conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Exhortaciones Apostólicas de Juan Pablo II » Vita Consecrata » Capítulo III.- Servitium Caritatis: La Vida Consagrada Epifanía del Amor de Dios en el Mundo

I.- El Amor hasta el extremo

Amar con el corazón de Cristo

75. " Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Durante la cena [...] se levanta de la mesa [...] se puso a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba ceñido " (Jn 13, 1-2.4-5).

En el gesto de lavar los pies a sus discípulos, Jesús revela la profundidad del amor de Dios por el hombre: ¡en Él, Dios mismo se pone al servicio de los hombres! Él revela al mismo tiempo el sentido de la vida cristiana y, con mayor motivo, de la vida consagrada, que es vida de amor oblativo, de concreto y generoso servicio. Siguiendo los pasos del Hijo del hombre, que " no ha venido a ser servido, sino a servir " (Mt 20, 28), la vida consagrada, al menos en los mejores períodos de su larga historia, se ha caracterizado por este " lavar los pies ", es decir, por el servicio, especialmente a los más pobres y necesitados. Ella, por una parte, contempla el misterio sublime del Verbo en el seno del Padre (cf. Jn 1, 1), mientras que, por otra, sigue al mismo Verbo que se hace carne (cf. Jn 1, 14), se abaja, se humilla para servir a los hombres. Las personas que siguen a Cristo en la vía de los consejos evangélicos desean, también hoy, ir allá donde Cristo fue y hacer lo que Él hizo.

Él llama continuamente a nuevos discípulos, hombres y mujeres, para comunicarles, mediante la efusión del Espíritu (cf. Rm 5, 5), el ágape divino, su modo de amar, apremiándolos a servir a los demás en la entrega humilde de sí mismos, lejos de cualquier cálculo interesado. A Pedro que, extasiado ante la luz de la Transfiguración, exclama: " Señor, bueno es estarnos aquí " (Mt 17, 4), le invita a volver a los caminos del mundo para continuar sirviendo el Reino de Dios: "Desciende, Pedro; tú, que deseabas descansar en el monte, desciende y predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, arguye y exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, padece algunos tormentos a fin de llegar, por el brillo y hermosura de las obras hechas en caridad, a poseer eso que simbolizan los blancos vestidos del Señor"[180]. La mirada fija en el rostro del Señor no atenúa en el apóstol el compromiso por el hombre; más bien lo potencia, capacitándole para incidir mejor en la historia y liberarla de todo lo que la desfigura.

La búsqueda de la belleza divina mueve a las personas consagradas a velar por la imagen divina deformada en los rostros de tantos hermanos y hermanas, rostros desfigurados por el hambre, rostros desilusionados por promesas políticas; rostros humillados de quien ve despreciada su propia cultura; rostros aterrorizados por la violencia diaria e indiscriminada; rostros angustiados de menores; rostros de mujeres ofendidas y humilladas; rostros cansados de emigrantes que no encuentran digna acogida; rostros de ancianos sin las mínimas condiciones para una vida digna[181]. La vida consagrada muestra de este modo, con la elocuencia de las obras, que la caridad divina es fundamento y estímulo del amor gratuito y operante. Bien convencido de ello estaba san Vicente de Paúl cuando indicaba como programa de vida a la Hijas de la Caridad el "entregarse a Dios para amar a Nuestro Señor y servirlo material y espiritualmente en la persona de los pobres, en sus casas o en otros sitios, para instruir a las jóvenes menesterosas, a los niños y, en general, a todos aquellos que os manda la divina Providencia"[182].

Entre los posibles ámbitos de la caridad, el que sin duda manifiesta en nuestros días y por un título especial el amor al mundo "hasta el extremo", es el anuncio apasionado de Jesucristo a quienes aún no lo conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres.

Aportación específica de la vida consagrada a la evangelización

76. La aportación específica que los consagrados y consagradas ofrecen a la evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a imitación del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo. En la obra de la salvación, en efecto, todo proviene de la participación en el ágape divino. Las personas consagradas hacen visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvadora de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión[183]. Ellas, dejándose conquistar por Él (cf. Flp 3, 12), se disponen para convertirse, en cierto modo, en una prolongación de su humanidad[184].La vida consagrada es una prueba elocuente de que, cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos[185].

