ley. Mientras uno está enredado en las discusiones, en ese vayvén, cuando se ve el hormiguero de los obispos en el interior de la basílica de San Pedro, sobre todo, cuando se piensa en todo lo que sucedió antiguamente en los concilios de los primeros tiempos de la Iglesia, en los que hubo luchas, con frecuencia sangrientas, y en los que no obstante de estas luchas salía una fórmula que es como un diamante... entonces, Marta, uno no se admira demasiado.

ELLA: Me pregunto muchas veces si, después del Concilio, no se verá crecer la fe en el mundo y disminuir la fe en Dios. No oiga hablar gran cosa de sufrimiento y de pecado. Al dolor ni se le mienta... Lo que no impide que exista. Ni tampoco que exista el pecado. Y ¿el Purgatorio?... Pues será necesario pasar por allá.

YO: Y, ¿si nosotros habláramos un poco del Purgatorio?

ELLA: No me querría pasar por alto esta experiencia y sin embargo no la tendré. No me gusta el término purgatorio; me hace pensar en las purgas que me daban de niña. El Purgatorio no es un purga. Es algo grande y serio. Yo diría una cosa noble. Son sufrimientos, pero sufrimientos de amor, de verdadero amor, de puro amor. Las almas intentan ir hacia Dios, se apresuran... pero no llegan. ¡Si vierais qué desgarrón! Aún no es su hora, que queda aplazada. Cuanto más se desea salir, más se busca entrar en el. Se debiera llamar 'purificatorio'. Todo debe ser purificado. Nuestras mismas intenciones deben ser purificadas. Nunca sabemos si nuestras intenciones son perfectamente puras. Teresa del Niño Jesús, que era tan pura, ¿tenía siempre intenciones perfectamente puras? Ya le he dicho que yo no deseo evitar el Purgatorio.

YO: Marta, ¿podríamos hablar de otra cosa? Nunca me has contado gran cosa de tu juventud. ¿Has ido al colegio? ¿Qué has leído?

ELLA: Leí mucho cuando estaba en mi butaca, aquí al lado. Ya no podía andar. Me traían libros de todo. Bordaba baberos y más baberos. hacía baberos para poder comprar las medicinas; no teníamos dinero. Mi padre, recuerdo, me hacía rabiar. Me decía: «Marta, ¿has ganado para esa medicina que tomas?» Poco después, para curarme, han querido hacerme baños resinosos. Me metían en un horno. Yo llamaba a aquello 'mi cochura'.

YO: Pero tendrás seguramente algunos buenos recuerdos.

ELLA: ¡Cómo no! Tengo buenos recuerdos. Siempre me ha gustado reír. También ahora; me gusta mucho reír. Cuénteme, Vd. que sabe hacerlo, alguna historia que me haga reír.

—Guardo en mis alforjas algunas anécdotas. Son la sal de la tierra, el encanto de las largas conversaciones. El profesor Mandor aprendió de Alain que el primer regalo que hay que hacer a los amigos es una 'historieta'. Recuerdo algunas historias que hacían reír a Marta. Por ejemplo: la visita de un obispo a una 'santa'. Un obispo se había enterado de que en un convento había una monja santa; fue a toda prisa y dijo a la portera: «Vengo a ver a la santa». La portera, toda humilde, le respondió: «Soy yo, monseñor» El obispo se volvió.

Otra historieta (que debiera habérsela contado a Luis de Broglie) se refiere al cálculo de probabilidades y al principio de indeterminación. Cuando yo era alférez, castigué a un tal Martín, soldado, por el motivo siguiente: «El soldado Martín estaba probablemente borracho». Mi capitán me llamó y me dijo: «Señor filósofo, lo que Vd. dice es un absurdo. El soldado Martín o estaba borracho o no lo estaba. Lo que no puede ser es que estuviera probablemente borracho».

Marta comentó: «No castigue al soldado Martín».

