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VI.- Amor a la Iglesia

Testimonio

14. En el Año jubilar de la Redención, toda la Iglesia desea renovar su amor a Cristo, Redentor del hombre y del mundo, su Señor y a la vez su Esposo divino. Por ello, en este Año Santo la Iglesia mira con particular atención a vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, que como personas consagradas ocupáis un lugar especial tanto en la comunidad universal del Pueblo de Dios como en cada comunidad local. Si la Iglesia desea que mediante la gracia del Jubileo extraordinario se renueve también vuestro amor a Cristo, al mismo tiempo es plenamente consciente de que este amor constituye un bien particular de todo el Pueblo de Dios. La Iglesia es consciente de que en el amor que Cristo recibe de las personas consagradas, el amor de todo el Cuerpo se dirige de modo especial y excepcional al Esposo, que a la vez es Cabeza de este Cuerpo. La Iglesia os expresa, queridos Hermanos y Hermanas, su agradecimiento por la consagración y la profesión de los consejos evangélicos, que son un particular testimonio de amor. Al mismo tiempo ella ratifica su gran confianza en vosotros que habéis elegido un estado de vida, que es un don especial de Dios a su Iglesia; ella cuenta con vuestra colaboración completa y generosa para que, como administradores fieles de tan preciado don, "sintáis con la Iglesia" y actuéis siempre con ella, de acuerdo con las enseñanzas y las normas del Magisterio de Pedro y de los Pastores en comunión con él, cultivando, a nivel personal y comunitario, una renovada conciencia eclesial. Contemporáneamente ella ruega por vosotros, para que vuestro testimonio de amor no cese nunca[87], y os pide también que acojáis con tal espíritu el presente mensaje del Año jubilar de la Redención.

Así rogaba el Apóstol en su Carta a los Filipenses: "Que vuestra caridad crezca más y más... en toda discreción, para que sepáis discernir lo mejor y seáis puros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia..."[88].

Por obra de la Redención de Cristo "el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado"[89]. Pido incesantemente al Espíritu Santo que os conceda a cada uno y cada una de vosotros, "según el propio don"[90], dar un testimonio particular de este amor. Venza en vosotros, de manera digna de vuestra vocación, "la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús...", esa ley que nos "libró de la ley... de la muerte"[91]. Vivid, por consiguiente, esta vida nueva a la medida de vuestra consagración y también según los distintos dones de Dios que corresponden a la vocación de las respectivas Familias religiosas. La profesión de los consejos evangélicos indica a cada uno y cada una de vosotros de qué modo "con la ayuda del Espíritu Santo haréis morir"[92] todo lo que es contrario a la Vida y sirve al pecado y a la muerte; todo lo que se opone al verdadero amor a Dios y a los hombres. El mundo tiene necesidad de la auténtica "contradicción" de la consagración religiosa como levadura incesante de renovación salvífica. "Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta"[93]. Después del especial periodo de experimentación y de puesta al día, previsto en el Motu proprio Ecclesiae Sanctae, vuestros Institutos han recibido recientemente, o se disponen a recibir, la aprobación por parte de la Iglesia de las Constituciones renovadas. Que este don de la Iglesia os estimule a conocerlas, amarlas y, sobre todo, vivirlas con generosidad y fidelidad, recordando que la obediencia es una manifestación inequívoca del amor.

Precisamente el mundo actual y la humanidad tienen necesidad de este testimonio de amor. Tienen necesidad del testimonio de la Redención tal como está impresa en la profesión de los consejos evangélicos. Estos consejos, cada uno según su carácter propio y todos juntos en íntima conexión, "dan testimonio" de la Redención que, con el poder de la Cruz y la Resurrección de Cristo, guía al mundo y a la humanidad en el Espíritu Santo hacia aquel cumplimiento definitivo, que el hombre -y a través del hombre la creación entera- encuentra en Dios y sólo en Dios. Vuestro testimonio es, por lo tanto, inestimable. Hay que dedicarse con constancia para que sea plenamente transparente y fructífero en medio de los hombres. A ello ayudará también la fiel observancia de las normas de la Iglesia que se refieren a la manifestación incluso exterior de vuestra consagración y de vuestro compromiso de pobreza[94].

