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Capítulo VI.- Edificar el Reino de Dios

Reino de justicia y de paz

105. El mandato de Jesús a sus discípulos en el momento de ascender al cielo está dirigido a la Iglesia de Dios de todos los tiempos y lugares. La Iglesia Familia de Dios en África debe testimoniar a Cristo también mediante la promoción de la justicia y de la paz en el continente y en el mundo entero. «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos» (Mt 5, 9-10), dice el Señor. El testimonio de la Iglesia debe estar acompañado por el compromiso consciente de cada miembro del Pueblo de Dios por la justicia y la solidaridad. Esto es particularmente importante para los laicos que desempeñan funciones públicas, ya que este testimonio exige una actitud espiritual permanente y un estilo de vida en armonía con la fe cristiana.

Dimensión eclesial del testimonio

106. Los Padres sinodales, subrayando la dimensión eclesial de este testimonio, declararon solemnemente: «La Iglesia deber seguir desarrollando su papel profético y ser la voz de los que no tienen voz».208

Pero para realizar eficazmente esto, la Iglesia, como comunidad de fe, debe ser un testigo firme de la justicia y la paz incluso en sus estructuras y en las relaciones entre sus miembros. El Mensaje del Sínodo declara valientemente: «Las Iglesias de África han reconocido que, incluso en su interior, la justicia no siempre se respeta en relación con los que están a su servicio. La Iglesia debe ser testigo de justicia y, por ello, reconoce que quien se atreva a hablar a los hombres de justicia debe esforzarse por ser justo a sus ojos. Por esto, es preciso examinar atentamente los actos, los bienes y el estilo de vida de la Iglesia».209

Su apostolado, respecto a la promoción de la justicia y, en particular, a la defensa de los derechos humanos fundamentales, no puede dejarse a la improvisación. Consciente del hecho de que en numerosos Países de África se perpetran flagrantes violaciones de la dignidad y de los derechos del hombre, pido a las Conferencias episcopales que instituyan, donde todavía no existan, Comisiones «Justicia y Paz» en los diversos niveles. Éstas deben sensibilizar a las comunidades cristianas en su responsabilidad evangélica sobre la defensa de los derechos humanos.210

107. Si el anuncio de la justicia y la paz es parte integrante de la tarea de evangelización, de aquí se deduce que la promoción de estos valores debe también formar parte del programa pastoral de cada comunidad cristiana. Por eso insisto en la necesidad de formar a todos los agentes pastorales de un modo adecuado para dicho apostolado: «La formación del clero, religiosos y laicos, impartida en los campos propios de su apostolado, debe insistir en la doctrina social de la Iglesia. Cada uno, según su propio estado de vida, debe tomar conciencia de sus derechos y deberes, aprender el sentido y el servicio del bien común, así como los criterios de una honesta administración de los bienes públicos y de una recta presencia en la vida política, para poder intervenir así de forma creíble ante las injusticias sociales».211

La Iglesia, como cuerpo organizado dentro de la comunidad y de la nación, tiene el derecho y el deber de participar plenamente en la edificación de una sociedad justa y pacífica con todos los medios a su alcance. Es necesario recordar aquí su apostolado en los campos de la educación, la atención sanitaria, la sensibilización social y otros programas de asistencia. En la medida en que contribuye con estas actividades a reducir la ignorancia, a mejorar la salud pública y a favorecer una mayor participación de todos en los problemas de la sociedad en espíritu de libertad y corresponsabilidad, la Iglesia crea las condiciones para el progreso de la justicia y de la paz.