ELLA: En mi juventud teníamos veladas en las casas de los vecinos; se hablaba medio a oscuras, los viejos fumaban sus pipas, los hombres dormitaban, los mozos jugaban a las cartas. Mientras, nosotras jugábamos a la gallina ciega, al escondite y a otros juegos populares. Al fin se danzaba. Me gustaba mucho bailar: la polka, la mazurca, le saut-de-lapin y a veces el rigodón. ¡Oh, cómo me gustaba bailar, cómo me gustaba danzar! Ahora ya no puedo.

— Después de un paréntesis comenzó a hablarme de nuevo de las almas. Me decía: «él... él». ¿Quién era «él»...?

ELLA: «Él» siempre está ahí para destrozarlo todo. Esto se derrumba. Va hacia el caos. Otras veces los religiosos confesaban a las religiosas. Oigo decir que ahora algunos se casan entre ellos.

Y Marta se echaba a reír con una especie de piedad y horror.

ELLA: Vd. que es de la Academia, que es, según creo, donde se define el sentido de las palabras, ¿me puede decir si habéis llegado a la palabra 'faire' (hacer)? Hay algo que no entiendo. Se hace un guiso. Se hace el bien. Se hace el mal. Pero ¿por qué se dice hacer el amor?

YO: Marta, me preguntas por la más indefinible de las palabras, una palabra que sirve para todo. Yo te respondería que hacer muchas veces quiere decir actuar. Hacer el amor es amar con el cuerpo.

ELLA: Bueno.. ¿Dónde llegáis en vuestro diccionario? ¿Os acercáis ya a Zorobabel?

YO: Hemos pasado ya «chien»? (perro) y «cholestérol» (colesterol). Pronto llegaremos a la palabra «comunión».

ELLA: ¡Comunión! ¡Oh, cómo me gusta esa palabra! ¡Comunión! Vd. debe decir que comunión es más que 'unión'. que es 'unión total', para siempre. Es la alianza, la fusión... A propósito, ¿se acepta a las mujeres en la Academia? Me hubiera gustado sentarme en ella. Pero mi padre me dice con frecuencia: «Marta, Marta, no se llega al cielo desde un sillón». Mas ya que hablamos de la Academia, dígame todavía una cosa. Cuando Vd. fue propuesto, había otro opositor que pensaba ganar, y oí decir que él había preparado unos pasteles. Me gustaría saber qué pasó con aquellos pasteles. ¡Me gustan tanto los pastelitos!

Después de este rodeo la conversación se elevó hacia las alturas. Marta se dirigió al padre Finet, que estaba en la oscuridad. «¿Recuerda Vd., padre, cómo le conocí? Vd. había venido a traerme un cuadro de la Virgen atado con cantidad de cuerda. Entró en mi habitación. Yo le había visto a Vd. seis años antes de su llegada aquí, durante la catástrofe de Fourvière, cuando era vicario de San Juan. Le llegué a ver con los bomberos y entre escombros cuando Vd. socorría a los infelices que estaban bajo las piedras. Le había visto antes de verle. Por ello le reconocí.

— Como me parecía que entreabría la reja de las confidencias intenté que me informara sobre sus experiencias, sobre lo que llamo «fenomenología» mística.

ELLA: Es totalmente diferente de lo que Vd. imagina. Es más evidente que la presencia de Vd. aquí. Antes, cuando yo tenía visiones de la Pasión, podía distinguir la expresión de tal o cual rostro al paso de Jesús y oía hasta las burlas de la turba. Ahora voy más a lo interior, estoy toda interiorizada, no veo nada absolutamente; estoy en comunión con lo profundo. He abandonado los atributos y me hundo en la Esencia.

YO: Pero, ¿me permites una pregunta más? Tú no has llegado a la Esencia, —como dices— de golpe. Ha habido una ruta, un camino, una subida como dicen los libros de mística, por ejemplo Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz.

ELLA: No he leído nunca esos libros. Además no me gusta leer. He tenido visiones imaginarias en las que veía las cosas fuera de mí. ¡Sentía entonces una angustia...! En estos asuntos no se está nunca absolutamente segura. Sin embargo, hay casos en que hay certeza, yo diría evidencia. Es cuando Dios obra lo que Él hace. Entonces Dios hace todo.

