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Introducción

1. Llamado a ser el Custodio del Redentor, "José... hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24).

Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que san José, al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con gozoso empeño a la educación de Jesucristo, [1] también custodia y protege su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y modelo.

En el centenario de la publicación de la Carta Encíclica Quamquam pluries del Papa León XIII, [2] y siguiendo la huella de la secular veneración a san José, deseo presentar a la consideración de vosotros, queridos hermanos y hermanas, algunas reflexiones sobre aquél al cual Dios "confió la custodia de sus tesoros más preciosos". [3] Con profunda alegría cumplo este deber pastoral, para que en todos crezca la devoción al Patrono de la Iglesia universal y el amor al Redentor, al que él sirvió ejemplarmente.

De este modo, todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a san José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de "participar" en la economía de la salvación. [4]

Considero, en efecto, que el volver a reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino consentirá a la Iglesia, en camino hacia el futuro junto con toda la humanidad, encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación.

Precisamente José de Nazaret "participó" en este misterio como ninguna otra persona, a excepción de María, la Madre del Verbo Encarnado. El participó en este misterio junto con ella, comprometido en la realidad del mismo hecho salvífico, siendo depositario del mismo amor, por cuyo poder el eterno Padre "nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 5).

Notas

[1] Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, IV, 23, 1: S. Ch 100/2, 692-294.

[2] León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): Leonis XIII P. M. Acta, IX (1890), pp. 175-182.

[3] Sacr. Rituum Congr., Decr. Quemadmodum Deus (8 de diciembre de 1870): Pii IX P. M. Acta, pars I, V, p. 282; Pío IX, Carta Apostól. Inclytum Patriarcham (7 de julio de 1871): l. c., pp. 331-335.

[4] Cf. S. Juan Crisóstomo, In Math. 5, 3: PG 57, 57 s.; Doctores de la Iglesia y Sumos Pontífices, en base también a la identidad del nombre, han visto en José de Egipto la figura de José de Nazaret, por haber simbolizado, en cierto modo, la labor y la grandeza de custodio de los más preciosos tesoros de Dios Padre, del Verbo Encarnado y de su Santísima Madre; cf., por ejemplo, S. Bernardo, Super "Missus est", Hom. II, 16: S. Bernardi Opera, Ed. Cist., IV, 33 s.; León XIII, Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto de 1889): l.c., p. 179.

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