La primera evangelización: anunciar a Cristo a las gentes

77. Quien ama a Dios, Padre de todos, ama necesariamente a sus semejantes, en los que reconoce otros tantos hermanos y hermanas. Precisamente por eso no puede permanecer indiferente ante el hecho de que muchos de ellos no conocen la plena manifestación del amor de Dios en Cristo. De aquí nace principalmente, obedeciendo el mandato de Cristo, el impulso misionero ad gentes, que todo cristiano consciente comparte con la Iglesia, misionera por su misma naturaleza. Es un impulso sentido sobre todo por los miembros de los Institutos, sean de vida contemplativa o activa[186]. Las personas consagradas, en efecto, tienen la tarea de hacer presente también entre los no cristianos[187] a Cristo casto, pobre, obediente, orante y misionero[188]. En virtud de su más íntima consagración a Dios[189], y permaneciendo dinámicamente fieles a su carisma, no pueden dejar de sentirse implicadas en una singular colaboración con la actividad misionera de la Iglesia. El deseo tantas veces repetido de Teresa de Lisieux, " amarte y hacerte amar "; el anhelo ardiente de san Francisco Javier: "Así como van estudiando en letras, si estudiasen en la cuenta de que Dios, nuestro Señor, les demandará de ellas, y del talento que les tiene dado, muchos de ellos se moverían, tomando medios y ejercicios espirituales para conocer y sentir dentro de sus ánimas la voluntad divina, conformándose más con ella que con sus propias afecciones, diciendo: "Aquí estoy, Señor, ¿qué debo hacer? Envíame a donde quieras""[190]; así como otros testimonios parecidos de innumerables almas santas, manifiestan la irrenunciable tensión misionera que distingue y caracteriza la vida consagrada.

Presentes en todos los rincones de la tierra

78. "El amor de Cristo nos apremia" (2 Co 5, 14): los miembros de cada Instituto deberían repetir estas palabras con el Apóstol, por ser tarea de la vida consagrada el trabajar en todo el mundo para consolidar y difundir el Reino de Cristo, llevando el anuncio del Evangelio a todas partes, hasta las regiones más lejanas[191]. De hecho, la historia misionera testimonia la gran aportación que han dado a la evangelización de los pueblos: desde las antiguas Familias monásticas hasta las más recientes Fundaciones dedicadas de manera exclusiva a la misión ad gentes, desde los Institutos de vida activa a los de vida contemplativa[192], innumerables personas han gastado sus energías en esta "actividad primaria de la Iglesia, esencial y nunca concluida"[193], puesto que se dirige a la multitud creciente de aquellos que no conocen a Cristo.

Este deber continúa urgiendo hoy a los Institutos de vida consagrada y a las Sociedades de vida apostólica: el anuncio del Evangelio de Cristo espera de ellos la máxima aportación posible. También los Institutos que surgen y que operan en las Iglesias jóvenes están invitados a abrirse a la misión entre los no cristianos, dentro y fuera de su patria. A pesar de las comprensibles dificultades que algunos de ellos puedan atravesar, conviene recordar a todos que, así como "la fe se fortalece dándola"[194], también la misión refuerza la vida consagrada, le infunde un renovado entusiasmo y nuevas motivaciones, y estimula su fidelidad. Por su parte, la actividad misionera ofrece amplios espacios para acoger las variadas formas de vida consagrada.

La misión ad gentes ofrece especiales y extraordinarias oportunidades a las mujeres consagradas, a los religiosos hermanos y a los miembros de Institutos seculares, para una acción apostólica particularmente incisiva. Estos últimos, además, con su presencia en los diversos ámbitos típicos de la vida laical, pueden desarrollar una preciosa labor de evangelización de los ambientes, de las estructuras y de las mismas leyes que regulan la convivencia. Ellos pueden también testimoniar los valores evangélicos estando al lado de personas que no conocen aún a Jesús, contribuyendo de este modo específico a la misión.

Se ha de subrayar que en los países donde tienen amplia raigambre religiones no cristianas, la presencia de la vida consagrada adquiere una gran importancia, tanto con actividades educativas, caritativas y culturales, como con el signo de la vida contemplativa. Por esto se debe alentar de manera especial la fundación en la nuevas Iglesias de comunidades entregadas a la contemplación, dado que "la vida contemplativa pertenece a la plenitud de la presencia de la Iglesia"[195]. Es preciso, además, promover con medios adecuados una distribución equitativa de la vida consagrada en sus varias formas, para suscitar un nuevo impulso evangelizador, bien con el envío de misioneros y misioneras, bien con la debida ayuda de los Institutos de vida consagrada a las diócesis más pobres[196].