La sal de la tierra

108. En nuestros días, en el marco de una sociedad pluralista, es sobre todo gracias al compromiso de los católicos en la vida pública como la Iglesia puede ejercer un influjo eficaz. Se espera de los católicos, sean profesionales o profesores, empresarios o funcionarios, agentes de seguridad o políticos, que den testimonio de bondad, verdad, justicia y amor de Dios en sus actividades cotidianas. «La tarea del laico (...) consiste en ser la sal de la tierra y la luz del mundo y, sobre todo, en los lugares donde sólo él puede hacer presente a la Iglesia».212

Colaborar con los demás creyentes

109. La obligación de comprometerse en el desarrollo de los pueblos no es un deber sólo individual, y mucho menos individualista, como si fuera posible conseguirlo con los esfuerzos aislados de cada uno. Es un imperativo para cada hombre y mujer, así como para las sociedades y las naciones; en particular, es un imperativo para la Iglesia católica y para las demás Iglesias y Comunidades eclesiales, con las que los católicos están dispuestos a colaborar en este campo.213 En este sentido, al igual que los católicos invitan a los hermanos cristianos a participar en sus iniciativas, del mismo modo, acogiendo las invitaciones que reciben, se manifiestan disponibles a colaborar en las de ellos. Para favorecer el desarrollo integral del hombre los católicos pueden hacer mucho incluso con los creyentes de las otras religiones, como en realidad ya están haciendo en diversos lugares.214

Una buena gestión de los asuntos públicos

110. Los Padres del Sínodo fueron unánimes al reconocer que el mayor desafío para realizar la justicia y la paz en África consiste en administrar bien los asuntos públicos en los campos de la política y la economía, relacionados entre sí. Ciertos problemas tienen origen fuera del continente y, por este motivo, no están completamente bajo el control de los gobernantes y dirigentes nacionales. Pero la Asamblea sinodal reconoció que muchas problemáticas del continente son consecuencia de un modo de gobernar frecuentemente degenerado por la corrupción. Es necesario un fuerte despertar de las conciencias, unido a una firme determinación de la voluntad para poner en acto las soluciones que ya no es posible dejar de lado.

Construir la nación

111. En la vertiente política, el arduo proceso de construcción de unidades nacionales encuentra en el continente africano particulares obstáculos, ya que la mayor parte de los Estados son entidades políticas relativamente recientes. Conciliar profundas diferencias, superar antiguas enemistades de naturaleza étnica e integrarse en un orden mundial requiere una gran habilidad en el arte de gobernar. Por este motivo, la Asamblea sinodal elevó al Señor una ferviente oración para que en África surjan políticos —hombres y mujeres— santos; para que se tengan santos Jefes de Estado, que amen el propio pueblo hasta el fondo y que deseen servir antes que servirse.215

La vía del derecho

112. Los fundamentos de un buen gobierno deben establecerse sobre la sólida base de las leyes, que protejan los derechos y definan los deberes de los ciudadanos.216 Con gran tristeza debo constatar que no pocas naciones africanas están sufriendo todavía bajo regímenes autoritarios y opresivos, que niegan a sus súbditos la libertad personal y los derechos humanos fundamentales, de modo particular la libertad de asociación y de expresión política, y el derecho de elegir a sus propios gobernantes mediante elecciones libres y justas. Estas injusticias políticas provocan tensiones, que a menudo degeneran en conflictos armados y en guerras internas, que llevan consigo graves consecuencias, como carestías, epidemias y destrucciones, por no hablar de los exterminios, del escándalo y de la tragedia de los refugiados. Por este motivo, el Sínodo afirmó con razón que una auténtica democracia, en el respeto del pluralismo, es «uno de los principales caminos por los que la Iglesia avanza con el pueblo. (...) El laico cristiano, comprometido en las luchas democráticas según el espíritu del Evangelio, es el signo de una Iglesia que quiere estar presente en la construcción de un Estado de derecho, en toda África».217

Administrar el patrimonio común

113. El Sínodo hace además una llamada a los gobiernos africanos para que adopten políticas apropiadas con objeto de promover el crecimiento económico y las inversiones, en vista de la creación de nuevos puestos de trabajo.218 Esto implica el compromiso de promover políticas económicas sanas, estableciendo correctas prioridades para la explotación y distribución de los recursos a veces exiguos, de modo que se provea a las necesidades fundamentales de las personas y se asegure una justa y equitativa distribución de beneficios y obligaciones. Los gobiernos tienen, en particular, el inderogable deber de proteger el patrimonio común contra cualquier forma de despilfarro y de apropiación indebida por parte de ciudadanos sin sentido cívico o de extranjeros sin escrúpulos. A los gobiernos corresponde también emprender adecuadas iniciativas para mejorar las condiciones del comercio internacional.