Al principio, yo tenía mis dudas, pues todavía estaba en las imágenes. He superado las imágenes. Ahora estoy, os lo repito en los atributos... y aun me atrevo a decir, he dejado los atributos de Dios para hundirme en lo que Vds. llaman la Esencia. Es más, he hecho un progreso en el interior de esta Esencia.

YO: Permíteme hacerte una pregunta indiscreta, pero corriente. ¿Tienes durante estas experiencias la impresión de que tu alma se desprende del cuerpo?

ELLA: No puede decirse que el alma se separa del cuerpo... Es arrebatada... algo extraño. Dios se manifiesta al principio por el temor. ¡Es algo tan nuevo... Tan inexpresable! Después se pasa a una paz que es un estado, algo más allá del tiempo. No se puede fechar, no se puede saber en qué momento se ha producido esto. No sé cómo decírselo. Una está fuera de sí misma y en sí misma. Una es arrebatada por el amor. No inevitablemente. Esto puede suceder o puede no suceder. Por ejemplo: después de comulgar sucede que siento una renovación pero no necesariamente en cada ocasión, pues puede ocurrir también, fuera de la comunión.

Intenté hablarle de los fenómenos que están ligados al misticismo: las visiones, los éxtasis, la levitación, la lectura del pensamiento, etc. Insistí sobre el fenómeno del «anillo de oro» que consiste en que el místico cree ver un anillo de oro en su anular.

ELLA: Sí, he conocido estas cosas; eso es superficial. Hace falta superar todo eso sin tantas historias. Me habla Vd. del anillo de oro. Lo he visto en mi dedo creo que una docena de veces. Pero dejadme que os diga que si es bueno tenerlo, es aun mejor no tenerlo. Eso que Vd. llama vida mística está en Vd. igualmente que en mí. La vida mística consiste en intentar ser uno con Jesús.

Hablemos de otra cosa. Nosotros nos parecemos. Vd. está clavado al pensamiento como yo estoy clavada al dolor. ¡Vamos! Debemos intentar desclavarnos, distraernos.

Pero ¿qué hora es? Para mí siempre es de noche y es siempre el dolor...

¿Por qué no hablamos un poco de sus libros? ¿Está Vd. escribiendo siempre? Me hacen leer sus libros. ¿Puedo confesaros que su estilo lo encuentro laborioso? El otro día quise que me leyeran el libro que ha escrito sobre «El amor humano». No tengo que darle consejos, pero no podréis negarme que es algo oscuro. No debe Vd. intentar escribir bien, demostrar elocuencia. Déjeme decirle que la elocuencia es muy diferente de la palabra. La elocuencia es humana; la palabra, divina.

La ignorante Marta no sabía que estaba transmitiendo un consejo viejo como el mundo, y que un clásico de todas las lenguas, reflexionando sobre el lenguaje, ya había dado. Platón, antes que Marta, había dicho que los vocablos son como pantallas que nos impiden escuchar la palabra continua, ese diálogo que el alma no cesa de tener consigo misma. El arte de hablar con elocuencia y el arte de escribir con retórica son sustitutos del pensamiento. Se trata, si se quiere escribir bien, de dejar explayarse a la palabra interior: eso que llamamos conversar. En su oscura habitación Marta no dejaba de conversar.

En resumen, haría falta hacer con la elocuencia, el lenguaje y la retórica lo que ella hacía con los estados místicos, lo que era su método universal: ir más allá.

Quiero decir otro de sus consejos a los escritores, oradores y profesores, dramaturgos y cineastas. Estaba yo en apuros porque tenía que dar un curso sobre un tema que conocía mal. Todo profesor, todo diputado, todo ministro conoce este género de tormento. Uno no puede saber de todo ni prever todo. Hay en tales casos el recurso a esos artificios, conocidos por los sofistas, que se enseñan a los estudiantes de oposiciones y que hacen que los escoliastas engendren escoliastas.

