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I.- Saludo

1. El don de la Redención, que este Año jubilar extraordinario pone particularmente de relieve, lleva consigo una llamada especial a la conversión y a la reconciliación con Dios en Jesucristo. Mientras el motivo exterior de este Jubileo tiene un carácter histórico -ya que se celebra el 1950 aniversario de la muerte y resurrección de Cristo-, contemporáneamente prevalece en él un motivo interior, unido a la profundidad misma del misterio de la Redención. La Iglesia nació de este misterio y del mismo vive en toda su historia. El tiempo del Jubileo extraordinario tiene un carácter excepcional. La llamada a la conversión y a la reconciliación con Dios significa que debemos meditar más a fondo sobre nuestra vida, sobre nuestra vocación cristiana a la luz del misterio de la Redención, para enraizarlas cada vez más en el mismo.

Si esta llamada se refiere a toda la Iglesia, de modo especial toca a vosotros, Religiosos y Religiosas que, en la consagración a Dios mediante el voto de los consejos evangélicos, tendéis a una particular plenitud de vida cristiana. Vuestra vocación específica y el conjunto de vuestra vida en la Iglesia y en el mundo reciben su carácter y su fuerza espiritual de la profundidad misma del misterio de la Redención. Siguiendo a Cristo por el camino estrecho y angosto[1], vosotros experimentáis de manera extraordinaria que "en El está abundante la redención": copiosa apud eum redemptio[2].

2. Por eso, mientras este Año santo está llegando a su conclusión, deseo dirigirme de modo particular a todos vosotros, Religiosos y Religiosas, enteramente consagrados a la contemplación o entregados a las diversas obras de apostolado. Lo he hecho ya en numerosos lugares y en diversas circunstancias, confirmando y prolongando la enseñanza evangélica contenida en toda la Tradición de la Iglesia, especialmente en el Magisterio del reciente Concilio ecuménico, desde la Constitución dogmática Lumen gentium al Decreto Perfectae caritatis, en la línea de las indicaciones de la Exhortación Apostólica de mi Predecesor Pablo VI Evangelica testificatio. El Código de Derecho Canónico, entrado recientemente en vigor y que de alguna manera puede considerarse el último documento conciliar, será para todos vosotros una ayuda preciosa y una guía segura para precisar concretamente los medios para vivir fiel y generosamente vuestra magnífica vocación eclesial.

Os saludo con el afecto del Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro, al cual vuestras Comunidades permanecen unidas de modo característico. Desde la misma Sede romana llegan también, con un eco incesante, las palabras de San Pablo: "Os he desposado a un solo marido para presentaros a Cristo como casta virgen"[3]. La Iglesia, que después de los Apóstoles recoge el tesoro de las bodas con el divino Esposo, mira con sumo amor hacia todos sus hijos e hijas que, mediante la profesión de los consejos evangélicos han establecido, a través de su mediación, una alianza privilegiada con el Redentor del mundo.

Acoged pues esta palabra del Año jubilar de la Redención precisamente como una palabra de amor, pronunciada por la Iglesia para vosotros. Acogedla dondequiera que estéis: en la clausura de las Comunidades contemplativas, o en la entrega al multiforme servicio apostólico; en las Misiones, en la acción pastoral, en los hospitales o en otros lugares donde se sirve al hombre que sufre, en los institutos de educación, en las escuelas o en las universidades y, finalmente, en cada una de vuestras Casas, donde permanecéis "reunidos en el nombre de Cristo" conscientes de que el Señor está en medio de vosotros[4].

Que la palabra de amor de la Iglesia, dirigida a vosotros en el Jubileo de la Redención, sea el reflejo de aquella palabra de amor que Cristo mismo ha dirigido a cada uno y a cada una de vosotros, pronunciando un día aquel misterioso "Sígueme"[5], con el que empezó vuestra vocación en la Iglesia.

Notas

[1] Cfr. Mt. 7, 14.

[2] Sal. 130 [129], 7.

[3] Cfr. 2 Cor. 11, 2.

[4] Cfr. Mt. 18, 20.

[5] Cfr. Mt. 19, 21; Mc. 10, 21; Lc. 18, 22.

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