Apostolado

15. De este testimonio de amor esponsal a Cristo, a través del cual se hace particularmente visible entre los hombres toda la verdad salvífica del Evangelio, nace también, queridos Hermanos y Hermanas, como característica de vuestra vocación, la participación en el apostolado de la Iglesia, en su misión universal, que se realiza contemporáneamente en medio de todas las naciones, de tantos modos diversos y mediante la multiplicidad de los dones concedidos por Dios. Vuestra misión específica está armoniosamente concertada con la misión de los Apóstoles, que el Señor envió por todo el mundo para enseñar a todas las gentes[95], y está unida también a esta misión del orden jerárquico. En el apostolado que desarrollan las personas consagradas, su amor esponsal por Cristo se convierte de modo casi orgánico en amor por la Iglesia como Cuerpo de Cristo, por la Iglesia como Pueblo de Dios, por la Iglesia que es a la vez Esposa y Madre.

Es difícil describir, más aún enumerar, de qué modos tan diversos las personas consagradas realizan, a través del apostolado, su amor a la Iglesia. Este amor ha nacido siempre de aquel don particular de vuestros Fundadores, que recibido de Dios y aprobado por la Iglesia, ha llegado a ser un carisma para toda la comunidad. Ese don corresponde a las diversas necesidades de la Iglesia y del mundo en cada momento de la historia, y a su vez se prolonga y consolida en la vida de las comunidades religiosas como uno de los elementos duraderos de la vida y del apostolado de la Iglesia. En cada uno de estos elementos, en todo campo -tanto en el de la contemplación fecunda para el apostolado como en el de la acción directamente apostólica- os acompaña la bendición constante de la Iglesia y, a la vez, su pastoral y maternal solicitud, en lo referente a la identidad espiritual de vuestra vida y la rectitud de vuestro actuar en medio de la gran comunidad universal de las vocaciones y de los carismas de todo el Pueblo de Dios. Bien sea a través de cada uno de los Institutos por separado, bien sea mediante su integración orgánica, en el conjunto de la misión de la Iglesia se pone de particular relieve aquella economía de la Redención, cuyo signo profundo cada uno y cada una de vosotros, queridos Hermanos y Hermanas, lleva consigo mediante la consagración y la profesión de los consejos evangélicos.

Y por lo tanto, aunque son muy importantes las múltiples obras apostólicas que realizáis, sin embargo la obra de apostolado verdaderamente fundamental permanece siempre lo que (y a la vez quiénes) sois dentro de la Iglesia. Se pueden repetir de cada uno y cada una de vosotros, a título especial, las palabras del Apóstol: "Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios"[96]. Y a la vez ese "estar escondidos con Cristo en Dios" permite que se apliquen a vosotros las palabras del Maestro mismo: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre, que está en los cielos"[97].

Para esta luz, mediante la cual debéis "resplandecer ante los hombres", es importante entre vosotros el testimonio de recíproca caridad, unida al espíritu fraterno de cada Comunidad, ya que el Señor dijo: "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros"[98].

La naturaleza fundamentalmente comunitaria de vuestra vida religiosa, alimentada por la doctrina del Evangelio, por la Sagrada Liturgia y, sobre todo, por la Eucaristía, constituye un modo privilegiado de realizar esta dimensión interpersonal y social. Ayudándoos mutuamente y llevando unos el peso de los otros, manifestáis a través de vuestra unión que Cristo está presente en medio de vosotros[99]. Es importante para vuestro apostolado en la Iglesia ser sensibles a las necesidades y a los sufrimientos del hombre, que se muestran tan claramente y de modo tan conmovedor en el mundo de hoy. El Apóstol, en efecto, enseña: "Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas, y así cumpliréis la Ley de Cristo"[100]; y añade que "el amor es la plenitud de la Ley"[101].

Vuestra misión debe ser visible. Debe ser profundo, muy profundo el vínculo que la une a la Iglesia[102]. A través de todo lo que hacéis y, sobre todo, mediante lo que sois, que se proclame y se confirme la verdad de que "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella"[103]; la verdad que está en la base de toda la economía de la Redención. Que de Cristo, Redentor del mundo, brote como fuente inagotable vuestro amor a la Iglesia.

Notas

[87] Lc. 22, 32.

[88] Flp. 1, 9-11.

[89] Rom. 5, 5.

[90] Cfr. 1 Cor. 7, 7.

[91] Rom. 8, 2.

[92] Cfr. Rom. 8, 13.

[93] Rom. 12, 2.

[94] Cfr. C.I.C., can. 669.

[95] Cfr. Mt. 28, 19.

[96] Col. 3, 3.

[97] Mt. 5, 16.

[98] Jn. 13, 35.

[99] Cfr. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Perfectae caritatis, 15.

[100] Gál. 6, 2.

[101] Rom. 13, 10.

[102] Lo recuerda explícitamente el Código de Derecho Canónico a propósito de la actividad apostólica. Cfr. can. 675, par. 3.

[103] Ef. 5, 25.

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