Marta no dudó. Inmediatamente me respondió: «Es muy sencillo. Vd. debe fijarse en un tema que conozca bien. Y después transportar. Los que se ejercitan en varias artes conocen el secreto de la transposición. Los pintores proyectan en el lienzo lo que canta un vocalista, otros reproducen musicalmente la cambiante inmovilidad de los colores. Los novelistas transportan: no escriben jamás sino una sola novela. Los predicadores no hacen sino un solo sermón y los ministros un solo discurso».

Como veía que Marta condescendía en darme lecciones y ánimos, le confesé, como había hecho antes con Couchoud el desaliento del escritor que, después de reunir fichas, notas, documentos, tiembla ante la cuartilla en blanco. Entonces ella simplificando todo, o más bien sublimando a su estilo todo, me dijo: «Para escribir bien, para hablar bien no necesitáis más que una cosa: ser absolutamente Vd. mismo».

Y me acuerdo que otro día, queriendo definir al Papa Pío XII, por el que sentía una secreta, tierna y atenta admiración, me dijo con una voz muy dulce y sin dudar de que fuera un ideal irrealizable: «Es tan transparente, es ya todo...»

Naturalmente intenté preguntarle sobre el porvenir de la humanidad. Pero ella siempre apartaba estas cuestiones curiosas. Sin embargo tomé nota de alguna de sus ideas que parecían escapársele sin que ella quisiera: «La victoria del mal irá acentuándose durante algunos años. Fijaos en Alemania: creo que va a buscar su futuro al lado de Rusia. Los americanos están demasiado lejos y no son seguros. Así, los alemanes se pondrían de parte de Rusia (y nosostros haremos sin duda, también lo mismo)».

Durante los sucesos de 1968: «¡Si supierais cómo he rezado, cómo he suplicado para que no se vierta ni una sola gota de sangre! ¡Para que no intervenga el ejército! He estado muy temerosa de la intervención del ejército. Cuando el General ha buscado el apoyo del ejército, yo tenía miedo de que viniera y cercara París. Entonces supliqué. Me ofrecí a Dios. Yo no sé otra cosa que ofrecerme, sufrir. Pero tengo la convicción de que cuando Francia llegue al límite, entonces se producirá una intervención de Dios».

«¡La bomba atómica! Cuando se piensa que pronto la tendrán las naciones pequeñas, y que bastan dos locos para trastornar todo... Intento cargar sobre mí el pecado del mundo. Tal pecado es espantoso. Es horrible pensar lo que los hombres han hecho de su libertad. ¡Qué descontento estará Dios! ¿Cuánto tiempo durará esto?»

«Sufro en mi cuerpo y en mi espíritu más de lo que Vd. puede imaginar. También yo tengo tentaciones terribles. Y comprendo que no conviene dejar veneno sobre la mesilla de noche de los enfermos».

Fue aquel día cuando me habló de ése a quien no nombraba nunca y cuando me dijo: «¡Ese tal! ¡Gracias!... Le conozco, es muy inteligente. Y, ¡si Vd. supiera qué bello es! Dios le ha dejado su belleza, su grandeza. Es astuto. Busca el lado ridículo. Cuando tú le coges por un lado, he aquí que viene por el otro... Pero sabe muy bien que está derrotado. De veras, su oficio no es muy interesante».

YO: Luego ¿tú tienes relaciones con él?

ELLA: ¡Oh! No propiamente relaciones. Me limito a sufrir sus ataques. Varias veces me ha sucedido que he visto su rostro. Ya os he dicho que es bello de verdad. Pero no puede afirmarse que su rostro sea claro. Más bien habría de decirse que deslumbra. Siempre está rabioso. Pero cuando aparece la Virgen no tiene sobre ella ningún poder. La Virgen en tan bella... no sólo en su rostro, sino en todo su cuerpo. En cuanto a él, es capaz de imitar todo: imita hasta la Pasión; pero no puede imitar a la Virgen. No tiene poder sobre ella. Cuando la Virgen aparece, ¡si vierais qué voltereta...! ¡Os moriríais de risa!