Anuncio de Cristo e inculturación

79. El anuncio de Cristo tiene la prioridad permanente en la misión de la Iglesia[197] y tiende a la conversión, esto es, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio[198]. Forman parte también de la actividad misionera el proceso de inculturación y el diálogo interreligioso. El reto de la inculturación ha de ser asumido por las personas consagradas como una llamada a colaborar con la gracia para lograr un acercamiento a las diversas culturas. Esto supone una seria preparación personal, dotes de maduro discernimiento, adhesión fiel a los indispensables criterios de ortodoxia doctrinal, de autenticidad y de comunión eclesial[199]. Apoyados en el carisma de los fundadores y fundadoras, muchas personas consagradas han sabido acercarse a las diversas culturas con la actitud de Jesús que " se despojó de sí mismo tomando condición de siervo " (Flp 2, 7) y, con un esfuerzo audaz y paciente de diálogo, han establecido provechosos contactos con las gentes más diversas, anunciando a todos el camino de la salvación. Cuántas de ellas saben buscar y son capaces de encontrar en la historia de las personas y de los pueblos huellas de la presencia de Dios, que guía a la humanidad entera hacia el discernimiento de los signos de su voluntad redentora. Tal búsqueda es ventajosa para las mismas personas consagradas: en efecto, los valores descubiertos en las diversas civilizaciones pueden animarlas a incrementar su compromiso de contemplación y de oración, a practicar más intensamente el compartir comunitario y la hospitalidad, a cultivar con mayor diligencia el interés por la persona y el respeto por la naturaleza.

Para una auténtica inculturación es necesaria una actitud parecida a la del Señor, cuando se encarnó y vino con amor y humildad entre nosotros. En este sentido la vida consagrada prepara a las personas para hacer frente a la compleja y ardua tarea de la inculturación, porque las habitúa al desprendimiento de las cosas, incluidos muchos aspectos de la propia cultura. Aplicándose con estas actitudes al estudio y a la comprensión de las culturas, los consagrados pueden discernir mejor en ellas los valores auténticos y el modo en que pueden ser acogidos y perfeccionados, con ayuda del propio carisma[200]. De todos modos, no se ha de olvidar que en muchas culturas antiguas la expresión religiosa está de tal modo integrada en ellas, que la religión representa frecuentemente la dimensión trascendente de la cultura misma. En este caso, una verdadera inculturación comporta necesariamente un serio y abierto diálogo interreligioso, que "no está en contraposición con la misión ad gentes: y que no dispensa de la evangelización"[201].

Inculturación de la vida consagrada

80. La vida consagrada, por su parte, es de por sí portadora de valores evangélicos y, consiguientemente, allí donde es vivida con autenticidad, puede ofrecer una aportación original a los retos de la inculturación. En efecto, siendo un signo de la primacía de Dios y del Reino, la vida consagrada es una provocación que, en el diálogo, puede interpelar la conciencia de los hombres. Si la vida consagrada mantiene su propia fuerza profética se convierte, en el entramado de una cultura, en fermento evangélico capaz de purificarla y hacerla evolucionar. Lo demuestra la historia de tantos santos y santas que, en épocas diversas, han sabido vivir en el propio tiempo sin dejarse dominar por él, señalando nuevos caminos a su generación. El estilo de vida evangélico es una fuente importante para proponer un nuevo modelo cultural. Cuántos fundadores y fundadoras, al percatarse de ciertas exigencias de su tiempo, han sabido dar una respuesta que, aun con las limitaciones que ellos mismos han reconocido, se ha convertido en una propuesta cultural innovadora.