Los problemas económicos de África se han agudizado por el comportamiento deshonesto de algunos gobernantes corruptos que, en complicidad con intereses privados locales o extranjeros, derrochan en su provecho los recursos nacionales, transfiriendo dinero público a cuentas privadas en bancos extranjeros. Se trata de verdaderos y auténticos robos, sea cual fuere la cobertura legal. Deseo vivamente que los organismos internacionales y personas íntegras de los Países africanos o de otros Países del mundo sepan disponer los medios jurídicos adecuados para hacer volver los capitales indebidamente sustraídos. En la concesión de créditos es importante también asegurarse sobre la responsabilidad y la trasparencia de los destinatarios.219

La dimensión internacional

114. El Sínodo, como Asamblea de Obispos de la Iglesia universal presidida por el Sucesor de Pedro, ha sido una ocasión providencial para valorar de manera positiva el puesto y el papel de África en el contexto de la Iglesia universal y de la comunidad mundial. Al ser cada vez más interdependiente el mundo en que vivimos, los destinos y problemas de las diversas regiones están relacionados entre sí. La Iglesia, como familia de Dios en la tierra, debe ser signo vivo e instrumento eficaz de solidaridad universal, para la edificación de una comunidad de justicia y de paz, de dimensiones planetarias. Solamente surgirá un mundo mejor si se construye sobre sólidos fundamentos de sanos principios éticos y espirituales.

En la actual situación mundial, las naciones africanas se encuentran entre las más perjudicadas Es necesario que los Países ricos tomen clara conciencia de su deber de apoyar los esfuerzos de los Países que luchan por salir de la pobreza y la miseria. Por otra parte, interesa a las naciones ricas elegir la vía de la solidaridad, porque sólo así se puede asegurar a la humanidad una paz y una armonía duraderas. Además, la Iglesia que vive en los Países desarrollados no puede ignorar la responsabilidad derivada del compromiso cristiano por la justicia y la caridad: ya que todos, hombres y mujeres, llevan en sí mismos la imagen de Dios y están llamados a formar parte de la misma familia redimida por la sangre de Cristo, se debe garantizar a cada uno un justo acceso a los recursos de la tierra que Dios ha puesto a disposición de todos.220

No es difícil entrever las numerosas implicaciones prácticas que una postura semejante comporta. En primer lugar, se debe trabajar para que sean mejores las relaciones sociopolíticas entre las naciones, asegurando condiciones de mayor justicia y dignidad para las que, habiendo alcanzado la independencia, han entrado más recientemente en el concierto internacional. Es necesario además escuchar, haciendo propio, el grito angustiado de las naciones pobres, que piden ayuda para ámbitos de particular importancia: la desnutrición, el deterioro generalizado de la calidad de vida, la insuficiencia de los medios para la formación de los jóvenes, la falta de los servicios sanitarios y sociales elementales, con la consiguiente persistencia de enfermedades endémicas, la difusión del terrible azote del SIDA, el peso gravoso y a veces insoportable de la deuda internacional, el horror de las guerras fratricidas alimentadas por un tráfico de armas sin escrúpulos, el espectáculo vergonzoso y digno de compasión de los prófugos y refugiados. Éstos son algunos campos que necesitan intervenciones inmediatas, que son oportunas aunque en el cuadro global de los problemas parezcan insuficientes.

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