YO: ¿Y los ángeles, Marta?

ELLA: ¿Los ángeles? A Miguel le veo con su espada, con su escudo. También he visto a Gabriel. Es alto.

YO: ¿Se te puede preguntar cuáles son tus santos preferidos?

ELLA: Amo a Juana de Arco. Para ella Jesús y la Iglesia son lo mismo. Esto no tiene dificultad. Os diré que lo que prefiero de Juana de Arco, no son tanto sus combates, sino su suplicio. Cuando afirmó que una vez muerta todo el mundo la amaría, no se equivocó. Esto me trae al pensamiento las palabras de Jesús: «Cuando sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí».

YO: Y Catalina de Siena, ¿te han hablado de ella?

ELLA: Pienso que era muy distinta en el plano político. Yo sé de dónde le venía la fuerza. Era menos de su palabra que de su sangre. Si en nuestros días yo intentara imitarla y partiera hacia Roma, terminaría en una comisaría.

He oído que un erudito árabe, no pudiendo resolver un problema de filosofía, leía y releía el Corán, frunciendo el entrecejo, a causa de un acento puesto sobre una palabra, el cual oscurecía todo. Su mujer, que estaba a su lado, sopló. El acento era una mota de tabaco. Marta soplaba mis motas de tabaco; me hacía pensar en esta observación que hace tiempo leí en un filósofo inglés: «Levantamos nosotros el polvo y después nos quejamos de no ver».

Al fin de la conversación, Marta tomó la palabra y me dijo: «Vd. me ha estado preguntando, ahora soy yo quien le pregunta. Vd. ve con frecuencia al Papa Pablo VI, y yo tengo curiosidad de saber cómo se encuentra. Creo que debe aconsejarle que sea firme. En el fondo todo el mundo está con él, pero no se da suficiente cuenta de ello. ¡Ah! Si supiera decirnos después del Concilio las verdades fundamentales, aquellas de las que tenemos más necesidad. Si le ve Vd., dígale que estoy siempre a su lado. Dígale sobre todo que comprendo sus angustias, sus tentaciones. Y cuando hablo de tentaciones, sé lo que me digo. Pienso que él cuando se siente cansado tiene la tentación de presentar la dimisión, o si se siente enfermo, o si cree que las fuerzas le van a faltar. Hace falta que Vd. le repita sin cesar que tiene todavía tiempo ante él, que no debe dimitir. Cuando Juan XXIII fue elegido Papa, yo estaba segura de que Mons. Montini le sucedería. Creo que permanecerá algunos años entre nosotros, pues no veo ningún otro obispo capaz de reemplazarle. Vuelvo sobre sus tentaciones. Dígale que yo las conozco peores. Hay días en que no puedo más. ¡Tengo tantos deseos de ir a Dios!...

El padre Finet me había contado el especial diálogo que tenía con Marta los viernes: «Padre, Vd. sabe que hoy es viernes. Tengo la sensación de que no tendré valor, que no aguantaré. Y oigo una voz que me dice: Continúa, Marta debes morir con las armas en las manos».

ELLA: ¡Desearía tanto morir! Pero el padre no me da permiso. ¿No es así, padre? (Lo decía gentilmente, afectuosamente, volviéndose hacia él que estaba en la oscuridad). ¿No me permite Vd. morir? (Silencio del padre Finet) ¿Cuándo me lo permitirá Vd.?

YO: A mi juicio, Marta, lo que es penoso en la muerte no es el morir. La muerte no nos trae un mal. Es el juicio. Es eso de encontrarse solo ante Dios...

ELLA: Se suele decir con frecuencia que no se puede ver a Dios sin morir. Pero en Jesús se ve a Dios y no muere uno; se ve a Dios y se vive.

YO: Marta, ¿me puedes decir cómo imaginas lo que te sucederá cuando mueras?