Las comunidades de los Institutos religiosos y de las Sociedades de vida apostólica pueden plantear perspectivas culturales concretas y significativas cuando testimonian el modo evangélico de vivir la acogida recíproca en la diversidad y del ejercicio de la autoridad, la común participación en los bienes materiales y espirituales, la internacionalidad, la colaboración intercongregacional y la escucha de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. El modo de pensar y de actuar por parte de quien sigue a Cristo más de cerca da origen, en efecto, a una auténtica cultura de referencia, pone al descubierto lo que hay de inhumano, y testimonia que sólo Dios da fuerza y plenitud a los valores. A su vez, una auténtica inculturación ayudará a las personas consagradas a vivir el radicalismo evangélico según el carisma del propio Instituto y la idiosincrasia del pueblo con el cual entran en contacto. De esta fecunda relación surgirán estilos de vida y métodos pastorales que pueden ser una riqueza para todo el Instituto, si se demuestran coherentes con el carisma fundacional y con la acción unificadora del Espíritu Santo. En este proceso, hecho de discernimiento y de audacia, de diálogo y de provocación evangélica, la Santa Sede es una garantía para seguir el recto camino, y a ella compete la función de animar la evangelización de las culturas, de autentificar su desarrollo, y de sancionar los logros en orden a la inculturación[202], tarea ésta "difícil y delicada, ya que pone a prueba la fidelidad de la Iglesia al Evangelio y a la tradición apostólica en la evolución constante de las culturas"[203].

La nueva evangelización

81. Para hacer frente de manera adecuada a los grandes desafíos que la historia actual pone a la nueva evangelización, se requiere que la vida consagrada se deje interpelar continuamente por la Palabra revelada y por los signos de los tiempos[204]. El recuerdo de las grandes evangelizadoras y de los grandes evangelizadores, que fueron antes grandes evangelizados, pone de manifiesto cómo, para afrontar el mundo de hoy hacen falta personas entregadas amorosamente al Señor y a su Evangelio. "Las personas consagradas, en virtud de su vocación específica, están llamadas a manifestar la unidad entre autoevangelización y testimonio, entre renovación interior y apostólica, entre ser y actuar, poniendo de relieve que el dinamismo deriva siempre del primer elemento del binomio"[205]. La nueva evangelización, como la de siempre, será eficaz si sabe proclamar desde los tejados lo que ha vivido en la intimidad con el Señor. Para ello se requieren personalidades sólidas, animadas por el fervor de los santos. La nueva evangelización exige de los consagrados y consagradas una plena conciencia del sentido teológico de los retos de nuestro tiempo. Estos retos han de ser examinados con cuidadoso y común discernimiento, para lograr una renovación de la misión. La audacia con que se anuncia al Señor Jesús debe estar acompañada de la confianza en la acción de la Providencia, que actúa en el mundo y que "hace que todas las cosas, incluso los fracasos del hombre, contribuyan al bien de la Iglesia"[206].

Para una provechosa inserción de los Institutos en el proceso de la nueva evangelización es importante la fidelidad al carisma fundacional, la comunión con todos aquellos que en la Iglesia están comprometidos en la misma empresa, especialmente con los Pastores, y la cooperación con todos los hombres de buena voluntad. Esto exige un serio discernimiento de las llamadas que el Espíritu dirige a cada Instituto, tanto en aquellas regiones en las que no se vislumbran grandes progresos inmediatos, como en otras zonas donde se percibe un rebrote esperanzador. Las personas consagradas han de ser pregoneras entusiastas del Señor Jesús en todo tiempo y lugar, y estar dispuestas a responder con sabiduría evangélica a los interrogantes que hoy brotan de la inquietud del corazón humano y de sus necesidades más urgentes.

Predilección por los pobres y promoción de la justicia

82. En los comienzos de su ministerio, Jesús proclama, en la sinagoga de Nazaret, que el Espíritu lo ha consagrado para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos, restituir la vista a los ciegos, dar la libertad a los oprimidos, y predicar un año de gracia del Señor (cf. Lc 4, 16-19). Haciendo propia la misión del Señor, la Iglesia anuncia el Evangelio a todos los hombres y mujeres, para su salvación integral. Pero se dirige con una atención especial, con una auténtica " opción preferencial ", a quienes se encuentran en una situación de mayor debilidad y, por tanto, de más grave necesidad. " Pobres ", en las múltiples dimensiones de la pobreza, son los oprimidos, los marginados, los ancianos, los enfermos, los pequeños y cuantos son considerados y tratados como los "últimos" en la sociedad.

