conoZe.com » bibel » Documentos » Juan Pablo II » Encíclicas de Juan Pablo II » Ut unum sint » I.- El compromiso Ecumenico de la Iglesia Católica

Importancia fundamental de la doctrina

18. Basándose en una idea que el mismo Papa Juan XXIII había expresado en la apertura del Concilio, [31] el Decreto sobre el ecumenismo menciona el modo de exponer la doctrina entre los elementos de la continua reforma. [32] No se trata en este contexto de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir en ellos palabras esenciales, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada. En materia de fe, una solución de compromiso está en contradicción con Dios que es la Verdad. En el Cuerpo de Cristo que es «camino, verdad y vida» (Jn 14, 6), ¿quién consideraría legítima una reconciliación lograda a costa de la verdad? La Declaración conciliar sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae atribuye a la dignidad humana la búsqueda de la verdad, «sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia»,[33] y la adhesión a sus exigencias. Por tanto, un «estar juntos» que traicionase la verdad estaría en oposición con la naturaleza de Dios que ofrece su comunión, y con la exigencia de verdad que está en lo más profundo de cada corazón humano.

19. Sin embargo, la doctrina debe ser presentada de un modo que sea comprensible para aquéllos a quienes Dios la destina. En la Carta encíclica Slavorum apostoli recordaba cómo Cirilo y Metodio, por este mismo motivo, tradujeron las nociones de la Biblia y los conceptos de la teología griega en un contexto de experiencias históricas y de pensamiento muy diverso. Querían que la única palabra de Dios fuese «hecha accesible de este modo según las formas expresivas propias de cada civilización».[34] Comprendieron pues que no podían «imponer a los pueblos, cuya evangelización les encomendaron, ni siquiera la indiscutible superioridad de la lengua griega y de la cultura bizantina, o los usos y comportamientos de la sociedad más avanzada, en la que ellos habían crecido».[35] Así hacían realidad aquella «perfecta comunión en el amor 3 preserva a la Iglesia de cualquier forma de particularismo o de exclusivismo étnico o de prejuicio racial, así como de cualquier orgullo nacionalista».[36] En este mismo espíritu, no dudé en decir a los aborígenes de Australia: «No tenéis que ser un pueblo dividido en dos partes 4 Jesús os invita a aceptar sus palabras y sus valores dentro de vuestra propia cultura».[37] Puesto que por su naturaleza la verdad de fe está destinada a toda la humanidad, exige ser traducida a todas las culturas. En efecto, el elemento que determina la comunión en la verdad es el significado de la verdad misma. La expresión de la verdad puede ser multiforme, y la renovación de las formas de expresión se hace necesaria para transmitir al hombre de hoy el mensaje evangélico en su inmutable significado. [38]

«Esta renovación tiene, pues, gran importancia ecuménica».[39] Y es no sólo renovación del modo de expresar la fe, sino de la misma vida de fe. Se podría preguntar: ¿quién debe realizarla? El Concilio responde claramente a este interrogante: corresponde a «la Iglesia entera, tanto los fieles como los pastores; y afecta a cada uno según su propia capacidad, ya sea en la vida cristiana diaria o en las investigaciones teológicas e históricas».[40]

20. Todo esto es sumamente importante y de significado fundamental para la actividad ecuménica. De ello resulta inequívocamente que el ecumenismo, el movimiento a favor de la unidad de los cristianos, no es sólo un mero «apéndice», que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia. Al contrario, pertenece orgánicamente a su vida y a su acción y debe, en consecuencia, inspirarlas y ser como el fruto de un árbol que, sano y lozano, crece hasta alcanzar su pleno desarrollo.

Así creía en la unidad de la Iglesia el Papa Juan XXIII y así miraba a la unidad de todos los cristianos. Refiriéndose a los demás cristianos, a la gran familia cristiana, constataba: «Es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide». Por su parte, el Concilio Vaticano II exhorta: «Recuerden todos los fieles cristianos que promoverán e incluso practicarán tanto mejor la unión cuanto más se esfuercen por vivir una vida más pura según el Evangelio. Pues cuanto más estrecha sea su comunión con el Padre, el Verbo y el Espíritu, más íntima y fácilmente podrán aumentar la fraternidad mutua».[41]

Notas

[31] Discurso de apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II (11 octubre 1962): AAS 54 11962), 792.

[32] Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.

[33] Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 1.

[34] Carta enc. Slavorum apostoli (2 junio 1985), 11: AAS 77 ( 1985 ), 792. .

[35] Ibid., 13, l.c., 794.

[36] Ibid., 11, l.c., 792.

[37] Discurso a los aborígenes (29 noviembre 1986), 12: AAS 79 ( 1987), 977.

[38] Cf. S. Vicente de Lerins, Commonitorium primum, 23: PL 50, 667-668.

[39] Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 6.

[40] Ibid., 5.

[41] Ibid.,7.

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