ELLA: Para mí no hay demasiada diferencia entre la vida que llevo al presente y la vida después de la muerte, excepto el sufrimiento. Yo estoy ya un poco como se está en el cielo, con el añadido del dolor. Pero estad tranquilo, una vez allí, no me olvidaré de los que he amado. Los tomaré conmigo. Yo no estoy con quienes amo, soy ellos. ¿Me pregunta Vd. qué anhelaré hacer cuando haya muerto? Bien, os lo voy a decir: brincar (gambader).

Vuelto a casa, me preguntaba qué podía significar esa palabra gambader que oía por primera vez de su boca. Gambader, me decía yo, significa retozar, hacer cabriolas, dar brincos. ¿Qué querría decir Marta? Además me había dicho: «Cuando haya pasado al otro lado, creo que estaré más ocupada que en la tierra. Estaré de cabeza, pues hasta el fin del mundo habrá tanto que hacer...» Pero Marta había cambiado de asunto y, de pronto, me dijo: «¿Por qué no hablamos un poco de pintura? Me parece haber oído que Vd. pinta cuadros. Me gustaría saber sobre qué temas. ¡He amado tanto la luz! ¡Es tan bella la luz!» Pronunciaba la palabra luz con alegría. Palabra que ella misma es luminosa y que Marta hacía resplandecer.

YO: He tomado asuntos sacados de la Escritura. Como fra Angélico he pensado que la pintura debía ser una especie de contemplación.

ELLA: ¿Qué asuntos?

YO: Lo que me venía a la mente sin reflexión: Dios creando la luz, Dios creando al hombre y la mujer, Dios creando la primavera, Dios creando el dolor, Abraham inmolando a su hijo Isaac, Jesús y la samaritana. Ahora querría ejercitarme en el Vía Crucis. Me parece que el rostro de Cristo, sobre todo el de Cristo en su último día, el de Cristo al lado de su Madre, es el más hermoso tema que puede existir para un pintor.

ELLA: Yo en vuestro lugar, si tuviera que realizar el rostro de Cristo, lo haría joven. Le haría no demasiado sangrante. Recuerde que Jesús dijo a las mujeres de Jerusalén: «No lloréis por Mí, llorad por vosotras» Y, esas pinturas que va Vd. a hacer ¿no podría entregárnoslas al padre o a mí? Nosotros las expondríamos. Después posiblemente nos las quedaríamos.

Recuerdo haberle citado el texto de Pascal en «El Misterio de Jesús», donde Pascal hace decir a Jesús: «¿Quieres que siempre me cueste la sangre de mi humanidad, sin que tú des tus lágrimas?» Entonces Marta me dijo con voz inquisitiva: «¿Pascal dijo esto? «Sí, Marta, Pascal dijo esto, le respondí. Y ella replicó: «La sangre y las lágrimas...» queriendo dar a entender que ella sabía de ambas cosas, y aun de lágrimas de sangre.

— Recuerdo haberle hecho una última pregunta: «Marta, tú hablas de un Pentecostés de amor. ¿Cómo te imaginas ese Pentecostés de amor?»

ELLA: ¡Oh! En modo alguno en forma extraordinaria. Lo veo como apacible, lento. Pienso que se realizará poco a poco. Es más, pienso que ha comenzado. En cuanto al porvenir, Vd. sabe que se me atribuyen muchas ideas sobre el porvenir. No sé nada, salvo una cosa: el porvenir es Jesús.

¿Qué hora es? ¿Es por la tarde? Siempre es de noche para mí. Vd. cenará con nosotros. Oigo pasos en el salón. Debemos separarnos... Al Dr. Couchoud le dije: Ahora un abrazo. Entre los que se aman sobran palabras, basta el silencio... Esta tarde tengo mucho que hacer. Siempre ando retrasada con el correo... Pero pasad ahí, al lado... Vais a tomar la cena conmigo. Va Vd. a sentarse a la mesa en el sitio donde yo me sentaba con mis padres cuando era pequeña. Yo oiré el ruido de los cubiertos en los platos.

Ahora en...

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