La opción por los pobres es inherente a la dinámica misma del amor vivido según Cristo. A ella están pues obligados todos los discípulos de Cristo; no obstante, aquellos que quieren seguir al Señor más de cerca, imitando sus actitudes, deben sentirse implicados en ella de una manera del todo singular. La sinceridad de su respuesta al amor de Cristo les conduce a vivir como pobres y abrazar la causa de los pobres. Esto comporta para cada Instituto, según su carisma específico, la adopción de un estilo de vida humilde y austero, tanto personal como comunitariamente. Las personas consagradas, cimentadas en este testimonio de vida, estarán en condiciones de denunciar, de la manera más adecuada a su propia opción y permaneciendo libres de ideologías políticas, las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios, y de comprometerse en la promoción de la justicia en el ambiente social en el que actúan[207]. De este modo, incluso en las actuales situaciones será renovada, a través del testimonio de innumerables personas consagradas, la entrega que caracterizó a fundadores y fundadoras que gastaron su vida para servir al Señor presente en los pobres. En efecto, Cristo "es indigente aquí en la persona de sus pobres [...]. En cuanto Dios, rico; en cuanto hombre pobre. Cierto ese Hombre subió ya rico al cielo donde se halla sentado a la derecha del Padre; mas aquí, entre nosotros, todavía padece hambre, sed y desnudez"[208].

El Evangelio se hace operante mediante la caridad, que es gloria de la Iglesia y signo de su fidelidad al Señor. Lo demuestra toda la historia de la vida consagrada, que se puede considerar como una exégesis viviente de la palabra de Jesús: " Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis " (Mt 25, 40). Muchos Institutos, especialmente en la época moderna, han surgido precisamente para atender a una u otra necesidad de los pobres. Pero aun en los casos en que ésta no haya sido la finalidad determinante, la atención y la solicitud por los necesitados, manifestada a través de la oración, la acogida y la hospitalidad, han acompañado naturalmente las diversas formas de vida consagrada, incluidas las de vida contemplativa. ¿Cómo podría ser de otro modo, desde el momento en que el Cristo descubierto en la contemplación es el mismo que vive y sufre en los pobres? En este sentido la historia de la vida consagrada es rica de maravillosos ejemplos, a veces geniales. San Paulino de Nola, después de haber distribuido sus bienes para consagrarse enteramente a Dios, hizo levantar las celdas de su monasterio sobre un hospicio destinado precisamente a los menesterosos. Él gozaba al pensar en este singular " intercambio de dones ": los pobres que él socorría afianzaban con sus plegarias los " fundamentos " mismos de su casa, entregada totalmente a la alabanza de Dios[209]. A san Vicente de Paúl, por su parte, le gustaba decir que, cuando se está obligado a dejar la oración para atender a un pobre en necesidad, en realidad la oración no se interrumpe, porque "se deja a Dios por Dios"[210].

Servir a los pobres es un acto de evangelización y, al mismo tiempo, signo de autenticidad evangélica y estímulo de conversión permanente para la vida consagrada, puesto que, como dice san Gregorio Magno, "cuando uno se abaja a lo más bajo de sus prójimos, entonces se eleva admirablemente a la más alta caridad, ya que si con benignidad desciende a lo inferior, valerosamente retorna a lo superior"[211].

El cuidado de los enfermos

83. Siguiendo una gloriosa tradición, un gran número de personas consagradas, sobre todo mujeres, ejercen su apostolado en el sector de la sanidad según el carisma del propio Instituto. Muchas son las personas consagradas que han sacrificado su vida a lo largo de los siglos en el servicio a las víctimas de enfermedades contagiosas, demostrando que la entrega hasta el heroísmo pertenece a la índole profética de la vida consagrada.

La Iglesia admira y agradece a las personas consagradas que, asistiendo a los enfermos y a los que sufren, contribuyen de manera significativa a su misión. Prolongan el ministerio de misericordia de Cristo, que pasó " haciendo el bien y curando a todos " (Hch 10, 38). Que, siguiendo las huellas de Cristo, divino Samaritano, médico del cuerpo y del alma[212], y a ejemplo de los respectivos fundadores y fundadoras, las personas consagradas que se dedican a estos menesteres en virtud del carisma del propio Instituto, perseveren en su testimonio de amor hacia los enfermos, dedicándose a ellos con profunda comprensión y participación. Que en sus decisiones otorguen un lugar privilegiado a los enfermos más pobres y abandonados, así como a los ancianos, incapacitados, marginados, enfermos terminales y víctimas de la droga y de las nuevas enfermedades contagiosas. Han de fomentar que los enfermos ofrezcan su dolor en comunión con Cristo crucificado y glorificado para la salvación de todos[213] y, más aún, que alimenten en ellos la conciencia de ser, con la palabra y con las obras, sujetos activos de pastoral a través del peculiar carisma de la cruz[214].

La Iglesia también recuerda a los consagrados y consagradas que es parte de su misión el evangelizar los ambientes sanitarios en que trabajan, tratando de iluminar, a través de la comunicación de los valores evangélicos, el modo de vivir, sufrir y morir de los hombres de nuestro tiempo. Es tarea propia dedicarse a la humanización de la medicina y a la profundización de la bioética, al servicio del Evangelio de la vida. Que promuevan por tanto, ante todo, el respeto de la persona y de la vida humana desde la concepción hasta su término natural, en plena conformidad con las enseñanzas morales de la Iglesia[215], instituyendo también para ello centros de formación[216] y colaborando fraternalmente con los organismos eclesiales de la pastoral sanitaria.

Notas

[180] S. Agustín, Sermo 78, 6: PL 38, 492.

[181] Cf. IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Doc. Nueva evangelización, Promoción humana, Cultura cristiana, Conclusión 178, CELAM 1992.

[182] Corréspondance, Entretiens, Documents. Conference "Sur l'esprit de la Compagnie" (9 de febrero de 1653), Coste IX, París, 1923, 592.

[183] Cf. Congregación para los religiosos y los institutos seculares, Instr. Essential elements in the Church's teaching on religious life as applied to institutes dedicated to works of the apostolate (31 de mayo de 1983), 23-24: Ench. Vat. 9, 202-204.

[184] Cf. B. Isabel de la Trinidad, O mon Dieu, Trinité que j'adore, Oeuvres completes, París, 1991, 199-200.

[185] Cf. Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

[186] Cf. Propositio 37, A.

[187] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 46; Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 69: AAS 68 (1976), 59.

[188] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44; 46.

[189] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18;4.

[190] Carta a los compañeros residentes en Roma (Cochin, 15 de enero de 1544): Monumenta Historica Societatis Iesu 67 (1944), 166-167.

[191] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen Gentium, sobre la Iglesia, 44.

[192] Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 69: AAS 83 (1991), 317-318; Catecismo de la Iglesia Católica, n. 927.

[193] Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 31: AAS 83 (1991), 277.

[194] Ib., 2: l.c., 251

[195] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad Gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 18; cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 69: AAS 83 (1991), 317-318.

[196] Cf. Propositio 38.

[197] Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 44: AAS 83 (1991), 290.

[198] Cf. ib., 6: l.c., 292.

[199] Cf. ib., 52-54: l.c., 299-302.

[200] Cf. Propositio 40, A.

[201] Cf. Carta enc. Redemptoris Missio (7 de diciembre de 1990), 55: AAS 83 (1991), 302; cf. Pontificio consejo para el dialogo interreligioso y congregación para la evangelización de los pueblos, Instr. Diálogo y anuncio. Reflexiones y orientaciones (19 de mayo de 1991), 45-46: AAS 84 (1992), 429-430.

[202] Cf. Propositio 40, B.

[203] Exhort. ap. postsinodal Ecclesia in África (14 de septiembre de 1995), 62: L'Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 15 de septiembre de 1995, 12.

[204] Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii Nuntiandi (8 de diciembre de 1975), 15: AAS 68 (1976), 13-15.

[205] Sínodo de los Obispos, IX Asamblea general ordinaria, Relatio ante disceptationem, 22: L' Osservatore Romano, edición semanal en lengua española, 14 de octubre de 1994, 7.

[206] Juan XXIII, Discurso de inauguración del Concilio Vaticano II (11 de octubre de 1962): AAS 54 (1962), 789.

[207] Cf. Propositio 18.

[208] S. Agustín, Sermo 123, 3-4: PL 38, 685-686.

[209] Cf. Poema XXI, 386-394: PL 61, 587.

[210] Corréspondance, Entretiens, Documents. Conférence "Sur les Regles" (30 de mayo de 1647), Coste IX, París, 1923, 319.

[211] Regula pastoralis 2, 5: PL 77, 33.

[212] Cf. Carta ap. Salvifici Doloris (11 de febrero de 1984), 28-30: AAS 76 (1984), 242-248.

[213] Cf. ib., 18: l.c., 221-224; Exhort. ap. postsinodal Christifideles Laici (30 de diciembre de 1988), 52-53: AAS 81 (1989), 496-500.

[214] Cf. Exhort. ap. postsinodal Pastores dabo Vobis (25 de marzo de 1992), 77: AAS 84 (1992), 794-795.

[215] Cf. Carta enc. Evangelium Vitae (25 de mazo de 1995), 78-101: AAS 87 (1995), 490-518.

[216] Cf. Propositio 43.

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